Miércoles, 27 de noviembre de 2013 | Hoy
TELEVISION › OPINIóN
Por Eduardo Fabregat
A esta altura del partido, los festivales del morbo que la TV suele armar en estas circunstancias no pueden sorprender a nadie. De hecho, el primer responsable de esta vidriera impúdica que involucra a dos menores de edad es el mismo Ricardo Fort, que los llevó a la TV y a producciones fotográficas, los dejó aparecer en cámaras, incluyendo a los niños en el show mediático que fue su vida y que es ahora su muerte.
Pero así eran las cosas en el universo Fort. Los medios audiovisuales deberían ser –o intentar ser– otra cosa. Deberían mostrar alguna vez un viso de responsabilidad, el mismo que ha faltado en casos resonantes como los de Candela Rodríguez o Angeles Rawson, por dar solo dos de muchos nombres. Alguien en la cabina de transmisión, en el sillón del productor o de la dirección de un programa o noticiero debería tener mejor tino. Uno no puede salir de su asombro cuando ve en pantalla la imagen de dos niños sin pixelar y un zócalo que reza Una herencia de 250 millones. Fort no hizo mucho por proteger la imagen de sus hijos, pero con esa irresponsable imagen la tevé les pone precio.
No se piensa. Se mide. En la lógica del impacto, no hay lugar para que alguien ejerza un mínimo de humanidad y piense en dos chicos de 9 años sometidos a un vendaval que –es inevitable– tendrá consecuencias para su salud mental. Con la misma liviandad con la que se pormenorizan detalles de la intimidad de una menor asesinada, se tiran cifras de dinero y presunciones de toda clase sobre las imágenes de dos chicos que ya antes de todo este aquelarre concurrían a su escuela (a todos lados) con una custodia permanente. Más de una vez desde estas páginas se ha hablado de la necesidad de respetar un protocolo frente a casos que involucran a ciudadanos indefensos. Aquellos que gustan de revolver la basura se escudan en que sería un acto de censura sobre un mal entendido “derecho a informar”. Y mientras tanto se regodean en la exhibición de aquello que enciende el minuto a minuto, pisotean, vulneran la intimidad de menores, los ponen en riesgo, los convierten en objeto de caza periodística sin siquiera detenerse a pensar, casi sin darse cuenta de lo que están provocando. Haciendo con dos criaturas cosas que jamás permitirían que le hicieran a sus propios hijos, simplemente porque así era Fort y entonces todo vale. Todo vale. 250 millones o un miserable punto de rating.
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