Martes, 16 de febrero de 2016 | Hoy
TELEVISION › VINYL, UNA MIRADA NUEVA SOBRE LA ESCENA MUSICAL
El tándem Mick Jagger-Martin Scorsese dio excelentes resultados: la serie de HBO retrata la Nueva York de 1973 desde el punto de vista de las discográficas, con una fiereza y fidelidad que imanta al espectador, y un elenco que ofrece actuaciones descollantes.
Por Eduardo Fabregat
No puede decirse que a la escena rock le hayan faltado retratos audiovisuales, realizados con mayor o menor suerte, desde lo documental o desde lo ficcional. Hubo abordajes desde lo periodístico, como la Casi famosos de Cameron Crowe; desde la más salvaje parodia en This is Spinal Tap (Rob Reiner); desde el punto de vista de los músicos –y su manager– en la injustamente subvalorada The Commitments de Alan Parker; desde el escenario con Stop making sense de Talking Heads (Jonathan Demme); en un cruce con el mito de Fausto y el Fantasma de la Opera en Phantom of the Paradise de Brian de Palma... la lista podría seguir y seguir, acumular nombres de grandes directores y ópticas interesantes, y aún así se llegaría a la misma conclusión. A la escena rock le faltaba un retrato como Vinyl.
No siempre la matemática se traslada a la obra artística, pero desde el vamos en la serie que HBO estrenó este domingo había una sumatoria que presagiaba un excelente resultado: Mick Jagger en la idea original y Martin Scorsese en la realización. Es cierto que muchas veces se ha dicho “no puede fallar” sobre cosas que efectivamente fallaron, pero el primero de los diez episodios –doble, dirigido por el mismo Scorsese, y eso ya dice unas cuantas cosas– dejó bien claro que no es el caso. El dúo, que se conoce hace tiempo y colaboró intensamente en la realización de Shine a light, el concert film de los Stones en 2008, tenía muchos lugares por donde arrancar su historia, pero se decidió por un momento y un lugar de alta intensidad: el año 1973, en la ciudad de Nueva York. Y aunque en la filmografía rockera se ha mostrado muchas veces el mundo de las compañías discográficas, nunca nadie hundió el bisturí tan hondo, nunca nadie saltó el mostrador para exhibir la jungla del business con semejante fidelidad y desprejuicio.
Vinyl puede ser disfrutada por cualquiera, pero sin dudas los conocedores del ramo disfrutarán el doble. En el centro de la historia está Richie Finestra (Bobby Cannavale, uno de los más feroces mafiosos de Boardwalk Empire, otra producción de Scorsese), propietario del tambaleante sello American Century: un tipo curtido en la producción discográfica, con una oscura historia que apenas empieza a develarse en flashbacks y en un carácter de ex adicto que –basta ver la primera escena– pronto quedará atrás. Dueño de un afilado oído para detectar nuevos talentos, empeñado en una lucha por vender el sello a PolyGram, Finestra es el tipo que ha tenido que archivar algunos ideales para subsistir en un mar de tiburones. La performance de Cannavale es magnética, y la fiereza del guión hace el resto: no hay manera de no creerle. A su alrededor, además, pulula un elenco de personajes con la misma sustancia y profundidad, en lo que es uno de los enormes aciertos de la serie. El rock abunda en caricaturas, pero nadie en Vinyl es de cartón pintado.
Allí está el jefe de Artistas y Repertorio Julie Silver (Max Casella), lidiando con el capo de las radios “Buck” Rogers, el cocainómano perdido encarnado por un irreconocible Andrew “Dice” Clay; allí está Zak Yankovich (Ray Romano), repartiendo “saludos de cien dólares que luego se volvieron saludos de 500 dólares y un gramo”, aspirando polvo de una bandeja giradiscos con un DJ radial que ayudará a que los productos American Century suban en el ranking; Maury Gold (Paul Ben-Victor, impecable), ex jefe y mentor de Finestra, de sólidos vínculos con la mafia italiana; Lester Grimes (Ato Essandoh), el blusero explotado por la industria y condenado a cancioncitas vendedoras; la rubia Jamie Vine (Juno Temple), asistente de A&R y proveedora de sustancias que descubre a los Nasty Bits liderados por Kip Stevens (un tal James Jagger) y parece tener las cosas más claras que sus jefes, que han dejado de visitar los tugurios donde se cuece la nueva música; Devon Finestra (Olivia Wilde, la “Thirteen” de House), con su propio pasado de amistad con Andy Warhol y un presente de esposa aburrida a punto de mandar todo al cuerno...
El desfile continúa y gana aún más encanto con las apariciones de protagonistas reales, en momentos de absoluta fidelidad a la historia. Hay un Robert Plant que discute porcentajes con Finestra en el backstage del Madison Square Garden (y se ve a los cameramen que están registrando The song remains the same, y suena “Somethin’ else”), y una disfrutable aparición de Peter Grant, el manager de Led Zeppelin, con menos pulgas que un bagre de río, torpedeando el acuerdo con PolyGram porque “no voy a firmar con esos nazis”. Aparece un David Johansen increíblemente parecido al original, y los New York Dolls volándole la cabeza a Finestra con “Personality crisis” y literalmente demoliendo el Mercer Arts Center (un hecho que sucedió en la realidad, en agosto de 1973, aunque no durante un show de los Dolls). Aparece Clive “Kool Herc” Campbell, padrino del hip hop, aconsejándole al “carapálida” Finestra –extasiado por esa nueva música que sale de un edificio– que desaparezca de su calle del Bronx. Y todo late en la pantalla, magistralmente filmado y montado por Scorsese, que conoce esa New York como nadie (de hecho, ya la retrató en el mismo momento en que sucedían las cosas con Calles salvajes y Taxi driver) y transmite con maestría el peligroso pulso de una ciudad volcánica, que estaba gestando uno de los movimientos musicales más poderosos del siglo pasado.
Y todo eso salpicado de one liners tan contundentes como: “Cuando empecé en el negocio, el rock’n’roll se definía como dos judíos y un italiano grabando a cuatro negros directo a cinta”. O: “¿Saben cómo nos dicen? American Cemetery, el lugar donde los artistas vienen a morir”. Y todo eso como el comienzo de un festival de diez episodios, con la promesa de Scorsese de seguir detrás de las cámaras: “Esto se remonta a cuando usé la música para Calles salvajes en 1973, es algo muy natural para mí; con lo que planeo estar involucrado en la mayor cantidad posible de episodios, y hacerme el tiempo para dirigir algunos”, dijo en una conferencia de prensa en California. Con semejantes ingredientes, la producción de HBO viene a poner otro mojón en una historia televisiva reciente que eleva a las series a un nivel cinematográfico, asumiendo de paso el riesgo de llevar a la pequeña pantalla historias salpicadas de consumo de drogas, sangre, excesos de toda clase y situaciones que no dejan muy bien parados a algunos popes de la industria musical. Ofreciendo, aun en la abigarrada oferta de retratos sobre el mundo del rock, una mirada nueva. Y, sobre todo, una hora en la que es imposible despegar la vista de la pantalla.
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