TELEVISION › MARCOS GOMEZ, “EL PAYASO MALA ONDA”
Revelación del ciclo Mañanas informales, entretiene a chicos y grandes con sus intervenciones desopilantes. Cuarta generación de familia circense, recuerda los años de malaria y cuenta cómo vive la masividad actual.
› Por Emanuel Respighi
No basta con verlo hacer de las suyas todos los días en Mañanas informales (lunes a viernes a las 9.30, por Canal 13) para darse cuenta de que se trata de un payaso diferente a los que acostumbra ver el gran público. Detrás de cámaras, en las tandas comerciales o posando para las fotos que acompañan este artículo, Marcos “Bicho” Gómez definitivamente no hace honor al nombre de su payaso Mala Onda. Siempre dispuesto a soltar el chiste ahí donde a la realidad se le abre una grieta, Mala Onda parece desmitificar la extendida idea acerca de que detrás de todo maquillaje de payaso se esconde un hombre triste y malhumorado. “Eso ocurre cuando no se hace este trabajo por vocación o gusto, sino porque no queda otra alternativa”, explica. “Alguna vez –cuenta– Chaplin dijo que ‘un día sin una sonrisa es un día perdido’. Y yo abono esa teoría tratando de estar siempre bien. Soy de los que creen que de toda situación hay algo gracioso para rescatar.”
Suerte de parodia al payaso tradicional, Bicho Gómez hizo de su criatura matutina uno de esos personajes que la TV no suele entregar cotidianamente: un payaso que entretiene por igual a los más pequeños y a los más grandes. Lejos de lo que se puede prever, no se aprovecha del boom televisivo payasesco post Piñón Fijo: Gómez es cuarta generación de una familia circense. “Nací, me crié, viví y crecí en el circo”, cuenta en la entrevista con Página/12. “Mataba el tiempo –detalla– haciendo de payaso, malabarista, trapecista, domador... Cuando uno nace en el seno de una familia circense es como que tiene el destino marcado. El juego que tenés con tus viejos es lanzarte por el aire, dar vueltas...” Así, en el circo Eguino Bros, propiedad de sus tíos, a los 5 años ya no sólo se divertía haciendo piruetas sino que participaba del número familiar junto a sus padres. “Cuando tomás conciencia de lo que hacés, ya tenés años de experiencia encima. Lo que pasa es que el circo no se elige, se hereda”, puntualiza.
–¿Siempre se destacó como payaso?
–Mi familia es acróbata, pero como yo era culo inquieto hacía acrobacias, aprendía trapecio, tocaba algún instrumento... Hasta que conocí el mundo de los payasos y me enganché. Empecé a hacer payasadas y me di cuenta de que ser payaso era diferente. Porque cuando uno hace acrobacias la gente te aplaude, pero cuando hacés de payaso la gente se ríe. Sentir las carcajadas de la gente me maravilló. Nunca más abandoné al payaso, salvo cuando mis viejos pusieron un circo propio a principios de los 80 y no me quedó alternativa que hacer la publicidad, armar la carpa, poner la música...
–¿Quién lo descubrió en el circo?
–Fue en ese momento, en el circo de mis viejos, en Rivadavia y Pasco, cuando conocí a Claudio Gallardou (director de La Banda de la Risa) y empecé a hacer participaciones en el grupo. Hasta que un día me propuso formar parte de La banda... y dejé la vida circense.
–¿Le costó mucho tomar esa decisión? Por lo general, el circo es mucho más que una actividad. Es casi una forma de vida.
–No me costó porque así como la vida del circo es divina, también es muy sacrificada. Hay que luchar contra las tormentas, contra la burguesía de cada lugar para que te dejen instalar la carpa, contra los viajes y la incertidumbre... Moverte según cómo te va, siempre en la búsqueda, es tremendo. Porque pegás tres o cuatro lugares en la gira en los que te va mal y sonaste. Esa era la parte del circo que nunca me gustó. Y como cuando Claudio me ofreció formar parte del grupo tenía 27 años, me dije que era ahora o nunca.
Ideado por Jorge Guinzburg, Mala Onda surgió con la intención de crear un payaso un tanto vago, que curra pintándose la cara y robando chistes, muletillas y canciones de viejas glorias, como Carlitos Balá o Marrone, por citar algunos ejemplos. “Total, los chicos no los conocen”, suelejustificarse el payaso en cámara cuando alguien descubre sus homenajes. Una idea que encontró el intérprete ideal en el actor Bicho Gómez. “Es que se dio todo para hacerlo bien: soy payaso y vago a la vez”, dispara. Así, paulatinamente, fue tomando mayor protagonismo en el espacio anárquico y relajado de Mañanas informales, al punto que en la actualidad interviene durante todo el programa. Siempre desde el humor, claro. “Cuando veo que se está hablando de temas complejos, pero que van tomando un tinte de humor negro, me mando con un par de chistes para relajar. Sin que ello anule la reflexión del público del otro lado de la pantalla”, aclara. ¿Y cuál es límite de esas intervenciones, en las que cualquier cuestión es pasible de ser satirizada? “No desbandarme –responde–. Lo más difícil es ser consciente de que primero es un ciclo que trata de informar de una manera diferente. Aunque debo admitir que alguna que otra vez me han tirado de las orejas por algún exabrupto. Recién ahora me doy cuenta de que ese tipo de comentarios los debo dejar para el corte.”
El actor, que trabajó en las cámaras ocultas en VideoMatch e hizo del Mariachi loco antes de llegar a Mañanas informales, cuenta que Mala Onda no es una sátira de ningún payaso en particular, sino simplemente un payaso distinto de aquellos que son pura bondad. “Mientras Piñón Fijo encara para un público infantil, que canta y todo, Mala Onda es bizarro, de chistes para adolescentes y mohines para chicos. ¡Porque el gordo un poco se mueve, che!”, lanza, riéndose de su contextura física. De hecho, “el gordo” no para: a su participación en la revista Un país de revista se suma el estreno de Vacaciones con Mala Onda, el espectáculo infantil que estrena este fin de semana en el teatro Broadway. “Parto de la base de hacer lo que a mí me gusta para poder reflejarlo en los demás. Y yo creo que los chicos no son tontos. La idea establecida en los programas infantiles de que hay que hablarles a los más chicos como estúpidos, ya no corre más. Hoy, los chicos están sumamente informados de lo que pasa y son más vivos que los de antes”.
–¿Qué significó pasar de la malaria del circo a las luces de neón de la calle Corrientes y la masividad de la TV?
–Yo trabajo desde los 4 años y en el circo conocí de la misma manera el éxito y el fracaso. Así como un día llenábamos el circo, comprábamos camioneta y mejorábamos el espectáculo, a la tercera plaza de la gira vendíamos la camioneta y tratábamos de sobrevivir. Me gusta que me reconozcan por la calle, pero no compro el éxito. Sé que mañana puedo volver a estar ganándome el pan haciendo cualquier otra cosa. Por eso digo que hacer lo que a uno le gusta, en mi caso ser payaso, está buenísimo pero tiene su precio: cagarse de hambre. Y no sólo eso: ponés en riesgo a tu familia. Nosotros muchos veces perdimos mucho por grandes tormentas...
–Pero a usted no le fue tan mal dada su contextura física...
–No te creas. Lo que pasa es que recuperé mucho peso en los últimos años... (risas).
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