TELEVISION › FERNANDO “PINO” SOLANAS HABLA SOBRE “MEMORIA DEL SAQUEO”
Su película, filmada al calor de los acontecimientos de diciembre de 2001, podrá verse mañana a las 22 por Canal 7, en el programa Ficciones de lo real.
› Por Oscar Ranzani
El 19 de diciembre de 2001 Pino Solanas llegó al país después de un viaje por Europa. Cansado de las horas de vuelo, decidió acostarse temprano sin saber –al igual que la mayoría de la sociedad– que al día siguiente caería el gobierno de Fernando de la Rúa. El 20 de diciembre Pino prendió el televisor y se encontró con ese terrible panorama que ofrecía la Plaza de Mayo, convertida en un espacio de represión policial. Entonces, el director de La hora de los hornos no dudó en calzarse la cámara al hombro y dirigirse junto a sus hijos a la Plaza a compartir la resistencia popular y caminar con la gente. Esas imágenes tomadas al calor de los acontecimientos quedaron para la posteridad en Memoria del saqueo, película que marcó el inicio de una saga (que continuó con La dignidad de los nadies y seguirá con Argentina latente y Lo público y lo privado) y que podrá verse mañana a las 22 por Canal 7 en el programa Ficciones de lo real que conduce Diego Brodersen.
Memoria del saqueo es también una clase de historia que permite entender que la crisis de 2001 no fue un hecho aislado: con el foco puesto en la década menemista y la devastación que causó el modelo neoliberal, Solanas desgrana un profundo análisis sociopolítico a lo largo de once capítulos sobre la deuda externa, la degradación republicana, el salvaje modelo económico de los ’90, las privatizaciones, el corporativismo y el vaciamiento financiero. Todas situaciones que permiten al realizador hablar de que en este país hubo una “mafiocracia” que produjo un “genocidio social” sufrido por millones de argentinos y que se terminó cobrando más víctimas que el terrorismo de Estado. Una película como ésta, ¿se filma desde la bronca o desde el dolor? “Desde las dos cosas”, dice Solanas en la entrevista con Página/12. “Agradezco que todavía me indigne y me asombre. No mediatizo mi asombro ni mi indignación. Allí donde haya una injusticia, un robo, un atentado a los valores, a las libertades y a la ética pública voy a pegar el grito”, agrega el realizador.
–¿Pensó alguna vez que esta película que denuncia la corrupción política podía llegar a emitirse en un canal público?
–Bueno, la verdad es que nunca me hice mucha ilusiones pero siempre una parte mía dijo: “tiene que emitirse”. Usted piense que La hora de los hornos y Los hijos de Fierro todavía no se exhibieron en la televisión ni pública ni privada. Es un retroceso grande que los canales de televisión públicos o privados no exhiban cine nacional. Lo que exhiben como cine nacional son aquellas películas en las que ellos son coproductores o productores. Pero no hay compromiso de cuota de antena para el cine nacional en la televisión, lo cual es una enorme grosería y un gran desprecio. Pero el caso de Memoria del saqueo me parece bien.
–¿Coincide con la visión de que, si bien refieren a momentos históricos diferentes, Memoria... fue como una continuación de La hora de los hornos?
–En cierta medida lo es. En primer lugar, es una película que retoma el discurso de análisis histórico. Por supuesto, no lo retoma donde termina La hora de los hornos, que es el ’67 o ’68, sino veinte años después. Memoria del saqueo sigue siendo una crónica de la historia, un ensayo histórico. Mezcla crónica de la historia con reflexiones. No es el testimonial científico. Es una película de autor y una propuesta cinematográfica de composición estética. Si dicen que es un documental es poco porque me remite a un noticiero o a una película informativa de televisión. Prefiero hablar de cine de fusión testimonial. El cine testimonial da testimonio pero en su expresión es un cine de fusión. A veces testimonia la realidad y, a veces, la inventa.
–¿Cómo es eso?
–Yo no puedo ver los momentos en que el poder discute sus decisiones. Ya pasó. Tampoco me dejarían estar. Se me ocurrió que el espectador se lo imaginara. Entonces, filmé los escenarios del poder vacíos pero con un murmullo con ciertas voces. Eso no es un documental, es una composición. Memoria del saqueo es una larga caminata mía por el país: empieza por las calles de la city viendo las torres y la miseria y continúa en reparticiones públicas, viajando por carreteras y por el Gran Buenos Aires o Tucumán. Pero siempre hay una cámara en movimiento. Mejor dicho, en esta película hay dos cámaras que se contrapuntean: una muy cinematográfica con steady cam que es de gran angular y que me sirve mucho para las reflexiones, para ir narrando. Si no, ¿cómo hago para contar la historia de la deuda externa? ¿Cuál es la imagen de la deuda externa? Eso es televisión. Siempre digo que la dificultad de una película es inventarla como hecho cinematográfico y visual. Se me ocurrió que la deuda son los bancos: su interior y sus protagonistas. Recorrí todos los bancos y, de pronto, descubrí uno espectacular como el Central, con una pared tapizada de retratos y uno de ellos es el de Cavallo. Por supuesto, esa toma también está estudiada: es un larguísimo travelling y ahí menciono toda la historia de los desfalcos y estafas que se cometieron contra los argentinos y que los pagó el Banco Central. Y el travelling termina en el retrato de Cavallo. La segunda cámara es la subjetiva, con gran angular pero metida adentro de la realidad para verla. Es la cámara que anda por las calles, que se mete en las casas, en los suburbios, en los lugares de trabajo, rescatando la emoción. Una película tiene que emocionar.
–Usted denuncia que el patrimonio público ahorrado por generaciones de argentinos fue saqueado. ¿Sigue siendo una deuda pendiente?
–Por supuesto que sí. Hay que recuperar el patrimonio público, pero la dolorosa experiencia vivida debe servir al menos para no repetir los errores sin límites que se ejercían en el pasado. En pocas palabras: ¿cómo deben gestionarse las empresas públicas? ¿A la antigua de la mano del partido gobernante o entregarlas al mercado que nos azotó diez veces más? Hay que marchar hacia un tercer modelo que es la gestión participativa. Hay que convocar a un gran debate, es una picardía que el Gobierno no se anime a hacerlo. Convocar a toda la sociedad, a las organizaciones sociales, universidades, partidos políticos e intelectuales para discutir qué modelos de gestión debemos implementar para que los usuarios y consumidores que pagamos servicios públicos tengamos también voz.
–¿Qué le provocaba la idea del “que se vayan todos”?
–Era un grito sincero. La gente tenía bronca, estaba harta del maltrato. Pero como grito político era pobre. ¿Qué quiere decir que se vayan todos? Si ningún poder es suicida. No hay nadie que deje el poder porque le griten. Bueno sí, a De la Rúa le habían dicho que se fuera y se fue. Quedó aislado por sus propios correligionarios y la clase política y el pueblo combatiendo con todo lo que tenía en la calle. Pero cuando quiero decir que era pobre no salió el pueblo a decir: “El petróleo para los argentinos, que se vayan todos y dejen el petróleo, dejen los fondos de pensión, que no se pague la deuda externa”. No salió con esas consignas.
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