TELEVISION › ANA MARIA OROZCO ANALIZA EL EXITO MUNDIAL DE “BETTY, LA FEA”
Mientras en Nueva York la tira pelea el horario central, su look se expande a escala planetaria. Su creadora, que vive momentáneamente en la Argentina, habla del alcance de su personaje y anticipa su aparición en Mujeres asesinas, donde encarnará a una mujer “a la que la vida le queda chica”.
› Por Julián Gorodischer
El desafío de eternizar un look la encontró probándose postizos, rechazando las verrugas (porque tal vez sería demasiado). Hace ya seis años Ana María Orozco, radicada en la Argentina “por cuestiones del corazón”, hacía aparecer la imagen que se repite como un calco en Rusia, India, México, Alemania y en pleno corazón de Manhattan, donde una multitud de feas salió la semana pasada a promocionar furiosamente el reciente debut de Ugly Betty, protagonizada por América Ferrara y con producción de Salma Hayek. La invasión de feas en Penn Station, Wall Street y Rockefeller Center, en pleno Chelsea y en el Times Square dicta que la creatividad latina pauta tendencia, según asume la anteojuda original en la entrevista con Página/12. ¿Le hubiera gustado ser la fea angloparlante? “Para nada”, conforme con su rol de fundadora, recordando la tapa del The Washington Post en la que posó como cara del nuevo emporio alternativo de la telenovela que –junto al guionista Fernando Gaitán– construyó para sus hijos, y los hijos de sus hijos.
Ana María se inspiró en el mundo de las aves para encarnar a esa “adorable criatura” que alguna vez fundó en la pantalla chica un universo autónomo: la belleza fue en Ecomoda (la empresa en la que ofició de secretaria y luego de gerenta) la moneda. Betty... tomó la forma de una utopía estética, prequirúrgica, que abolió la hegemonía de la acumulación capitalista, allí donde el status y el ascenso social se dirimían sólo por la fotogenia. Para volverse horrible –y reaccionar contra un estándar de belleza centroamericana: rubias, siliconadas, de narices respingadas, de clara inspiración sajona allí donde abundan las mulatas– ella se vinculó con la risa del ganso luego de estudiar esa fauna en el Animal Planet, con el andar de pato, la risa como un cacareo que irritó por igual a pretendientes, jefes y compañeras de trabajo; nunca al padre fiel. La pregunta es: ¿Por qué ingresa Betty a la cadena ABC en el horario central de las 21, allí donde no falta ni se retacea la producción original? Tendrá que competir contra la masividad de series como My name is Earl de NBC, Survivor de CBS, y Til Death de Fox. ¿Por qué, además, seduce al público sofisticado de Manhattan, de la Quinta Avenida hacia el Norte, poco acostumbrado a los enlatados venidos de Colombia?
–Sobre el boom de Ugly Betty –asume Ana María Orozco–, la verdad es que no estoy tan enterada. Nadie me pidió ayuda ni asesoramiento; será porque está demasiado bien escrito. Pero entiendo que la sociedad norteamericana es propensa a ese humor negro y a la crítica que apunta sobre su propio ombligo. Ha surgido una cantidad de programas en ese tono, con esa mirada que busca reírse de uno mismo. Pero, además, la historia del patito feo es universal. Y aquí se denuncia el extremo al que se ha llegado con la obsesión por la belleza.
Orozco es la prueba de que el debut profesional (o el masivo) eterniza un signo que –en su caso– será el de las mujeres marginales, nacidas al calor de la pobreza, la fealdad, la segregación, como le tocará en el episodio de Mujeres asesinas que se verá el martes 24 de octubre con el título de “Mara alucinada”). La miseria y la angustia sin motivación aparente de Mara (la alucinada), la subordinación de Betty dentro de la empresa Ecomoda se unen en la entrega a causas perdidas. Aunque –dirá Orozco– esa inclinación no esté premeditada. “Creo que fue por pura casualidad que me tocaron mujeres marginales, no las he buscado. Como actriz sólo me interesa arriesgarme, que al personaje le pase algo, que transmita. Y de pronto llegó Betty...” Creció escuchando rock en español, se enamoró de Soda Stereo, se empapó en su adolescencia de la prosa de Cortázar, de Borges. Y entendió que sus chicas estarían disociadas entre el carácter y la apariencia. Esa esquizofrenia creativa las haría crecer, como sucedió con Betty (un icono/ rostro que de tan universal en muchos sectores ya le compite al de Evita, no así a otros como el Che Guevara porque no llegó a poster ni a calcomanía). A calcomanía sí –corrige un productor–, en Rusia, India y Colombia salieron álbumes de figuritas. Si la exterioridad de Betty fue la consagración del grotesco hasta lo impensable en situación de melodrama, su interior casi contradijo el look.
–En realidad también Betty fue muy dramática, muy intensa. Cada personaje tiene lo suyo. Mara, ahora, no sabe bien por qué sufre, tal vez por un trauma de infancia, siente una angustia permanente. No está motivada por nada demasiado definido. Tiene una vida normal, y podría vivir tranquila y contenta como cualquier mujer, pero le queda chico el pueblo, la vida. Tiene una faceta mística, persiguiendo un mandato de sus antepasados indígenas que corresponden a su propia voz.
–¿Qué siente por haber impuesto el look que recorre el mundo, desde Bombay a Nueva York: flequillo pastoso, brackets, gafas... ¿Y lo tiene registrado?
–¡No! (risas). ¡Y podría haber sido mucho más grotesco, llena de lunares, de verrugas, más granos! Pero había que cambiarla sin operaciones de por medio, o sea que no podía ser algo tan drástico. Tenía que ser una fealdad arreglable para asimilarla a la historia del patito feo. Bastarse con los brackets, las gafas, aunque fueran clichezudos, y fue saliendo la manera de caminar, la risa de ganso, el andar de ave, el gorjeo....
–La semana pasada The Village Voice... decretó: “Rompe el esquema de la televisión de Estados Unidos”...
–Betty es pura piel, pura intuición. Me tocó, me daban palpitaciones en el corazón; rompía todos los esquemas de la telenovela... Yo misma he tenido una pelea con los preconceptos de la belleza, y aquí se reaccionaba contra eso. No llega a la exageración, a la cosa caricaturesca. Se impuso en los Estados Unidos gracias al mercado latino, a través de los inmigrantes que la llevaron a ese territorio.
Ugly Betty no tiene la continuidad y la frecuencia diaria del original colombiano ideado por Fernando Gaitán, quien concretó el ingreso de la heroína freak a la telenovela y abrió la puerta a las gorditas y las lisiadas con licencia para el romanticismo. Su productora, Salma Hayek, se obsesionó con la trama al punto de incluirse como una mucama melodramática en la telenovela que la familia de Betty ve a diario. América Ferrara, la actriz que carga con la pesada herencia de Orozco, declaró a la BBC que “es un honor hacer el papel de la heroína de muchos latinoamericanos, que tiene tanto corazón que al encarnarla me hace sentir bella”. Su Betty vive en el suburbio neoyorquino de Queens, es hija de un inmigrante latino y tiene la responsabilidad de atraer al mercado hispano a la programación de una de las grandes cadenas. “Tienen que hacerlo en inglés –analizó el crítico del diario estadounidense La Opinión– como forma de conquistar al resto del público.”
Para Orozco, Betty es la cara visible de una “influencia latina cada vez más fuerte y que va acaparando cada vez más”. Luego vinieron secuelas (Mi gorda bella es la más notoria), pero dice no haber visto ninguna. Ecomoda, su propia secuela, “no fue tan interesante porque ya había pasado todo. Su transformación había ocurrido, su vida seguía, no asombraba a nadie”. De las versiones más exóticas que siguen rebotando entre los países, destaca la alemana. “No vi la rusa, la india, la mexicana ni la española, pero sí la alemana con una Betty hecha a su manera, estéticamente más moderna, más natural, sin un registro tan de comedia, rubia, más simple. ¿Seré una estrella en Rusia? Ni idea. En México emitieron la original, pero fue el único país donde no fue tan exitosa.” Para un balance, reivindica la moraleja para el melodrama: que sirva para modificar conductas. ¿Y lo logra?
–No sé si aquí es tan notorio, pero en Centroamérica hay una obsesión por asemejarse a los patrones de belleza norteamericanos. Por lo menos Betty lo cuestionó, y se empezó a hablar del tema. No puede ser que la morocha latina se tiña de rubio. ¡Hay que respetar a la naturaleza!
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