TELEVISION › JORGE MARRALE, GABRIEL ROLON Y LAS IDEAS QUE CONDUJERON A LA REALIZACION DE HISTORIAS DE DIVAN
A lo largo de 26 capítulos que serán un auténtico desfile de grandes actrices y actores, el ciclo que dirige Juan José Jusid mostrará diferentes historias de vida, a la vez que irá dando pequeñas pinceladas sobre la vida del propio analista.
Como tantas otras ideas televisivas, la de Historias de diván comenzó en un café. En una mesa de la tradicional Las Violetas, Gabriel Rolón escuchaba con atención el entusiasmo con el que Juan José Jusid le contaba la idea de trasladar a la pantalla chica las historias que el psicoanalista había plasmado en Historias de diván (Ed. Planeta), el libro que se convirtió en un fenómeno, con más de 600 mil ejemplares vendidos. En el intercambio de ideas, Rolón terminó de convencerse de que había que hacer la ficción recién cuando escuchó la respuesta del director a la pregunta suya acerca de qué actor se imaginaba protagonizado el proyecto. “Jorge Marrale”, le dijo Jusid. “Justo el que yo había pensado”, cuenta Rolón a Página/12. “Te lo juro”, agrega, ante la mirada incrédula y cómplice de Marrale que, en la ficción que hoy a las 23.45 estrena Telefe, interpreta al psicoanalista que trata un paciente distinto por capítulo.
Basado en Historias de diván (2007) y Palabras cruzadas (2009), escritos por Rolón, el ciclo producido por Yair Dori contará en 26 capítulos, complejos relatos de vida de pacientes que se acercan al consultorio de Manuel para intentar resolver sus pesares. Si bien en cada episodio se presentará una historia que se resolverá en esa emisión, el programa adaptado por Rolón y Marcelo Camaño irá revelando aspectos de la vida personal de Manuel, que terminarán por explicar su manera de ejercer el análisis. Dirigido por Juan José Jusid (¿Dónde estás amor de mi vida que no te puedo encontrar?), Historias de diván contará con la participación de un gran elenco rotativo, entre los que se cuentan Susú Pecoraro, Patricio Contreras, Pablo Rago, Alejandro Awada, Fabián Vena, Jorgelina Aruzzi, Romina Ricci, Carlos Portaluppi, María Abadi, Valentina Bassi y Claudio Quinteros, entre otros.
El estreno suma a la TV argentina una nueva ficción donde la terapia asume el protagonismo. La trama transcurre casi únicamente en consultorio y en la sesión de análisis a la que cada paciente se entrega. “Cada programa va a contar la historia de un ser humano distinto, lo que lo vuelve muy variado”, explica Rolón, el psicoanalista más mediático del país. “Vamos a ir desde la historia de un hombre atormentado entre el deseo de su amante y el amor de su mujer, hasta la de una adolescente con una enfermedad terminal, pasando por una mujer mayor que, atravesada por los duelos, ha perdido sus sueños...”
–¿Y cómo surgió la idea de ir contando a lo largo del ciclo pequeñas partes de la vida privada del psicoanalista?
Gabriel Rolón: –La idea original era contar los casos y que del analista se supiera poco y nada. Fue Jorge el que propuso mostrar la vida de Manuel más allá de lo profesional. Nos convenció de que debíamos encontrar un porqué al compromiso con el análisis, con la verdad y con el lugar ético que ocupa. Va a haber una línea argumental sobre la vida personal del personaje que se irá descubriendo.
Jorge Marrale: –Soy de los que creen que la subjetividad siempre enriquece. En el programa, se ve durante la sesión a un profesional con enormes capacidades para desarrollar los conflictos, entender al paciente y hacer devoluciones éticas. Pero me parecía interesante el contraste de ver cómo ese mismo tipo, una vez que se cerraba la puerta, se enfrentaba a su propio mundo con las dificultades de cualquier ser humano. La contradicción de mostrar a un tipo que resuelve tan bien la vida de otros, pero que no puede hacerlo con la suya.
G. R.: –Con una característica importante: en su vida, con sus dificultades, Manuel tiene una postura ética. No es un personaje con doble moral, que tiene una cara en la sesión y después les pega a los hijos. Al final se terminará por comprender su calidad ética e integridad.
J. M.: –Me parecía que esa complejidad en el personaje nos mostraría un mundo más completo.
–¿Es un psicólogo que se involucra emocionalmente con los pacientes, al punto de que sus historias afectan su propia vida?
J. M.: –Hay casos en los que no puede abstraerse y le tocan profundamente.
G. R.: –Está comprometido, sin que eso le perturbe su ética profesional. Aun queriendo al paciente, le dice algo que sabe que le va a doler, que lastima. Prioriza al paciente sobre cualquier otro aspecto.
–¿Pero en ningún momento el lazo emocional que entabla con los pacientes le hacen descuidar el aspecto profesional?
J. M.: –Se conmueve, pero no deja de ser lo que es en el espacio de terapia. En un capítulo, Manuel parece confundirse y mezcla lo profesional con lo afectivo, pero al tomar conciencia le dice al paciente que es mejor finalizar la sesión, que no puede seguir escuchando. Y a la escena siguiente lo vemos en el diván de su analista, explicando que no podía seguir escuchándola porque se le mezclaban cosas de su vida. Es un terapeuta que no se permite correrse de lo profesional.
G. R.: –Eso está bueno porque así trabaja el analista en la realidad. Hay momentos en los que no podemos involucrarnos, confundirlos. Manuel nunca deja de perder la ética profesional.
–¿Pero Manuel es un psicoanalista ideal o real?
G. R.: –Es un analista real. Casi todas las intervenciones que hace son intervenciones que han pasado en serio en mi consultorio. Después, por supuesto, han sido guionadas, mejoradas e interpretadas acorde con las necesidades narrativas. Me hubiera gustado poder decir las cosas como las dijo Marrale en la piel de Manuel. Me da bronca no haberlo podido decir de esa manera. Juan y Jorge les pusieron belleza, arte, a la verdad y la profundidad del texto. Le pusieron arte a algo que era verdadero.
–En los últimos años la TV ha tenido como protagonista en diferentes programas a la psicología. En terapia, Tiempos compulsivos o Solamente vos le dieron un espacio importante dentro de sus tramas. ¿Cuál será el rasgo diferencial de Historias...?
G. R.: –Cuando la gente lo vea, se encontrará con que el analista no es como otros que hemos visto en TV. Ni siquiera es el Segura de Vulnerables. Los que estén en el ámbito lo van a notar claramente; para el gran público, puede ser muy sutil. Pero la manera en la que interviene, los silencios, las devoluciones que realiza, las conversaciones en diván, corresponden más a la práctica psicoanalítica. Que haya más ficción girando alrededor de psicólogos o terapeutas significa que en la vida emocional y afectiva de la gente hay algo que atrae. Eso fue así siempre, desde los griegos hasta acá. Desde la historia de Edipo hasta hoy escuchar lo que ocurre en lo más profundo del ser humano es interesante. Por eso decidimos no recrear las situaciones de los pacientes fuera de la sesión. Decidimos ser griegos, que contaban sobre el escenario lo que había pasado afuera. Apostamos al paciente contando sus problemas. Es más fuerte emocionalmente ver cómo una mujer cuenta que fue golpeada que la escena de un tipo pegándole.
–Es imposible no pensar en En terapia al hablar de Historias...
G. R.: –No vi En terapia, vi In Treatment. Es una obra buenísima, pero claramente no es un analista. No es lo mismo un terapeuta que un analista. Hay diferencias técnicas. Un analista interviene y escucha de manera diferente, absteniéndose de opinar. Cada palabra del analista está justificada en algo que dijo el paciente. El analista, cuando interpreta, le devuelve al paciente lo que ya dijo, pero no escuchó. No inventa nada que el paciente no le haya dado: se lo arma de un modo tal que pueda escuchar lo que él ya dijo. Esto no lo hace otro tipo de terapia. El terapeuta aconseja; el analista ayuda a que el paciente escuche lo que dice.
–¿Por qué la psicología interesa tanto al ser humano?
G. R.: –-¿Hay alguien que no haya sufrido por amor? ¿Que no haya perdido a un ser querido, que no tenga miedo, que no dude ante una elección? La psicología atrae porque pone en evidencia lo que tratamos de velar, de ocultar. Siempre tratamos de mostrarnos más seguros de lo que somos, nos ponemos más fuertes de lo que somos.
J. M.: –La terapia es un espacio de soledad compartida. En la vorágine uno no lo tiene. ¿Cuándo paramos a pensar en nosotros, en lo que nos duele? ¿Cuándo tenemos tiempo de pensar en la repetición de nuestras angustias y en sus orígenes? La terapia es como un abridor que te da la capacidad de que uno se pueda ver a sí mismo.
G. R.: –La terapia produce una identificación en los televidentes. Cuando mostramos los capítulos notamos que la gente se ríe, se emociona, en función de lo que escucha, porque alguna vez ha pasado también por situaciones similares. Uno puede mostrar la terapia bajo la forma de la sátira, como en Mejor... imposible, con Jack Nicholson, que sólo pisa las baldosas de un color. Y la gente se ríe porque alguna manía tiene. Cuando mostrás o escuchás a un tipo que sabe que cerró la puerta con llave pero tiene que volver a fijarse, alguno sonríe, alguna vez le ha pasado. La psicología desnuda eso que está velado, y eso la vuelve atractiva.
–¿Cuál es el aporte a la gente de mostrar una sesión de terapia a través de los medios?
G. R.: –Fue mi apuesta al empezar a escribir: mostrar lo que pasa adentro de un consultorio para defender el lugar del psicoanálisis. Se publicó el libro negro del psicoanálisis, las revistas de los domingos comparan a Freud con Osho... El psicoanálisis se frivolizó, como si fuera una actividad esnobista para gente con plata, que sale del shopping, va a Pilates y de paso pasa por el analista. Trabajamos con gente que sufre. La TV sirve para mostrar el trabajo de un analista y los logros que pueden conseguir los que acuden a un profesional. Lo otro que a veces muestra la TV, donde un terapeuta se agarra a trompadas con un paciente, es mala praxis.
J. M.: –El programa muestra distintos casos y resoluciones. Algunas no se resuelven felizmente. Pero el ciclo da la posibilidad de que los televidentes se puedan espejar en esas historias. La TV tiene que entretener, pero también ayudar a comprendernos un poco más. Somos seres humanos, seres dolientes. No somos, por suerte, cucarachas. Tenemos que enfrentar al dolor de saber que somos finitos.
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