TELEVISION › JUAN PABLO VARSKY ENTREVISTA A PERIODISTAS EN EL PENDULO
En su nuevo ciclo en Canal (á) convoca a profesionales provenientes de las más variadas líneas ideológicas. Varsky dice que “hoy todos interpretan, contextualizan y cuestionan lo que dicen los periodistas o los medios”. Y reivindica la charla personal como “la más confiable”.
› Por Emanuel Respighi
La pinta de nerd que transmite desde su rostro aniñado, sus anteojos casi redondos y su prolijo vestir se desvanecen en el mismo instante en el que se lo escucha por radio, se lo ve por TV o se lo lee en sus notas periodísticas. En cierta forma, desde aquella huella que dejó en el viejo TN Deportivo de principios de los ’90, Juan Pablo Varsky supo complementar su lenguaje coloquial y nada formal con la solidez profesional. Esa versatilidad lo llevó a convertirse en uno de los máximos referentes periodísticos de la generación surgida bajo las luces de la incipiente industria de la TV por cable. Del chico que ingresó al mercado laboral trabajando en McDonald’s al periodista reconocido y respetado de hoy, sólo permanece ese indisimulable perfil de niño “traga” urbano que salta a la vista de quien lo observa ingresar a un local de café de una reconocida cadena internacional para charlar con Página/12. ¿El motivo? El programa que acaba de estrenar en Canal (á), El péndulo, donde cada miércoles, a las 22, entrevista a distintos periodistas para charlar sobre la profesión que él mismo eligió después de dejar Ciencia Política y Ciencias Económicas en la universidad.
En tiempos en los que la profesión periodística está en una crisis sin precedentes, Varsky logró con el programa hacer “dialogar” en un mismo ciclo a referentes del medio de las más variadas líneas ideológicas y profesionales. Claro que es un “diálogo” acorde con los tiempos de polarización que evidencia la sociedad argentina y que también está instalada en el periodismo: en El péndulo entrevista a Víctor Hugo Morales, Sandra Russo, Beatriz Sarlo, Roberto Caballero, Jorge Rial, Ricardo Kirschbaum, Mario Pergolini y Héctor D’Amico, entre otros, pero a razón de uno por envío. “Si bien hay un cuestionario cerrado de preguntas comunes que les hago a cada invitado con la finalidad de que los televidentes tengan las herramientas para determinar sus diferencias y coincidencias, lo cierto es que trato de profundizar en respuestas que dejan tela para cortar. Además, cada entrevistado tiene su historia y sus particularidades, lo que hace que muchas inquietudes mías pasen por allí”, le explica a Página/12 el periodista que además conduce diariamente No somos nadie en radio Metro (de 6 a 10), encabeza las transmisiones deportivas de DirecTV y escribe en La Nación.
–En El péndulo vuelve a lo básico, una charla entre dos personas, donde el valor está puesto en que uno escucha al otro y viceversa.
–Creo que una buena entrevista depende siempre de la buena onda que se genere entre el entrevistado y el entrevistador. Uno tiene un cuestionario, una suerte de entrevista preestablecida, pero después hay temas más interesantes que otros. A veces una pregunta que se suponía tenía pretensiones produce una respuesta poco relevante, y al revés: una pregunta boba termina generando una interesante reflexión. Por más que haya temas estipulados para abordar, una buena entrevista depende de un buen diálogo. Y para eso siempre hace faltan dos personas que digan, pero que también se escuchen.
–¿Le resulta raro que en toda su carrera nunca hubiera incursionado en el género de entrevista mano a mano, como formato de programa?
–Había hecho uno a comienzos de año para DirecTV que se llamó El libro, sobre deportistas, pero era algo muy informal, de parado. Cuando Canal (á) me propuso este programa me interesó de movida. Acostumbrado a un ciclo de radio donde las preguntas son más coyunturales, tanto a los entrevistados como a los columnistas del equipo, salir de lo urgente para abordar otras cuestiones más conceptuales se disfruta y mucho. Como no soy un tipo que busca la repregunta como sistema, sino que a veces vale y en otras no, me parece mucho más interesante dejar explayarse a Víctor Hugo, Sandra Russo o Pergolini, que verme a mí interrumpiéndolos todo el tiempo. En El péndulo busco que el protagonista sea el entrevistado y no el entrevistador.
–Usted es un periodista que tiene una opinión formada y suele expresarla. En El péndulo toma otro rol.
–Asumo un rol completamente distinto y lo disfruto. Me gusta el contraste, básicamente porque así como me siento capacitado para opinar sobre algunos temas también me satisface escuchar al otro. No me creo dueño de ninguna verdad.
–El péndulo parece continuar con la frase con la que cada día cierra su programa de radio: “entender es más importante que saber”.
–Está claro que el motivo por el que Canal (á) me propone hacer el programa es el particular momento que vive el periodismo en Argentina. Ese es el punto de partida. Otro eje es saber si esta suerte de veredas enfrentadas en el periodismo es coyuntural o si llegó para quedarse. Y después las charlas tienen que ver con el recorrido que hizo cada uno, con cómo se paran hoy frente a la realidad y cómo se paraban hace diez años. Me interesa saber cómo se trabajaba antes y cómo se hace ahora con gente que tuvo experiencia en ambas épocas. También suelo abordar el tema de la formación periodística, porque en el medio hubo muchas cambios tecnológicos, como la telefonía celular, Internet, las señales de noticias, el mundo hiperconectado, las redes sociales...
–¿Y esas transformaciones sociales, culturales y tecnológicas hasta qué punto cree que favorecieron la profesión y hasta qué punto la perjudicaron?
–Uffhh... es una pregunta que tiene una respuesta para un programa entero. En algunas cosas la tecnología beneficia el desarrollo de la tarea periodística y en otras la perjudica. Hoy, al tener tanto acceso a la información, el periodista está estimulado para la interpretación y la discriminación de datos. Pero, a la vez, esa facilidad y rapidez del flujo informativo atentan contra el deseo de ir a buscar la información a fuentes directas, porque ya está en Internet. Las nuevas tecnologías afectan decisivamente el desarrollo de esta generación, pero todavía es un fenómeno nuevo como para brindar certezas. Yo tengo casi 42 años y empecé a laburar en 1989, en la era precelular y preinternet. Me formé con otro circuito informativo, donde uno tenía contacto directo con las fuentes o los hechos. El periodista dejó la calle para ver el mundo a través de una o varias pantallas. Hay menos charla 1.0 y más 2.0. Y la charla personal, siempre, es la más confiable de todas.
–En ese contexto, El péndulo parece ser toda una declaración de principios: volver a lo básico de la profesión.
–Tratamos de parar de correr detrás de la información y mirar a los costados con mayor tranquilidad. Porque además hay algo propio de estos tiempos, a través de mail, foros o redes sociales, que es el cuestionamiento a la tarea periodística. Y creo que el cuestionamiento al periodismo es bueno, siempre y cuando no haya agresión. Fue un tema que lo hablé bastante en las entrevistas. Hoy, un ingeniero te puede decir que lo que dijiste hace un rato es una burrada. Hay mucha gente que sabe mucho más que uno en determinados temas. Eso siempre existió. La diferencia es que ahora tienen los medios para hacerte saber que estás equivocado. Hoy, un abogado especializado en derecho penal te dice que homicidio simple es de 8 a 25 años, no perpetua. Las redes sociales y la comunicación 2.0 nos ponen a los periodistas en un inédito lugar de vulnerabilidad. Antes el periodista era “el que sabía todo”, aun cuando conocíamos que eso no era cierto. Hoy, el periodismo está acomodándose a que quienes más saben nos bajen del pedestal de un trompazo en el medio de nuestra cara y nuestro ego.
–Algo que no todos los periodistas parecen tolerar y, mucho menos, aceptar.
–El periodismo está más cuestionado y expuesto y eso me parece bien. A mí, en lo particular, me hace bien, me enriquece, aprendo. Puedo convivir con esta nueva relación con los oyentes o lectores. No sólo puedo convivir: necesito convivir con ese feedback. En el programa de radio, por ejemplo, no leo mensajes elogiosos. Los agradezco, sí, y los puedo contestar en privado, pero los que más me interesan son los que propician el debate. Siempre fui así y creo que eso ayuda. No sólo a mí sino también a mis compañeros. Después, uno puede coincidir o no con un opinión, pero no pasa más allá de diferentes maneras de ver una problemática o hecho.
–El programa convoca a personalidades de diferentes lugares ideológicos y profesionales. ¿Fue una búsqueda intencionada desde su génesis?
–Valoro mucho que, luego de confeccionar la lista, todos los invitados aceptaran venir a charlar. Que pasaran por el programa, con sus diferencias, es valorable, porque en definitiva el que hace las preguntas soy yo. No era una simple invitación a un programa, sino que era una invitación a un programa en el que iban a estar tal o cual. La idea siempre fue armar una lista de diez invitados “compensada”; cinco de acá y cinco de allá. ¡Como si existiera el acá o allá! Queríamos también mechar periodismo gráfico, radial y televisivo, por eso Mario (Pergolini) y Rial. Teníamos la finalidad de que la lista tuviera la mayor cantidad de colores. Y creo que la tiene.
–Luego de hablar con diez referentes del periodismo, ¿cuál es la conclusión que saca del periodismo actual?
–Creo que hay una intensidad muy importante. Hay un riesgo enorme de mirarnos al ombligo y hablar para nosotros, prescindiendo de que les tenemos que hablar a quienes nos escuchan, ven o leen. A veces se pierde ese foco. También noto que hay cierto déficit de formación importante, sobre todo en los chicos. Que un periodista escriba con faltas de ortografía me parece insólito. Uno lo nota inclusive en las cuentas de Twitter. Esa es la parte negativa. Y en la positiva remarco que es un momento muy interesante para ejercer el laburo. Ya nadie compra el paquete completo. Hoy todos interpretan, contextualizan y cuestionan lo que dicen los periodistas o los medios. Y no hablo de los metamensajes, que es otra pelea, sino de la relación directa entre el lector u oyente y el comunicador.
–Haciendo una evaluación de los entrevistados, ¿notó muchas diferencias entre ellos? Y en todo caso, ¿se trata de diferencias ideológicas o profesionales?
–Creo que hay una diferencia ideológica muy grande entre un sector que cree que la objetividad no existe y otro que sí, o que existe la tendencia hacia la aproximación de la objetividad. Esa es la gran división en el periodismo actual, motorizada probablemente por este contexto político-mediático.
–¿Considera que está bien que un periodista siga un proyecto político?
–Eso se habló en el programa. Por ejemplo, Sandra Russo dijo que el kirchnerismo había ido hacia ella, y no al revés. Roberto Caballero señaló que Tiempo argentino era un diario hijo de la ley de medios y destacó que en otro contexto no hubiera existido. Con Kirschbaum hablamos de los giros de Clarín. Lo que parece es que el kirchnerismo empujó para un lado o para el otro. Por distintos motivos, sean ideológicos o económicos, empujó a muchos a contestar la pregunta de Matías (Martin) en Fugitivos: “¿De qué lado estás?”. Y creo que eso se nota.
–¿Y usted dónde se ubica dentro de esa tendencia?
–Para mí no se puede establecer una matriz. Hay hechos objetivos, desde los cuales es inevitable partir. Y hay interpretaciones que le escapan a la objetividad. Uno cuando elige una palabra descarta otras cien, cuando elige un tema descarta otros. El desarrollo de la noticia, desde el espacio y la manera en que se la presenta, nunca es puramente objetiva. Eso pasa en todos los medios.
–¿Es optimista respecto de lo que puede surgir de esta crisis que vive el periodismo argentino?
–No, al contrario. Creo que hay que volver a lo básico, que es la formación, la lectura. Estamos mucho más pendientes de decir que de escuchar. Y eso va en contra de la esencia. Uno puede decir que la esencia del periodista es preguntar. Y eso es cierto en la medida en que se escuche la respuesta. Hay una imagen muy gráfica, cuando alrededor de un dirigente político, los movileros se pelean por meter su pregunta en vez de escuchar lo que responde. Cada uno quiere imponer sus ideas y sus conceptos sin escuchar al otro. Y quizás el otro tenga un punto de vista más fundamentado e interesante que el tuyo. Hay un riesgo enorme de ocuparnos solamente de lo que nos interesa a nosotros y dejar de lado a las personas que te leen, escuchan o ven. A veces me pasa, en la vorágine. No hablo en tercera persona del plural sino en primera del plural.
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