TELEVISION › LOS SIETE LOCOS Y LOS LANZALLAMAS, POR LA TV PUBLICA
La decisión de adaptar el lenguaje televisivo a la obra literaria y no al revés es el primero de los logros de la serie, que está a la altura de la prosa arltiana. Fue adaptada por Ricardo Piglia y dirigida por Fernando Spiner y Ana Piterbarg.
› Por Emanuel Respighi
La literatura está de moda en la televisión mundial. Desde un tiempo a esta parte, crisis creativa mediante, son innumerables las obras literarias que fueron trasladadas a la pantalla chica en formato de serie. Ficciones como Game of Thrones, Grimm, Under the Bloom, True Blood, Sherlock y Outlander son sólo algunas de las series que en los últimos años les pusieron imágenes a distintas novelas que fueron éxito en formato de papel. En esa tendencia cada vez más visible se puede ubicar a Los siete locos y Los lanzallamas, la ficción que Canal 7 está emitiendo de martes a viernes a las 22.30. La imaginativa prosa de Roberto Arlt encontró en la versión televisiva una interesante puesta, cuyo mérito parece descansar en la acertada decisión de adaptar el lenguaje televisivo a la obra literaria, y no al revés, sin por ello renunciar al idioma propio de la pantalla chica. El resultado de esa génesis es una ficción tan original como disruptiva a los cánones televisivos locales.
En el mundo audiovisual existen varios secretos a voces. Uno de ellos, tal vez el más extendido, dice que nunca debe de traspolarse a la pantalla grande o a la chica una obra literaria considerada por unanimidad como “maestra”. Esa idea tiene un fundamento: casi siempre se produce algún tipo de “pérdida” –real en algunos casos; imaginaria por el valor simbólico de quién la leyó previamente, en otros– en la transposición del texto a la imagen. Esa convención sugiere que es preferible llevar a la pantalla obras populares de poco vuelo literario y prestigio, como para que la la comparación con la original no sea tan exigente. Puro pragmatismo, es verdad, pero máxima televisiva, al fin de cuentas. La adaptación a cargo de Ricardo Piglia no sólo gambeteó esa idea, sino que además logró poner en pantalla una ficción tan compleja y atractiva como la original.
Uno de los mayores interrogantes que traía aparejado la adaptación televisiva de la obra de Arlt tenía que ver con cómo se iba a resolver la cuestión estética, ya que la historia de Los siete locos y Los lanzallamas transcurre desde finales de la década del ’20 y buena parte del ’30. Esa complejidad estética, epocal, que representaba la obra de Arlt, resultó ser una protagonista excluyente para celebrar. El cuidado trabajo en la imagen, cargado de texturas propias de la época, jugando con los claroscuros y cierta tonalidad sepia, salta a la vista como uno de los grandes hallazgos de la ficción coproducida por Canal 7, la Biblioteca Nacional y Nombre Productora. El montaje de imágenes documentales de las calles de la Buenos Aires de los ’30, que se cuelan en ventanas y fondos mediante una impecable edición, es un recurso que le imprime a la trama un grado de verosimilitud mayor al que se hubiese logrado sin más que la ambientación de época. La imagen del Arlt cronista de su tiempo se materializa en la pantalla.
El derrotero del afligido y angustiado Remo Augusto Erdosain toma en la interpretación de Diego Velázquez una actuación ajustada a los vaivenes de la propia existencia de este personaje emblemático de la literatura argentina. Las actuaciones del resto de elenco se ajustan a esa puesta en escena de personajes de otro tiempo y universos propios. Carlos Belloso en el papel del Astrólogo, Daniel Hendler como el comentador, Daniel Fanego como el Rufián Melancólico, Belén Blanco como Elsa, Julieta Zylberberg como Hipólita, Fabio Alberti como Ergueta, Pablo Cedrón como Barsut, Marcelo Subiotto como Bromberg, Pompeyo Audivert como el buscador de oro, Claudio Rissi como el mayor, Martín Slipak como el abogado, Moro Anghileri como Aurora y Luis Ziembrowski como el secretario de redacción: toda la galería de personajes arltianos encontró resguardo en cada una de las interpretaciones. Como un guiño a la historia, Leonor Manso se pone en la piel de la abuela de Bizca, el mismo papel que interpretó en la versión cinematográfica de Los siete locos que Leopoldo Torre Nilsson llevó a la pantalla grande en 1973.
Las necesidades expresivas de esta particular “obra literaria televisada”, en la que la palabra y el silencio recobran un valor al que pocas veces la pantalla chica les había otorgado, encontraron una sinergia entre el guión, la puesta y las interpretaciones. Cada expresión, cada palabra, cada gesto, cada frase, adquieren en el relato de Los siete locos y Los lanzallamas un peso propio que cargan de poesía y verdad a una ficción que no por ambiciosa cae en el corset de la teatralización filmada. Si bien la serie de la TV Pública tiene tiempos y estéticas que se diferencian del lenguaje televisivo actual, lo cierto es que esa búsqueda –deliberada– recrea un universo tan peculiar que le permite a los espectadores poder disfrutar de una narratividad televisiva a la que se le puede oler el particular aroma que adquieren las hojas húmedas de un libro atesorado en la biblioteca con el paso del tiempo.
El trabajo previo de producción y trasposición de la obra literaria a la pantala chica, que demandó casi un año de trabajo, parece haber cobrado sentido en la coherencia de una ficción en la que todos sus eslabones funcionan en armonía. La mayor transformación que sufrieron los textos originales escritos por Arlt en la década del ’30 fue que el personaje del comentador asume en la versión televisiva un protagonismo mayor. La decisión de hacer que la historia avanzara a través del periodista de policiales resultó un acierto en términos narrativos, que dinamizó y simplificó la enrevesada trama surgida de la mente arltiana. El recnocimiento, entonces, le cabe a todo el equipo encabezado por Piglia (el historiador Javier Trímboli, la ensayista María Pía López, el guionista Leonel D’Agostino, y Alejandro Montalbán y Gabriel Reches, en calidad de productores).
La titánica tarea de imprimirle audio e imágenes, en formato de capítulos, a la obra literaria corrió por cuenta de Fernando Spiner (La sonámbula, Adiós, querida luna, Aballay, el hombre sin miedo) y Ana Piterbarg (Todos tenemos un plan), puntales de una ficción que –faltando pocos capítulos para el final– estuvo a la altura de la obra literaria. Asumiendo riesgos, dedicándole el tiempo necesario, escapando a las fórmulas probadas, sin temer a recorrer nuevas posibilidades estéticas y narrativas, Los siete locos y Los lanzallamas encontró en el formato televisivo la posibilidad única de hacer de la obra de Arlt el punto de partida de una ficción televisiva argentina que necesita reconvertirse y probar para no quedar aplastada debajo de una montaña de latas extranjeras.
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