TELEVISION › GERARDO SOFOVICH FALLECIó AYER, A LOS 77 AñOS
Productor y guionista, creador de éxitos televisivos como Operación ja ja y Polémica en el bar, fue también un oscuro personaje con vínculos con la dictadura y vaciador de ATC durante el menemismo. Su misoginia y sus malos tratos lo acompañaban hasta en la pantalla.
› Por Emanuel Respighi
Le decían “El Padrino”, apodo al que –lejos de la irritación– respondía con cierta risita socarrona, como si tal apreciación acerca de su persona no le disgustara del todo. Fue el hombre que a través de diferentes éxitos televisivos, teatrales y cinematográficos moldeó a buena parte de la cultura argentina, con obras en la que la picaresca y la cosificación a la mujer se volvían moneda corriente. Gerardo Sofovich fue mucho más que un autor y productor prolífico: fue el hombre que en la década menemista “vació” al viejo ATC, en una gestión como interventor del canal público que les dejó a los argentinos una deuda cercana a los 70 millones de dólares, por la que terminó procesado por “administración fraudulenta”. Fue el ideólogo de la cultura somnífera del corte a la manzanita y del Jenga, que tan funcional resultó a los fines arrasadores sobre el Estado de la política de los ’90. De estrechos vínculos con la cúpula militar de la última dictadura, donde realizó su aporte desde la pantalla grande, Sofovich murió ayer, a los 77 años, como consecuencia de una hemorragia digestiva por shock hipovolémico. Desde ayer y hasta hoy a las 13, los restos del guionista, director y productor son velados en la Legislatura porteña.
Creador de exitosos programas televisivos como Operación ja ja, Polémica en el bar y La peluquería de Don Mateo, Sofovich fue una figura central de la cultura argentina del último medio siglo. Cada cual en su momento histórico, sus programas supieron captar la atención popular de cierto sector de la sociedad argentina. Sólo de un sector, claro. El humor chabacano y elevado de tono, las mujeres ligeras de ropa siempre dispuestas a los chistes de doble sentido de los “machos”, la “timba” como ejercicio diario de la viveza criolla, y ese constante juego en el que el poder no sólo no tiene límites sino que debe ser ejercido con autoridad y crueldad, eran recursos permanentes de sus creaciones artísticas. Ya fuera en cámara o detrás de ella, como conductor o productor, como guionista o mentor, Sofovich fue creador –y principal figura– de esa “cultura del macho todopoderoso”, al que no sólo había que respetar sino además temer.
Esa cultura que ya se percibía en la década del ’60, momento en el que alcanzó sus mayores éxitos, se fue agudizando alrededor de sus trabajos a medida que Sofovich fue acumulando poder. La popularidad televisiva de sus programas de TV, sus obras de teatro y sus películas parecieron envalentonar al productor, que paulatinamente fue dejando de maquillar su misoginia en chistes y humoradas para directamente encargarse de denigrar a la mujer abiertamente, con la impunidad que le daba el firmamento televisivo. “Dale nena, agachate un poco más, revolvé de más abajo”, les gritaba una y otra vez en La noche del domingo a sus “secretarias” vestidas en ajustadas minifaldas, mientras las cámaras les hacían planos pornográficos a sus colas, tomadas desde bien abajo. Maltratador serial, por la manera en que se comportaba al aire –y fuera del él– con sus compañeros de trabajo, no es descabellado pensar que Sofovich sentía más amor y respeto por los animales que por la raza humana.
Más allá de la cultura que reivindicó hasta el final de sus días, Sofovich tuvo además un protagónico y nefasto desempeño durante la presidencia de Carlos Menem, a quien consideraba su amigo. La relación con el menemismo fue tan estrecha que durante los ’90 se lo recuerda por dos gestiones que lo pintaron de cuerpo y alma. Apenas asumió la presidencia, Menem lo nombró Coordinador del Zoológico de la Ciudad de Buenos Aires. El amor que siempre profesaba por los animales, expresado en sus programas de televisivos, no era mayor a su ideología privatizadora: el zoológico terminó siendo concesionado en 1991. Lo suyo, quedó demostrado al conocerse la composición accionaria de la empresa que se había adjudicado la gestión del Zoo, era mucho más que una visión ideológica acerca del rol del Estado: Sofovich figuraba, además, como uno de los accionistas de la empresa privada que se hacía cargo del zoológico. Tiempo después, Sofovich vendió su participación.
Esa gestión, sin embargo, no iba a parar su papel protagónico en la destrucción y devastación del Estado de parte del menemismo. En julio de 1991, Menem lo designó como Interventor de Argentina Televisora Color, el viejo ATC. Su gestión al frente del por entonces único canal estatal fue desastrosa, al punto de haber sido denunciado por administración fraudulenta, dejando un pasivo al final de su paso por la televisión pública cercano a los 70 millones de dólares. Haciendo del canal público su propia pantalla, a Sofovich no le resultó incompatible con la función que ejercía como interventor mantener al aire sus tres ciclos (La noche del domingo, Polémica en el bar y A la manera de Sofovich) ni que agencias a nombre de su hijo y de su ex mujer fueran las encargadas de comercializar la publicidad del canal. Sofovich, amigo del poder, fue absuelto de dicha causa y también de una posterior que se le abrió por el delito de defraudación al Estado nacional por esos negocios incompatibles con el cargo de ejecutivo de la emisora. Eso sí: desde su renuncia en 1992, Sofovich nunca más pudo pisar Canal 7. De hecho, cuando Luis Majul quiso entrevistarlo en 2000 para La cornisa, que por entonces se emitía por la TV pública, la nota tuvo que hacerse fuera de las instalaciones del canal, no sin que los trabajadores del 7 hicieran saber en pantalla su repudio.
No menos oscuro fue su papel durante la última dictadura militar. Principalmente a través del cine, Sofovich acompañó con varias películas ese modelo patriarcal y machista que los militares avalaban desde la profusión de comedias picarescas que se produjeron durante aquellos años. Si bien es cierto que ese aval de que los hombres casados y con una familia constituida puedan “tirarse una canita al aire” estuvo en su filmografía con anterioridad al golpe de Estado (Los vampiros los prefieren gorditos, Los doctores las prefieren desnudas o Los caballeros de la cama redonda son anteriores a 1976), no es menos cierto que Las muñecas que hacen ¡pum! (1979) pareció acompañar desde su trama el discurso oficial de la dictadura. El nudo de la comedia picaresca escrita y dirigida por Sofovich es el de dos bandos enfrentados: por un lado, la organización “buena” denominada AM.OR (Amor y Orden), y por otro la “mala”, llamada OD.IO (Organización para la Destrucción Internacional del Orden). Una trama siniestra estrenada en plena dictadura, en la que bajo el paraguas de estar en “guerra”, se avalan prácticas como la tortura. “Tanto en el amor como en la guerra, todos los métodos son válidos. Y mucho más en este caso, en que el amor está en guerra contra el odio”, le dice el líder de AM.OR a un agente, cuando éste le cuestiona los métodos.
Ni siquiera en tiempos democráticos Sofovich se corrió de ese subgénero que tanto daño le hizo al cine argentino durante los ’70 y los ’80. A La guerra de los sostenes y La noche viene movida, sus otras dos películas en dictadura, le siguieron como autor y director Me sobra un marido, Johny Tolengo, el majestuoso, Las minas de Salomón Rey y Camarero nocturno en Mar del Plata. Aunque como actor apenas trabajó en dos películas, es recordada especialmente su aparición en cámara en En retirada (1984), el film de Juan Carlos Desanzo en el que Sofovich interpretó a un represor que “acomoda” a sus agentes que con el advenimiento de la democracia se queda “sin trabajo”. “Nos retiramos porque perdimos una batalla, pero la guerra la vamos a ganar nosotros. Hay que saber esperar”, dice en un momento del film el represor caracterizado por Sofovich a un agente de inteligencia.
La carera artística de Sofovich surgió a comienzos de la década del ’60, cuando en dupla con su hermano Hugo irrumpió en la escena televisiva local como guionista y director de ciclos que fueron un suceso de rating. El primer éxito televisivo fue Operación ja ja, un ciclo de sketches humorísticos que, en sus diferentes etapas, dio lugar a un sinfín de talentosos comediantes que luego harían carrera en el medio. La creación de los hermanos Sofovich fue una auténtica selección de humoristas, muchos de los cuales debutaron en TV en algunas de las numerosas versiones que tuvo ese programa (la original, entre 1963 y 1967, después tuvo sus regresos entre 1981 y 1984, otra en 1987, y una última y desangelada en 1991). Entre muchos, se destacan las participaciones de figuras de la talla y/o el impacto popular de Fidel Pintos, Juan Carlos Altavista, Alberto Olmedo, Jorge Porcel, Carlos Carella, Pepe Soriano, Juan Carlos Calabró, Vicente La Russa y Mario Sapag.
La popularidad de este ciclo durante la década del ’60 fue tan grande que, además de las versiones posteriores que tuvo Operación ja ja, varios de sus sketches luego se convirtieron en programas propios. Ese fue el caso de “La mesa de café”, que luego derivó en Polémica en el bar. La mesa original la integraban Minguito, Porcel, Carella y Rodolfo Crespi, quienes semanalmente repasaban con humor la realidad argentina. El elenco lo completaba el dueño del bar, un gallego interpretado por Alberto Irizar, que en ocasiones era acompañado por “El Preso”, ese genial ayudante interpretado por La Russa y que en etapas posteriores del ciclo se trasformó en el encargado. Fidel Pintos, Javier Portales, Mario Sánchez, Rolo Puente y Julio de Grazia fueron algunos de los actores que pasaron por esa mesa en la que no había temática sin abordar. Polémica en el bar se independizó en 1972, pero alcanzó su mayor popularidad –con picos de rating que superaron los 60 puntos– a comienzos de los ’80, cuando la relación entre los hermanos Sofovich ya estaba quebrada por razones nunca del todo aclaradas.
La privatización de los canales por el menemismo inauguró una nueva etapa de Polémica en el bar en Telefe, en la que Sofovich ya no sólo manejaba los hilos del programa desde el detrás de cámara, sino que asumió la conducción de la mesa. Volcado definitivamente hacia lo periodístico más que a lo humorístico, el ciclo tenía un staff en el que ocupaban las sillas periodistas como Luis Beldi, Hugo Gambini y José Corso Gómez. En plena decadencia del programa, los sucesivos regreso de Polémica... (con Beto César, Pipo Cipollati, Guido Kazcka, Oscar González Oro, Luis Pedro Toni, Baby Etchecopar, Rodolfo Ranni, Tristán...) no hicieron más que bastardear un programa que alguna vez había sentado a los mejores humoristas del país.
Polémica en el bar no fue el único desprendimiento de Operación Ja Ja. Del sketch “La peluquería de Fidel” (con un genial Pintos) surgió en los ’80 La peluquería de Don Mateo, a cargo de Porcel y acompañado por un elenco compuesto por Rolo Puente, María Rosa Fugazot y Luisa Albinoni. Fiel a su estilo, intentando recuperar sus años dorados, Sofovich también replicó forzadamente a La peluquería... en sucesivas etapas para el olvido (Emilio Disi, Toti Ciliberto, Pablo Granados y Miguel Angel Rodríguez fueron algunos que extendieron su agonía en distintas etapas). Además, de un segmento de Operación ja ja surgió también El contra, en el que el recordado Calabró (como Renato Passalacqua) criticaba y hacía enloquecer a los invitados famosos que pasan por el bar.
Sofovich fue además candidato a jefe de Gobierno porteño en 2003 por el menemismo (aunque desistió de la postulación cuando Menem se bajó del ballottage que debía disputar por la presidencia contra Néstor Kirchner), nombrado personalidad destacada de la cultura por la Ciudad de Buenos Aires en 2011 y presencia permanente en la pantalla chica hasta donde su salud se lo permitió (hasta la semana pasada grabó su participación en Los 8 escalones). Con su fallecimiento parece terminarse una manera de entender la cultura popular y una forma de ejercer la profesión de productor. Sofovich fue mucho más que el productor descubridor de talentos y creador de grandes éxitos. Fue, también, representante de una cultura que, desde el poder, él mismo se encargó de apadrinar.
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