Lunes, 12 de agosto de 2013 | Hoy
TELEVISION › DIEGO BUñUEL CONDUCE NO LE DIGAN A MI MADRE POR NAT GEO
El periodista, nieto de Luis Buñuel, abona el hiperrealismo en su envío documental sobre las zonas calientes del planeta. Aquí habla sobre la importancia del humor, de romper los estereotipos y apunta los beneficios y límites de poner el cuerpo en las historias.
Por Federico Lisica
“Esa es la realidad de mi vida: registro la Antártida y cuando llego a casa, tengo problemas muy concretos como conseguir una niñera en París”, dice Diego Buñuel, quien lleva adelante No le digan a mi madre (viernes a las 21 por Nat Geo). La charla telefónica con Página/12 tuvo que hacerse en dos partes ya que, en el medio, debió entrevistar a una postulante para el puesto que mencionaba más arriba. Su programa versa sobre las vivencias del cronista en lugares y situaciones de peligro. Sea el submundo de la droga en Cali, la Franja de Gaza, junglas urbanas de Bangladesh, Filipinas o Brasil e incluso, rompiendo los prejuicios al informar sobre la cultura hip hop en Irán o cómo es ser judío en ese mismo lugar. Ya ha viajado por más de treinta países captando contextos in extremis. ¿Y la Argentina? “El problema es que es demasiado normal –analiza–. Igual, no quieres que llegue a tu país porque eso significa que allí hay demasiados conflictos. Soy como un ave negra.” Si bien ha escuchado sobre las “similitudes” entre Buenos Aires y la capital francesa, uno de los objetivos de su producción es demoler clichés culturales. “El mundo es un lugar complejo, siempre hay variedades de gris, mi trabajo es mostrar lo surtido. El gran problema de la televisión son los estereotipos. Te dicen Afganistán y te imaginas un barbudo con una Kalashnikov, desmanes; pero la realidad es otra, aquello es sólo un porcentaje de la vida allí. Hay demasiada riqueza y busco sorprender con las historias al espectador.”
–Van por la quinta temporada. ¿Fue cambiando el formato?
–Las primeras tres se basaron más sobre países en guerra. Empezamos a buscar otros perfiles. Por eso fuimos a Rusia e Indonesia, por ejemplo, lugares menos conocidos o con estereotipos muy fuertes. Son pequeñas historias que se convierten en más grandes.
–¿Cómo es el programa en cuanto a producción?
–Solamente somos dos, mi cameraman y yo. Filmamos todo; yo también tengo mi cámara. Es muy directo y con un equipo pequeño. Si hubiese gente de sonido, asistentes de producción y demás, no podría lograr esa intimidad. Con seis personas dando vueltas se perdería el momento.
–¿Hubo algún viaje en el que se dijo “mala decisión”?
–Cada viaje es una buena idea. Todavía no me pasó eso. La Antártida y Pakistán eran una cuenta pendiente. Quiero ir a Nepal, a Bután, países que son una región, pero con una cultura parecida.
–¿Cuánto hay de plan y cuánto de librado al azar?
–Diría que hay un 70 por ciento preparado, no puedes llegar a un país sin estarlo. Por ejemplo en la Antártida. Imagina, aterrizas en el avión y no tienes lugar para dormir (se ríe). El 30 por ciento restante es sorpresa.
–Hoy en día está muy en boga el estilo de vida de los mochileros. ¿Cree que hay un nuevo lugar ahí para la crónica?
–Lo mío son los reportajes en zonas de conflicto. No creo que sería una buena idea hacerlo como turismo. Son casi dieciocho años de reportero. El mochilero tiene algo bueno: vive un país personalmente. La gente viaja por el mundo y sube sus cosas a la web. La diferencia es que yo soy periodista y tengo una responsabilidad. Intento entender y dar un sentido de porqué estoy allí. No es un viaje de turismo extremo.
–En abril falleció Lee Halpin, un periodista inglés que quiso vivir como un homeless para un informe. ¿Cuál es su opinión sobre este tipo de experiencias al límite? ¿Qué recaudos toma usted?
–Lo que se llama periodismo gonzo, de vivir como un sin techo, por ejemplo, es más la experiencia del periodista de vivir la realidad. Pero vivir dos o tres días como un sin techo no te dará eso. La mejor manera de hacerlo es contar una historia sobre gente que realmente lo vive. Desplazarse como si lo estuvieras viviendo... bueno, no lo estás viviendo. No se da información sobre las variantes del problema.
–Su abuelo, Luis Buñuel, fue un genio del surrealismo, usted abona el realismo extremo. ¿Ahí están las conexiones e influencias?
–Sí, claro. Mi abuelo utilizaba el humor en el surrealismo para denunciar los problemas de la sociedad. Yo utilizo el humor en la hiperrealidad para lo mismo. Por eso las dictaduras combaten el humor. Por eso da tanto miedo. No trato de hacer bromas sobre todo, hay aspectos traumatizantes, pero es un arma potente para hablar de cosas difíciles. Lo bueno es que puedes romper puertas ente civilizaciones. Más aún en las situaciones de guerra. El humor es regresar a la vida normal.
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