Domingo, 21 de octubre de 2012 | Hoy
TELEVISION › COMIENZA LA TEMPORADA DE RENOVACION EN EL CABLE
Desde el mundo de la música country en Nashville hasta la incorrección política de una pareja gay frente a la paternidad de The New Normal, hay para todos los gustos entre los nuevos programas que llegan por estos días a la pantalla argentina.
Por Federico Lisica y
Emanuel Respighi
La pantalla del cable comienza uno de sus dos procesos de recalentamiento anuales. Los fanáticos de las series extranjeras atraviesan por estos días uno de esos momentos en los que, desesperados, se aferran al zapping a la caza de algún episodio que calme la abstinencia ante la espera de una nueva temporada de su favorita, o que canalice su necesidad televisiva ante el adiós definitivo de Dr. House, por ejemplo. El mes de septiembre es el momento en que las cadenas de Estados Unidos lanzan su fall season, que por estas tierras suele tomar la pantalla entre octubre y noviembre. Entre esta semana y las que están por venir, serán 13 las series nuevas que se presentarán a los ojos de los televidentes argentinos. Las habrá de suspenso, de investigación policial, históricas y comedias; también sobre política y hasta de fantasías. Las hay para todos los gustos, en una catarata de estrenos imposibles de seguir. Aquí están, éstas son, las nuevas series que por alguna razón habría que de darles la oportunidad de ver –al menos– el primer capítulo.
Por cuestiones geográficas, de costumbres y gustos, la música country es un plato exótico para el paladar local. Nashville, el drama que la señal Sony estrenará el próximo lunes 5 de noviembre a las 22, podría cambiar las cosas. La serie lleva el nombre de la meca de ese universo tan afín al american way of life. Pero la entrega creada por Callie Khouri (guionista de Thelma y Louise, clara referencia de este programa) elude los prejuicios centrándose en los dilemas de sus protagonistas, la decadencia de la industria musical y la política de interiores; eso sí, con tonadas de guitarra steel y postales de la llamada “Music City USA”. La historia presenta a Rayna James (Connie Britton), reina del género que repentinamente ve declinar su éxito a manos de una joven estrella, Juliette Barnes (Hayden Panettiere, la vistosa y recordada porrista de Heroes).
Basta ver la mueca de la pelirroja cuando sus hijas cantan el último hit de su rubísima némesis para saber que entre ellas habrá fuego. Lo que podría convertirse en un duelo de divas alla Dinastía –y con el mismo exceso de spray para el pelo– gana por la fuerza de diálogos creíbles y personajes con trasfondos bien construidos. La nueva figura tiene bastante de Britney Spears en sus modales y una madre adicta que sólo le demanda dinero. El white trash se complementa con el linaje tradicional del que proviene la otra. Su padre, al que detesta, es un inescrupuloso hombre fuerte de la ciudad; su marido se postula para alcalde, pero la cantante prefiere al candidato demócrata (y, para peor, negro); ella misma está enamorada del guitarrista de su banda; la discográfica a la que le dio todo ahora quiere que se vaya de gira con... exacto, su rival.
Entre las nuevas ficciones, fue una de las mejor recibidas en Estados Unidos, donde destacaron el trazado fino del guión. La música suena justa y hay referencias –con más acidez que miradas contemplativas– al negocio musical. “Gracias, autotune”, dice un desganado productor mientras toquetea la consola. Es que la afinación de Barnes deja un tanto que desear..
“Afróntalo, cariño”, le dice Bryan (Andrew Rannells) a David (Justin Bartha), su pareja, mientras ambos observan y evalúan las diferentes composiciones familiares que se despliegan alrededor de los juegos en una plaza. “La anormalidad es la nueva normalidad”, trata de convencerlo, en su afán de tener un hijo. La escena, a pocos minutos de comenzado el primer capítulo, sirve como declaración de principios de The New Normal, la serie que Fox estrenará el 7 de noviembre. Esa frase, en el marco de una ficción que aborda con mirada incorrecta y desprejuiciada el derecho a que parejas homosexuales puedan tener hijos a su cargo, parece haber sido la piedra que rebasó el vaso para el tradicional modo de vida norteamericano. ¿Por qué? Básicamente porque su estreno generó una enorme polémica en Estados Unidos, al punto tal que la cadena KSL-TV de Utah, afiliada a la NBC, decidió no emitir la sitcom por considerarla “inapropiada” para programarla en horario familiar, por el uso de “un lenguaje rudo y ofensivo, escenas demasiado explícitas y personajes ofensivos”. Ni en horario familiar, ni en el de protección al menor, habría que aclarar.
La serie creada por Ryan Murphy (Nip/Tuck, Glee) sorprende por la incorrección política con la que aborda una problemática que en muchas sociedades sigue siendo tabú: el derecho a que homosexuales puedan criar un hijo. Desde el estereotipo de una pareja gay, The New Normal no ahorra humor negro y cinismo, que además de causar mucha gracia le quita solemnidad o alarde de concientización al asunto. “Ella es como un horno de madalenas, excepto porque no tiene derechos legales sobre las madalenas”, se define a la mujer que les alquila su vientre para que puedan formar una familia. Lo mejor: la descarada manera con que se cuenta sin filtro ni pretensión aleccionadora la búsqueda de un hijo por parte de una pareja gay.
No es una novedad sino la regla. El éxito televisivo genera un batallón de replicantes. Hoy, por Lena Dunham y Girls, en el cable pululan las comedias con chicas sarcásticas (Appartment 23, 2 Broke Girls, New Girl); Game of Thrones y The Tudors reprodujeron las sagas medievales que, esta temporada, se mantienen con los estrenos de World Without End (hoy a las 21 por Movie City) y Merlin (de lunes a viernes a las 20 por Sony Spin). Más temprano que tarde, el suceso de Homeland iba a forjar sus descendientes. Así es como Last Resort recurre a los conflictos militares nacidos desde la propia tropa (en realidad, la cuestión del “enemigo interno” ya venía desde 24). En la ficción de AXN (miércoles 7 de noviembre a las 21) hay otra referencia más memorable dada su locación principal: Lost. ¿No será mucho? Tal vez. Igualmente, la entrega de acción y suspenso responde con una máxima propia de la cultura estadounidense: cuanto más grande, mejor.
A los tripulantes de un submarino nuclear les ordenan disparar sobre Pakistán. Por dudar de la fuente reciben un ataque que los hace encallar en una isla del océano Indico. Entre los renegados comienzan las dudas. ¿Quién está al mando? ¿Qué es el honor? ¿Hay una traición mayor perpetrándose sobre la Casa Blanca? ¿La patria son mis cercanos o los que están en casa? En el primer capítulo, responden a esas preguntas con un misil hacia Washington (que, se aclara, no mató a nadie). Dentro de la tropa no todos piensan de la misma manera, están los que se rebelan a los rebeldes por querer acatar la obediencia debida, los jerarcas y subalternos amigos, y unos intrigantes militares náufragos. Por otra parte, los habitantes de la pequeña isla (nuevamente “los otros”) no verán con buenos ojos estar en la mira de la nación más poderosa del planeta. Lo que se dice una guerra de varios frentes.
Por momentos, ciertas actuaciones, los latiguillos, las venias militares, las panorámicas nocturnas de la ciudad capital, recuerdan a Team America: World Police, la parodia a los films patrioteros que los creadores de South Park hicieron con marionetas. Pero sin esa intención, obviamente. Sin embargo, Last Resort cuenta con argumentos para ganarse seguidores fieles: los momentos de tensión dentro del submarino logran su cometido, es infrecuente ver la segregación entre mujeres y hombres con uniforme, y cuando no se toma en serio entretiene como lo que es: un auténtico producto clase B. Ayuda la actuación de Robert Patrick (el T-1000 de Terminator 2) como un militar de la vieja escuela que con su sola presencia y mirada hiela la piel.
Cuatro atribulados cuarentones –golpeados, con sangre en su rostro, manchados de pintura– miran al lente de una camarita para grabar un mensaje. Hay quien les dice a sus hijas que no hizo nada malo, “pese a lo que la gente dirá”; otro que le jura a su mujer que él no hizo nada, que “las cosas simplemente suceden”; uno que se limita a decirle a su esposa que la quiere y siempre lo hará; mientras que un cuarto se niega a hablar a cámara porque duda que sus hijas le crean. Misterioso y testimonial resulta ser el comienzo de Mad Dogs, la serie británica que Film & Arts estrenó el miércoles último (va a las 23). El flashback tras los títulos agregará información: esos cuarentones son viejos amigos que se reencuentran tras la invitación de un quinto –millonario y manipulador– para pasar una semana en su soñada mansión en Mallorca.
Como en esas novelas de suspenso, el guión de Mad Dogs es una suerte de rompecabezas en la que el televidente sabe de entrada que algo grave ocurrió. El gancho es descubrir qué fue lo que pasó. Para ello, la serie vuelve todo al momento en que los amigos ingleses se reencuentran en la mansión y empiezan a recuperar el tiempo perdido. Más allá de las charlas, las bromas y un pasado lleno de facturas impagas, la trama juega todo el tiempo con la tensión dramática que provoca el saber que algo ocurrió y que el anfitrión buscó algo más que un simple reencuentro. ¿Venganza? ¿Ostentación? ¿Manipulación psicótica? ¿Ayuda? El detalle es que casi todo está registrado por las handycams que cada uno lleva consigo.
Gran parte del encanto de las series animadas actuales reside en ver a esas criaturas, tiernas en la infancia, dentro de un cóctel de exabruptos. Ver, por ejemplo, el éxito de Seth MacFarlane con esa boutade del cine llamada Ted y en cable con Family Guy (emitida aquí por FX). La señal Sony Spin –no olvidar que su slogan es un insulto– ofrece en la materia de animación para adultos la serie Archer (martes a las 22.30). La tira gira alrededor de un agente egocéntrico, aniñado, letal, zarpado y fiestero. Más allá de que su apertura emule la estética de los films de James Bond, la creación de Adam Reed no es del todo una parodia al género de espías, más bien se trata de una batería multicolor que va desde Mad Men hasta Arrested Development: humor grueso, pero con cierto distanciamiento cool.
A nivel técnico, sorprenden los fondos tomados de imágenes reales en los que se insertan los personajes: como si los viejos Kalkitos sirvieran de escenografía para la sátira del siglo XXI. Es más, no vale detenerse en los argumentos pues casi no los hay. Tampoco descubrir si transcurre en plena Guerra Fría o en la actualidad. Los anacronismos y referencias pop son parte de su encanto. A cada chiste le sigue otro que sube le apuesta en temáticas sexuales, de género, raciales o políticas. ¿Si son graciosos? Mucho. Sólo resta decir que afuera va por su tercera temporada, y que ha contado con varias nominaciones a los Emmy, más el visto bueno de público y crítica.
Glen Martin, dentista (lunes y miércoles a las 12.30 por TBS) apela a una técnica añeja como el stop-motion para contar la historia de una familia que viaja en un motorhome –con forma de cepillo de dientes– por todo Estados Unidos. El “padre de familia” aquí es un denodado odontólogo que se ocupa de los suyos. Se nota la firma de Eric Fogel (Celebrity Deathmatch), pero puede desencantar por cierta candidez que remite a las sitcoms pre Seinfeld. Y no está mal. ¿Dónde está escrito que las animaciones para adultos sólo deben insultar, eructar y provocar desmanes?
Como si Conan Doyle no hubiera existido, pero sí sus personajes. Esa parece ser la premisa con la que Elementary, la serie que Universal Channel estrenará el jueves a las 22, se propuso recuperar a un personaje perenne de la literatura mundial: Sherlock Holmes. Sin tener sobre sus espaldas el peso de la historia, ni dar explicaciones por la arbitrariedad de la construcción de su Holmes del siglo XXI, Elementary no es más que otra serie de asesinatos e investigaciones policiales. Sin embargo, su encanto reside en la construcción del detective, que es un adicto a las drogas (en recuperación), cuya libertad “condicional” está atada al seguimiento día y noche de una acompañante terapéutica, que vigila que no tenga una recaída. Adivinaron: la acompañante se llama Joan... Watson.
Protagonizada por Johnny Lee Miller (Dexter) y Lucy Liu (Kill Bill, Los ángeles de Charlie), Elementary es la serie con la que Universal intenta reemplazar en su programación a Dr. House, con un personaje que a priori se presenta tan soberbio y omnipresente como el Gregory de Hugh Laurie. En este caso, Miller compone a un excéntrico joven brillante que, luego de haber caído en desgracia en Londres y de haber pasado una temporada en rehabilitación, regresa a Manhattan para asesorar a la policía de Nueva York. Su gran eficacia como investigador, amparándose en su infalible poder deductivo, lo convierten en un extraño personaje al que la policía deja de actuar, pese a sus modales extraños. El genio sabelotodo descubre que los conocimientos médicos de Watson, una ex cirujana, le son funcionales a la investigación de los casos policiales, por lo que termina aceptándola como compañera. En ese instante, Watson deja de ser su acompañante terapéutica para transformarse en su fiel asistente.
La imagen de los abogados cual tiburones está presente en Scandal (comenzará el martes 23 a las 22, por Sony). En este caso, el de dientes más largos y olfato para reconocer si alguien dice la verdad es Olivia Pope. ¿Qué es lo que la vuelve tan notable? “Arregla problemas”, explica uno de sus “gladiadores”, como se autoproclaman sus asistentes. En el primer capítulo, los dos conflictos son el caso de un héroe de guerra acusado por el asesinato de su mejor amiga y “silenciar” a una asistente de la Casa Blanca que dice haber tenido un affaire con el mismísimo presidente (el Lewinsky-gate ya es parte de la cultura popular).
De todos modos, el nombre de la serie recae en una falacia. A lo que se asiste, ante todo, es al modo en que un estudio de abogados mete las manos en el barro para que los posibles escándalos no tomen estado público.
Un punto a destacar de este thriller político es la actuación de Kerry Washington (The Last King of Scotland). La actriz cumple con un personaje que es una coraza para no llorar y demanda una sola regla: no quiere que sus clientes le mientan. Lo interesante es que su capacidad para detectar las farsas se agrieta desde el comienzo.
Scandal es una ficción en deuda con The West Wing: diálogos frenéticos, ambientes tensos, el timing y la sensación de asistir a la cocina de los grandes asuntos hechos por personas con poder y debilidades. De hecho, el hombre del Salón Oval es retratado sin miramientos como una bestia sexual: mientras besa a la protagonista, Nicolas Sarkozy lo espera para una gala. Claro que su autora no es Aaron Sorkin sino Shonda Rhimes (Grey’s Anatomy), y por momentos se nota. Que una mujer aborrecida por el FBI, capaz de lidiar con la mafia ucraniana, dueña de una labia penetrante y un radar que envidiaría Tim Roth en Lie to me, compre gato por liebre debido al amor, sólo cabe en un guión también afecto a los golpes melodramáticos.
Los superhéroes nunca pasan de moda. Mucho menos para Hollywood, que cuando los necesita mete manos en antiguos personajes de comics, los reinventa, y recauda millones entre viejos fanáticos y nuevos adictos. Algo de eso puede pensarse de Arrow, la serie que Warner estrenará mañana a las 22, y que trae a la pantalla nada más y nada menos que la historia de Flecha Verde. Sin embargo, Arrow no es la típica serie de superhéroes. Básicamente porque Flecha Verde no fue –tampoco lo es ahora– el típico superhéroe: probablemente haya sido el único miembro de la Liga de la Justicia con conciencia de clase, luego de que perdiera su fortuna y usara sus poderes para defender a los más desprotegidos. Esa característica lo volvió un personaje único, aunque secundario, dentro del universo de justicieros. Y eso es lo que hace atractivo también el estreno de la serie protagonizada por Stephen Amell.
Producida por un cuarteto que estuvo detrás de otras revisiones de personajes superpoderosos como Linterna Verde, FlashFoward y Smallville, Arrow tiene el atractivo de mantener la mitología alrededor del personaje de DC Comics, pero imprimiéndole estructura dramática. En este caso, Oliver Queen (Amell) retorna a su ciudad natal luego de haber pasado cinco años en una inhóspita isla y dado por muerto por todo el mundo. Curtido en el arte de sobrevivir, Queen regresa a la ciudad para hacer justicia con aquellos empresarios poderosos que –como su padre, muerto en el naufragio– hicieron de Starling City una ciudad desigual. Se destaca el equilibrio entre la acción y el trasfondo social-dramático del guión.
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