TELEVISION › SEIS INTEGRANTES DE H.I.J.O.S. DEBATEN SOBRE LOS ALCANCES DE LA NOVELA “MONTECRISTO”
Un grupo de integrantes de la agrupación discute la trama, los efectos y el realismo. ¿Hasta qué punto se sienten identificados y en qué difieren del tratamiento de la dictadura que hace una de las tiras más vistas de la TV?
› Por Julián Gorodischer
Seis militantes de H.I.J.O.S. llegan al local de la agrupación con excusas y disculpas a cuestas: en las asambleas no se discute la novela. ¿Entregarse al debate? Se declaran “ni tan adictos, ni tan fans”. Pero luego sorprenden con su capacidad para correrse de la celebración de la masividad de “El Tema”, un básico repetido hasta el hartazgo. Sabrán ser sutiles en sus distinciones sobre el hacer justicia/ buscar venganza, en sus reparos ante el personaje del hijo militante recién ingresado a la tira (interpretado por Adrián Navarro) pero, sobre todo, en su toma de distancia con respecto al ítem más polémico desde que el boom comenzó: el ejercicio de la tortura por mano propia en Montecristo (entre los tres programas más vistos de la TV, con un promedio de 27 puntos de rating). ¿Una forma de redención? ¿Es posible devolver el sufrimiento al que lo causó? Después de que, en el plazo de pocos días, Santiago (Pablo Echarri) sometiera a sus verdugos a un simulacro de fusilamiento y a una sesión de tortura química, algunos de los H.I.J.O.S. plantean sus reparos. Los que discuten (María Verónica Castelli, psicóloga; Martín Chamorro; Paula Gómez, estudiante de Medicina; Luciana González, trabajadora social; Lourdes Montaño, estudiante de Sociología, y Agustín Cetrangolo, casi profesor de Matemática) tienen algunas cosas claras.
María Verónica Castelli: –La repercusión positiva es la masividad con la que se trata el tema de apropiación de menores, y en dos tiempos: en lo que les pasa a Laura (Paola Krum) y a su hijo, en dos edades diferentes narradas en simultáneo. Pero jamás creímos que al torturador había que torturarlo: hay un límite que no se cruza; ellos son torturadores, nosotros no.
–¿Reconocen historias reales reflejadas en los H.I.J.O.S. de la novela?
María Verónica: –Es raro que haya una falta de conexión tan fuerte entre Federico (el personaje de Navarro) y Victoria (Saccone): los H.I.J.O.S., por lo general, solemos tener una buena onda implícita, y recién después podemos conocernos y empezar a llevarnos mal. Pero de entrada está todo bien. Y sobre todo si ella es la hija de un compañero del grupo más íntimo del viejo de él.
–¿En qué otros aspectos la novela se corre del realismo?
María Verónica: –Lo común no es que tengas a tu mamá liberada porque colaboró de algún modo. Los ex detenidos sólo se ven representados en la mamá de Solano, liberada por haber colaborado. Y al no haber ninguna otra referencia suena como si dijeran que todo ex detenido colaboró. Eso no es cierto, y como acusación me parece grave. No creo que ésa haya sido la intención del guionista, pero estaría bueno que hagan alguna aclaración.
Agustín Cetrangolo: –Y no estamos hablando de lo que se dice bajo tortura: eso es imposible juzgarlo porque nosotros no pasamos la tortura. Pero no lo podemos homologar a colaborar.
Luciana González: –Si se lo ubica en un contexto en el que no se cuenta lo que fue el aparato de terror y de inteligencia, queda descolgado. Es falso, porque eso no sucedía de esa manera. Me parece buenísimo que Montecristo convoque a un montón de pibes a averiguar sobre su identidad, pero me gustaría que el Estado se hiciera eco de lo que está generando. No solamente hay que dejarlo en manos de los pibes. Eso que se genera merece tener una respuesta, y la tiene que dar el Estado.
Martín Chamorro: –Aun así no hay una estructura que pueda contenerlos.
–¿Valoran el aporte de incorrección en un tema que solía correr siempre por la misma senda testimonial?
María Verónica: –La incorrección tiene que tener un límite. Una buena persona no puede torturar. Ya estaba la incorrección en la búsqueda de venganza, no había que exagerarlo. Provocar el dolor que nos provocaron es imposible: yo tenía dos años, no sería reparador. La que tendría que vivir sabiendo que torturó a una persona soy yo.
–¿En qué situaciones aparece la posibilidad de sentirse identificados?
María Verónica: –Es más fácil saber en qué nos diferenciamos. Yo me enojé con el personaje de Laura (Krum) cuando no le dice a su hijo que es hijo de Santiago. Como persona que tiene un hermano nacido en cautiverio, estaba indignada. Desde ese lugar, no podés callarte algo así ni diez minutos. No me entraba en la cabeza cómo dudaba si se lo decía o no.
Luciana: –A mí me parece fuerte que no aparezca la intervención de la Justicia. Se cuenta más desde la búsqueda personal.
María Verónica: –Pero no sé si es tan diferente a la realidad. También los organismos suelen mover la investigación y luego la acercan a los juzgados. Lo irreal es que esa gente esté suelta y no en una organización que vaya haciendo que la causa avance. Agregaría otro detalle interesante: cuando Lombardo quiere lanzar su carrera política, el partido se la retira y presenta al hijo como candidato. Cualquier parecido con la realidad no es coincidencia.
–¿Qué tiene en común y en qué se diferencia la dictadura que ingresa a los géneros masivos (Montecristo, Crónica de una fuga) de la versión que se contaba en las películas de los ’80?
María Verónica: –Montecristo tiene algo en común con La historia oficial, de Luis Puenzo, y es que presenta a las mujeres apropiadoras como inocentes de toda culpa. Hasta que Laura (Krum) no preguntó, durante 30 años Virginia Lago no quiso ayudar. La esposa de milicos, en ambos casos, es una chica tonta que se queda con el bebé y no pregunta absolutamente nada. Para estas personas, ¿un bebé es lo mismo que un perrito? Te robaste un pibe, te lo choreaste, te lo anotaste, y sabías que no era tuyo pero nunca lo dijiste...
Martín: –No se quiere poner en cuestión algo muy fuerte, que es la figura de la madre. No la pintan como apropiadora, sino como mamá. Esto es consecuencia de la falta de contextualización: uno piensa que no sabe, que es inocente, pero falta en todos estos productos la posibilidad de entender que vivía de determinada manera, en un contexto social y político. Yo me hago una pregunta: ¿este programa abre o cierra la discusión sobre los chicos apropiados? No estamos mirando un plan sistemático de robo de chicos, sino un caso.
–¿Por qué creen que se estaría evadiendo la narración de la acción sistemática?
María Verónica: –Yo no estoy de acuerdo con lo que él dice porque para mí se demuestra la sistematicidad cada vez que Victoria (Saccone) va a Abuelas, revisa listados de enfermeras que participaron en entregas de niños, habla de los represores involucrados en la apropiación de niños. Pero es una novela y se basa en un caso. Y además muestra cómo repercute en toda la familia un solo chiquito con la identidad cambiada.
Luciana: –Yo sí destacaría en Montecristo esa aparición de las enfermeras, que participaban en los partos y tenían una complicidad, y de las que mucho no se habla. Sirve para ver que la dictadura no fue un grupo de milicos trasnochados, que hubo una estructura civil que la sostenía.
–¿A qué se debe la explosión comercial del tratamiento de la dictadura? Programas líderes de audiencia (el especial de Telenoche de los 30 años del golpe, Montecristo...), futuros proyectos de películas (entre ellas un biopic de Estela de Carlotto)...
María Verónica: –Son los 30 años del golpe, algo había que decir, y hasta Canal 9 dijo lo que le parecía tratando de instalar la teoría de los dos demonios. Pero se sostiene la teoría de los dos demonios o se piensa que lo único que hicieron en su vida los militantes de los ’70 fue desaparecer. Tampoco se habla mucho de la responsabilidad civil.
Agustín: –Cuando se dice Nunca más... ¿Nunca más qué? Hay mucho eslogan circulando... Se dice: “Que esto no pase más”. Bueno, hay cosas que estaría bueno que pasaran más.
Luciana: –El corte se produjo en 1995, cuando hubo un cambio en cómo se abordó la dictadura: aparece La voluntad, de Martín Caparrós, donde se recuperaba la historia personal de la militancia.
Martín: –Pero es muy diferente lo que pasó hace diez años que esto que ocurre ahora: todo es más comercial. Es más complejo que pensarlo sólo como las derivaciones de la lucha. Si así fuera se problematizaría la lucha de los ’70, el plan, el proyecto de país, los valores de la militancia...
–¿La popularidad del villano (Oscar Ferrigno) puede llegar a familiarizar al represor con el público?
Lourdes Mondaño: –Me mueve todo, digo mirá qué hijo de puta...
Agustín: –Pero puede pasar que, por alguna característica simpática, la gente termine queriéndolo. Es un riesgo.
Martín: –Ahí es donde se mezcla la ficción con el mundo de los famosos. Ya no es un villano, es un famoso. No pensando en la novela, sino en lo que produce.
Luciana: –Es que los que torturaron, los genocidas, no son demonios. Son tipos que también se cagan de la risa, que hacen sus fiestas. Y que cometieron delitos. El torturador era el flaco, el lindo, el feo.
María Verónica: –En cambio los represores de La noche de los lápices me parecen estereotipos falsos: petisos, gordos, con bigotes. Hay actores que siempre hacen de “el represor”. ¿Y entonces Astiz? ¿Y el nene rubio con cara de bueno?
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