TELEVISION › LO QUE QUEDó DE 2015 EN LA PANTALLA CHICA
En una temporada electoralmente intensa, el entretenimiento le impuso sus propias reglas a la política. Y en medio de la modificación de hábitos de consumo audiovisual, la industria despide 2015 con la certeza de que las fórmulas del pasado para la ficción ya no sirven.
› Por Emanuel Respighi
El 2015 fue el año en el que la televisión argentina vivió en campaña. El año electoral tiñó de política buena parte de la programación de la pantalla chica, demostrando que no existe género televisivo al que los políticos le rehúsen cuando de captar votos se trata. La telepolítica en versión 2015 impuso una única máxima: hay que estar presente en cuanta posibilidad de mantenerse en pantalla haya, adaptándose al lenguaje y al público al que apunta cada programa. Así, como nunca antes, los televidentes fueron testigos de cómo la clase política se arrodilló ante la lógica televisiva, cruzando una frontera peligrosa, en la que el entretenimiento le impuso sus propias reglas. Fue tal la preponderancia de la “política del espectáculo” que el pulso de la TV argentina en el año que está por terminar no fue marcado –esta vez– por ShowMatch, sino por la excesiva presencia de candidatos y funcionarios de distintos colores que se pasearon por los estudios dispuestos a todo, bajo la absurda idea de que los puntos de rating se pueden canjear por votos.
Que la política haya opacado a Marcelo Tinelli como centro de producción y programación de toda la TV argentina habla más sobre el rol que la pantalla chica local prefiere jugar en tiempos de elecciones que de ShowMatch. De hecho, el ciclo de baile, humor y escándalos no perdió la presencia que tiene en la sociedad argentina desde hace un cuarto de siglo. En todo caso, lo que sucedió en esta temporada fue que el programa perdió el rol omnipresente que siempre tuvo, en tanto abastecedor de contenidos de otros ciclos. En 2015, Tinelli dejó de ser el “gran programador” de la TV argentina para cederle su lugar a la política, en tanto figura central de una pantalla chica que se transformó en una caja de resonancia del discurso político más impactante, absurdo o chicanero del día. A carencias de propuestas, exceso de presencia mediática.
En esa suerte de pantalla panelística en la que se transformó la TV argentina, la política pareció convertirse en la variable de rating que todo productor tenía a mano. Para los candidatos lo importante era estar en pantalla el mayor tiempo posible, porque así lo marcan los manuales de comunicación que les escribieron los gurúes del marketing. Nada importaba si con ese objetivo se sentaban en el estudio de un programa de chimentos, exponían su vida íntima en el programa de mayor audiencia de la TV argentina o se ofrecían como carne en oferta frente a un panel de periodistas dispuestos a despellejarse y despellejarlos. En 2015 los políticos en campaña y los productores sellaron una alianza que, probablemente, haya sido más útil a los fines del minuto a minuto televisivo que a las necesidades del discurso político.
La maratónica campaña, que entre las elecciones a jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y el ballottage presidencial demandó cerca de ocho meses, encontró eco en la pantalla chica. Una reverberancia –a veces ensordecedora– que se mantuvo ininterrumpida en ciclos como Intratables, donde por lo general el griterío aplastó cualquier posibilidad de intercambio de ideas y/o propuestas. El show televisivo conducido por Santiago Del Moro, más proclive al impacto que a brindar herramientas para entender la realidad, se posicionó en el año en que se vivió a puro voto en el principal espacio de “debate de ideas” de la TV abierta argentina. ¿Programa periodístico o show televisivo? Ese pareció ser el dilema que persiguió a Intratables durante todo el 2015.
Resulta imposible analizar la “espectacularización de la política” sin hacer mención al aporte que a esa tendencia realizaron programas como Almorzando con Mirtha Legrand (también en su versión nocturna, de los sábados) o Periodismo Para Todos. Mientras el programa de la diva marcó agenda durante todo el año por los polémicos comentarios de la anfitriona o por las declaraciones de algunos de sus invitados, el de Jorge Lanata continuó construyendo grandes audiencias utilizando recursos propios del entretenimiento y la ficción para imprimir un lenguaje opositor. En la otra vereda, 6,7,8 y Bajada de línea transitaron sus últimas temporadas ejerciendo la tarea periodística sin ocultar su posicionamiento ideológico, reconstruyendo (y deconstruyendo) el entramado en el que se enmarcan algunos hechos noticiosos.
En medio de la campaña televisada las 24 horas, el primer debate presidencial entre Daniel Scioli y Mauricio Macri resultó paradigmático: la impresionante audiencia que consiguió la transmisión en cadena nacional contrastó con el escaso aporte que su estructurada realización hizo al pensamiento y al debate de ideas.
El año no comenzó de la mejor manera para la ficción argentina. En medio de la modificación de los hábitos de consumo audiovisual, la temporada 2015 se inauguró con la novela turca Las mil y una noches posicionándose como el programa más visto de la pantalla chica local. Las latas extranjeras, desde la irrupción de Avenida Brasil el año anterior, coparon no sólo el prime time argentino, sino que también parecen satisfacer sus necesidades televisivas. Al menos estos tanques foráneos a los que en 2015 se sumaron otras como ¿Qué culpa tiene Fatmagull? y, más recientemente, Karadayi. Latas extranjeras que, por faltante de productos locales y también por virtudes propias, el televidente argentino parece estar aceptando cada vez con mayor beneplácito.
La temporada 2015, sin embargo, encontró en el último trimestre una de las más logradas producciones de la TV argentina desde la irrupción de Los simuladores, aquella magnífica creación de Damián Szifron, Diego Peretti, Federico D’Elía, Martín Seefeld y Alejandro Fiore. Basada en la verídica historia de los Puccio, Historia de un clan renovó las esperanzas: la ficción argentina tiene con qué sortear la competencia extranjera que invade por aire e Internet. La producción de Underground, ganadora de un concurso de fomento audiovisual para prime time del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) y del Ministerio de Planificación, logró darle vuelo propio a una historia conocida por todos. Sin atarse a la causa judicial y permitiéndose correr riesgos artísticos pero también narrativos, Historia... construyó una ficción políticamente incorrecta, que mantuvo su tensión dramática de principio a fin.
El rol de Luis Ortega, como guionista y director de la ficción, le permitió al programa recuperar el espíritu “de autor” que se destacó entre tanta TV atrapada en su propia trampa de atarse a la fórmula probada. Hubo humor negro y suspenso bien dosificado, cierto lirismo poético y violencia fría, suspenso y ternura. La notable interpretación de Alejandro Awada, como el maquiavélico Arquímedes, impregnó la trama de un elemento perturbador como hacía tiempo no se percibía en la pantalla chica local.
Entre las interesantes propuestas que hubo en el género en la temporada que termina, es imposible soslayar la grata sorpresa que resultó la traslación a la televisión de Los siete locos y Los lanzallamas, las dos magníficas obras literarias de Roberto Arlt. La ficción coproducida por Canal 7, la Biblioteca Nacional y Nombre Productora logró resolver el desafío de contar una historia de época gracias a un cuidado trabajo en la imagen, cargado de texturas propias de la época, conjugando los claroscuros y la tonalidad sepia. La figura como cronista de su tiempo de Arlt encontró en el montaje de imágenes documentales reales de las calles de la Buenos Aires de los 30, que se filtraban en ventanas y fondos mediante una impecable edición, un recurso que le imprimió a la trama una verosimilitud bien acompañada por las actuaciones de Diego Velázquez y un nutrido elenco. Ricardo Piglia, Fernando Spiner y Ana Piterbarg honraron la prosa de Arlt en esta versión televisiva que supo sortear el riesgo de caer en la teatralización filmada.
En contraposición con esas propuestas, el 2015 tuvo otras ficciones que no cumplieron con las expectativas que habían generado. Tal vez el más notable de esos casos fue el de Entre caníbales, que tenía como creador a Juan José Campanella y contaba con los protagónicos de Natalia Oreiro, Joaquín Furriel y Benjamín Vicuña. Con una trama que se metió de lleno en el mundo de la política, nunca pudo plasmar en pantalla una historia lo suficientemente tensa en términos dramáticos para atraer audiencias masivas. Oscura y densa, Entre caníbales no logró escapar a un ritmo cadencioso, que ni los ricos recursos técnicos ni algunos diálogos filosos pudieron compensar. Inicialmente prevista en formato de 120 capítulos, la baja audiencia le mostró a la ficción la peor cara de la TV argentina, recortando sus emisiones a la mitad y siendo siempre el comodín “levantable” de la gerencia de programación de Telefe.
Entre caníbales no fue la única decepción. Algo similar ocurrió con Signos, la ficción de Polka que se emitió semanalmente. Protagonizada por Julio Chávez, contando con el equipo artístico y técnico de producciones como El puntero y Farsantes, entre otras, la principal apuesta de la productora de Adrián Suar también se ubica en la columna del “debe” del 2015. Si bien hacia el final su principal deficiencia fue corregida, lo cierto es que lo que se presentó como una historia policial de suspenso careció en sus primeros capítulos de la dosis mínimas de intriga e incertidumbre. Signos fue un híbrido entre la tradición “polkana” y las necesidades dramáticas que impone la ficción de género.
Entre historias novedosas y bien filmadas (como el caso de Cromo), otras que repitieron fórmulas conocidas (Esperanza mía), algunas que no pudieron nunca correrse de la solemnidad teatralizada (Variaciones Walsh) y pequeñas que padecieron presupuestos escasos y programaciones perdidas (Milagros en campaña, Conflictos modernos), la ficción argentina completó un año que vuelve a prender las luces de alarma. La realidad de un público cada vez más amplio, formado bajo el consumo diario de ficciones de calidad de cualquier lugar del mundo, impone a los productores, guionistas y programadores la necesidad urgente de renovarse para revertir lo que hasta ahora es una paulatina agonía. La celebrada libertad disruptiva de Historia de un clan parece la más clara prueba de que aún la industria está a tiempo de no convertirse en un mero difusor de programas extranjeros.
Los riesgos económicos y artísticos que siempre signaron a la ficción, sumados a la estampida de audiencia que evidencian los programas en la TV abierta, llevaron a que se desarrollara otro tipo de contenidos. A la sobreabundancia de “programa de panelistas”, principal beneficiado de esa debilidad, se sumaron los ciclos de entretenimientos. Los concursos de talentos, como Tu cara me suena, Elegidos o Masterchef, volvieron a demostrar que existe un público de la TV abierta al que le gusta este tipo de productos. La frescura que trajo Leandro “Chino” Leunis a la pantalla con la conducción de Escape perfecto llevó a Tomás Yankelevich a apostar al animador con el nuevo formato de preguntas y respuestas Boom, posicionándolo en Telefe como lo que el omnipresente Guido Kazcka representa para la pantalla de El Trece.
Sin las audiencias que antes garantizaban rostros como los de Julián Weich o Nicolás Repetto, El Trece parece haber dado en la tecla, en esta búsqueda de nuevos animadores, con el debut de Nico Vázquez en la conducción de Como anillo al dedo. Aun en un formato que no es otra cosa que un rejunte de muchos otros ya transitados, el actor mostró en estos primeros meses que no le faltan ni espontaneidad ni recursos para entretener durante horas a televidentes que buscan programas que no les generen una gran atención y esfuerzo intelectual. Iván de Pineda, con su ya longevo Resto del mundo, parece formar parte de esta nueva camada de rostros familiares de la TV abierta argentina.
En un año atravesado por la política, marcado por la continuidad de las fugas de las audiencias hacia otras plataformas, la industria televisiva argentina despide el 2015 con la única certeza de que las fórmulas del pasado ya no son garantía de nada. En un mundo hiperconectado, con audiencias que trascienden las fronteras con tan sólo con un click, voraces para consumir, la pantalla chica no puede (ni debe) seguir mirando para otro lado. El desafío, no cabe duda, es dejar de mirarse el ombligo y pensar contenidos de cara al nuevo homo videns. Quien quiera ver, que vea.
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