Martes, 14 de julio de 2015 | Hoy
TELEVISION › JULIETA DíAZ NO SE CALLA NADA SOBRE LA VERDAD
La ficción semanal protagonizada por Díaz, Daniel Fanego y Diego Velázquez, que esta noche estrena Canal 7, cuenta los pormenores de un triángulo amoroso en el seno de una empresa periodística. “Todos los personajes mienten”, dice la actriz.
Por Emanuel Respighi
El parámetro de tiempo con el que ve pasar la vida se modificó desde que se enteró de que estaba embarazada. Si hasta comienzos del año pasado toda referencia temporal estaba suscripta a sus proyectos televisivos, teatrales y/o cinematográficos, desde que Helena empezó a florecer en su vientre, el parto y los meses de vida de su hija pasaron a ser la nueva unidad de tiempo. Y no sólo eso: también su prioridad. Desde hace un tiempo Julieta Díaz asumió que, antes que actriz, es madre. “Nunca fui de las que diferencian con facilidad lo profesional de lo personal”, afirma. En ese plan, “cuando estaba de cuatro meses”, Díaz se animó a rodar La verdad, la ficción semanal que esta noche, a las 23.20, se estrena en Canal 7. Protagonizada por ella, Daniel Fanego y Diego Velázquez, La verdad cuenta los pormenores de un triángulo amoroso en el seno de una compañía periodística. Una ficción que detrás de la historia de amor, poder y traición cuestiona la noción absoluta que suele rodear a la “verdad”, a la vez que posa su mirada sobre la construcción periodística de lo “noticioso”.
No es descabellado pensar a La verdad como una serie de época. En medio de una sociedad en la que el periodismo está fuertemente cuestionado, la trama de la ficción tiene como base la vida de un reconocido periodista al que el derrotero de su vida personal arrastra a su figura pública, esa que durante muchos años lo erigió como la “cara de las noticias”. Influyente como nadie, Fernando Noriega (Fanego) cosecha un enorme poder, el cual empieza a verse resquebrajado cuando su mujer, Ana (Díaz), lo empieza a engañar con uno de sus mejores amigos (Velázquez). Juego de ajedrez en donde nada es lo que parece, La verdad parece ser una reflexión sobre los diferentes puntos de vista que conviven –no sin tensión– en una comunidad. “El tema de la verdad –le cuenta Díaz a Página/12– está presente desde el momento en que todos los personajes mienten, tienen dos caras. La vida pública y la privada están en permanente tensión. Mi personaje oculta todo el tiempo lo que siente, especula con lo que realmente le pasa. Ella no puede mostrarse tal cual es, lo mismo que el resto. La condición asfixiante de los personaje es tremenda.”
Vestida de entrecasa en el departamento que habita junto a su familia en Recoleta, un soleado mediodía de invierno, Díaz cuenta que hacer la serie surgida de los planes de fomento del Ministerio de Planificación fue “muy placentero”. No sólo porque su personaje cuenta con una fuerte carga pasional, con una intensa exposición sexual, sino fundamental por volver a trabajar con Paula de Luque, quien ya la había dirigido en Juan y Eva. “Esa película fue una de las mejores experiencias de trabajo que tuve en mi carrera”, subraya la actriz.
–En primer lugar, porque el personaje de Eva tiene una riqueza social y política soñada. Interpretar a cualquier personaje histórico siempre es una tarea interesante. En el caso de Eva, no sólo fue un gran desafío por su figura, sino porque la película la retrata en un momento neurálgico de la historia argentina, en una coyuntura muy interesante. Y Paula me ayudó mucho porque conoce muy bien su historia. Compartir elenco con Osmar Núñez fue otra experiencia hermosa, en una película histórica, con lo que cuesta hacer cine de época. Todo el proceso de ensayos muy placentero. Después, alrededor de la película hubo mucho prejuicio porque desde algunos sectores la sindicaron como una película “Peronista/K”, que hizo que mucha gente no la fuera a ver al cine. Sin embargo, creo que muchos no peronistas la terminaron viendo y la película gustó, porque no deja de ser una historia de amor. Y Paula es una directora que tiene una linda mirada estética, que además elige qué decir y qué no.
–A mí me gusta mucho trabajar con directores que eligen no decir algunas cosas. Me pasó lo mismo con Diego Lerman, en Refugiado. Soy de prestarle mucha atención a lo que los directores y los autores eligen contar y lo que no. El pudor artístico me parece una herramienta muy rica para que el espectador complete aquello que ve. Paula tiene una mirada poética, que no es pretenciosa pero a la vez es profunda y asume riesgos. No es fácil arriesgarse estética o temáticamente. El riesgo estético carente de contenido no alcanza.
–La verdad se filmó con tiempos más televisivos, de serie semanal. Esta serie le llegó en un momento justo, en el sentido de que alcanzó una madurez artística.
–Las series que surgen de los concursos, desde los planes de producción, facilitan las grabaciones. A nivel actoral, uno sabe desde el minuto cero cuál va a ser el arco de desarrollo de todos y cada uno de los personajes. Conocer de antemano la personalidad del personaje, las situaciones que vivirá y su cuadro de relaciones facilita la composición. Encima, Canal 7 no tiene la necesidad de la demanda de rating que tienen el resto de los canales. En algunas cosas eso le juega en contra, porque no lo ve toda la gente que uno quisiera. pero a la vez es un canal que llega a todo el país, por lo que puede pensarse como una pantalla masiva. Al no tener esa presión, se puede dar el lujo de emitir una serie que ya está escrita y filmada en su totalidad, lo que garantiza que no haya especulaciones relacionadas con el rating. Se puede dar ese lujo.
De formación teatral, Díaz reconoce que su carrera profesional la desarrolló en la pantalla chica, donde formó parte de infinidad de trabajos, desde Nueve lunas y Bajamar (en “bolos” en los que hacía de amiga 1) hasta protagonizar tiras diarias como 099 Central, Soy gitano y Valientes, pasando por unitarios de la calidad de Locas de amor y En terapia. “Di todos y cada uno de los pasos escritos en el manual de la actuación”, afirma la actriz, que se las ingenió para no estancarse en los límites de la pantalla chica y hacer carrera también en el teatro y el cine nacionales. “Es un lugar común, pero es una gran verdad: yo soy una actriz privilegiada porque puedo elegir qué hacer”, admite.
–Soy feliz haciendo papeles muy diversos. Siento que tuve la suerte de que no me encasillaran en ningún género ni papel. No quiero que me encasillen. La diversidad es lo que mantiene sano al actor o la actriz. Tengo la suerte de no hacer el mismo personaje desde hace veinte años. Seguro que hay algo que se repite, que hay una manera mía de interpretar que se filtra en todos. Incluso, una tendencia, si considero que tanto Eva como Tita Merello o Ada Falcón son todas medio arrabaleras. Cada proyecto es como un novio nuevo. Estamos en un buen momento familiar, con la llegada de nuestra hija, pero resulta más difícil mantener la llama del matrimonio que la de la actuación (risas). Me resultó muy fácil no aburrirme actuando.
–Lo que sí me pasó es que, antes de casarme y de tener a Helena, tenía la sensación de entusiasmarme con los trabajos, pero no sentirme satisfecha completamente. Había algo que me pasaba que no terminaba de encontrar en el trabajo. Sentí esa meseta. Es algo muy personal, pero creo que esa sensación tenía que ver con la necesidad que me surgió en medio de tanta exposición de encontrarme a mí misma, con consolidar una pareja, con decidir darle vía libre al deseo de ser madre y dejar atrás los temores. Si bien nunca dejé de entusiasmarme, pasé un momento de cierta inquietud.
–Lo personal se filtra en lo profesional. Siempre. En cualquier trabajo, pero especialmente en la actuación, ya que nosotros trabajamos mucho con las emociones. El instrumento actoral es nuestro propio cuerpo, nuestra propia mente. Eso influye. Pero la actuación muchas veces sirve para desconectar. A la hora de estar sobre el escenario, es tanto el compromiso emocional que lo personal se deja de lado naturalmente. Cuando se está tranquilo en lo personal, el trabajo actoral se disfruta más. Me había pasado que no sentía el entusiasmo de antes, que la actuación no era mi vida. Mi prioridad había cambiado, sentía que podía estar muy contenta con mis trabajos pero no los disfrutaba al no resolver cuestiones personales. Hasta que no pude resolver lo personal no era feliz. Recuerdo estar haciendo Los locos Addams, que fue un proyecto maravilloso, pero al estar mal conmigo misma, había algo que me turbaba. Morticia fue un gran personaje, pero no quería llegar a casa y no estar bien. No quería pasarla bomba en el trabajo y llegar a mi casa y no ser feliz. Mi prioridad era estar bien conmigo misma. Tengo la suerte de tener una carrera muy frondosa y generosa.
–Se fue dando. Una de las cosas que me definieron fue haber trabajado en Pol-ka, porque Adrián (Suar) siempre me propuso hacer personajes totalmente diferentes a los que había hecho. Vio esa cosa camaleónica en mí, que terminó por ayudarme a componer todo tipo de personajes. Me aburre hacer de mí misma. Me utilizo a mí misma para un montón de cosas, pero me aburre que mis personajes sean parecidos a mi vida, a mi personalidad. Lo divertido de la actuación es poder hacer la mayor cantidad posible de personas. Cuando estudiaba teatro, siempre intenté componer personajes alejados a mi ser. Suar vio eso y me ayudó. Después, tras hacer diez años de televisión, decidí bajarme del medio. Había un montón de ofertas y Ana María Bovo me ofreció hacer Emma Bovary, proyecto del que me enamoré. En ese momento decidí no hacer TV, porque sabía que para hacer teatro tenía que demostrar que me interesaba ese espacio expresivo. Si seguía haciendo tele, no me iban a llamar nunca. Lo mismo me ocurrió con el cine, donde tuve que demostrar que me interesaba transitar por ese medio, en proyectos tan diferentes como Herencia, Derecho de familia, Dos más dos y Refugiado.
–Si bien en Pol-ka hice mucha comedia, en un momento sentí que había pegado mucho mi nombre asociado al drama. Por eso desde hace unos años aparecieron y elegí hacer papeles en comedia: Dos más dos, Corazón de León, Los locos Addams. No me siento ni de drama ni de comedia. Tampoco como una actriz de televisión ni de cine. El espacio escénico no me define. Un actor es un actor. Podés componer mejor en un espacio o en otro, a veces uno no puede tocar de la misma manera todos los instrumentos, pero siempre lo interesante es poder expresarte de todas las maneras y ámbitos posibles.
–Trato de elegir buenos libros y gente que sepa dirigir. Para la salud mental y profesional de un actor, es fundamental elegir historias interesantes y directores capaces. Ese es el privilegio de poder elegir. Un privilegio que, de cualquier manera, hay que saber aprovechar. Hubo cosas a las que he dicho que no y que después estuvieron buenísimas. Y otras en las que después comprobé que había estado bien en decir que no, porque no era para mí, porque no era el momento... La elección no debe pasar únicamente por el rating o el potencial de audiencia. Es fundamental elegir según cada momento en el que uno está. No entiendo a quienes dicen “no hago más drama”, o “no hago más comedia”. Hay momentos artísticos para cada propuesta. Si uno tiene la posibilidad de elegir y lo hace en función de su interés en ese momento, seguramente va a funcionar mejor. Nunca hay que olvidar que uno trabaja con uno mismo.
Una de las consecuencias inevitables de priorizar lo personal por sobre lo profesional es la de alejarse de aquellos proyectos que demanden una gran carga horaria y que se extiendan a lo largo del tiempo. En ese plan, la ficción televisiva diaria no es una opción para la actriz en este momento. En efecto, su último trabajo en ese género fue Valientes, hace ya seis años. “Lo que me pasa con la tira es que requiere de mucho tiempo trabajando, pero poco para hacer las escenas. Realmente, si no tenés ganas de entrar en ese ritmo, es mejor no aceptar una ficción diaria porque la vas a padecer. Cuando empezás a hacer unitarios, o teatro o cine, te das cuenta del tiempo que tenés para componer un personaje y pensar una escena. En cine, por ejemplo, tenés jornadas de diez horas en las que hacés tres escenas. En una tira diaria, en esa misma jornada podés llegar a meter treinta”, ejemplifica la actriz. De cualquier manera, más allá de la carga horaria que demanda, el trabajo en una ficción diario es incomparable.
“Una tira –analiza– es una experiencia muy compleja, mucho más difícil de lo que la gente cree. No sólo el actor y el autor lo sufren: todos trabajan a contrarreloj, desde el vestuarista, el encargado del arte, la maquilladora, el ejecutivo... Es como hacer una película cada día, en un punto. Es una locura. Bastante bien salen las ficciones diarias, en un país donde no tenemos los recursos para hacer television como los que tiene Estados Unidos. Yo me formé profesionalmente en la tira, admiro mucho a todos los que trabajan. La tira entrena mucho al actor, es un gran entrenamiento, genera una cosa de oficina entre los compañeros muy piola, pero no tenés el tiempo que te gustaría para crear una escena. Eso es contraproducente. Es medio imposible no repetirse. Lo ideal es entrar y salir de esa dinámica de trabajo, para no terminar haciendo siempre el mismo personaje. A mí me pasó de tener que llorar en una escena y ya saber en qué posición me iba a poner. Hay que luchar mucho con el piloto automático cuando hacés tira. Por eso es muy importante el personaje que uno interpreta, ya que si tiene matices se te hace más fácil agarrarte de él para poder resistir tantos capítulos.”
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