TELEVISION › EL FINAL DE “GRAN HERMANO”, UN FENOMENO SOBRE LA NADA
El programa de Telefé consiguió algo que no entraba en los cálculos de Marcelo Tinelli: derrotar nada menos que a la reaparición pública de Diego Maradona. Y ya se está armando la casa para la versión con “famosos”.
› Por Emanuel Respighi
Fueron 119 días, pero parecieron muchos más. Es que la versión 2007 de Gran Hermano no sólo copó la pantalla televisiva con su formato de tira diaria diseñado por Telefé: también funcionó como caja de resonancias de una televisión que por momentos pareció estar al servicio del programa más básico en la historia de la pantalla chica. Aún hoy cabe la pregunta de cómo pudieron 18 chicos de escaso atractivo (televisivo, cultural, sexual incluso), tan desabridos, convertirse en el centro de todos los comentarios. Y el reality show más antiguo de la TV mundial terminó acorde a esa insulsa realidad que impusieron sin más el grupo de conejitos profesionalizados: por más packaging invertido por la producción –con papelitos, humo artificial y música lacrimógena ad hoc–, la “gran final” de Gran Hermano finalizó en escena tan fría como la temperatura del día, con Marianela Mirra –la ganadora– como ejemplo paradigmático. A la inversa de lo caliente que, sin embargo, resultó el ciclo en cifras de rating y recaudación: la última gala promedió 39.1, con un pico de 44.3... ¡a la 0.30! (ver aparte).
A lo largo de los cuatro meses de duración, la cuarta edición del reality de Endemol condensó los peores vicios de la TV actual. Si la pantalla televisiva es hoy una industria anómica (con corrimientos de horarios, levantamientos imprevistos de ciclos, adoración del rating como único fin), Gran Hermano fue un ciclo desprovisto de reglas. De hecho, por primera vez en la historia del formato versionado en más de 30 países de todo el mundo, la versión local “rompió” con la regla madre del reality y que carga al ciclo de significado, esa que dice que los participantes deben estar totalmente aislados del mundo exterior. Basándose en un flexible y desconocido reglamento, el encuentro de los recluidos con sus familiares fue la opción escogida para enfrentar al regreso de Marcelo Tinelli y su ShowMatch.
Pensado más en términos estratégicos en pos del rating que en brindar un ciclo televisivo de calidad, el reality demostró que en la TV actual no sólo el contenido importa poco, sino que además no basta con ese valor en extinción para atraer televidentes. Tampoco alcanza con un casting finamente seleccionado con potenciales historias mediáticas (el abusado, el ex tumbero, la actriz porno soft). También hay que tejer alianzas que garanticen la difusión permanente y masiva del fenómeno. Incluso, alcanzando pantallas de la competencia. La heterogénea conformación del panel de debate, con un chimentero de cada canal y revista, no fue casualidad.
Desde la misma elección como conductor de Jorge Rial, Gran Hermano dejó en claro que la cuarta edición daba un golpe de timón respecto de las ediciones anteriores. Si Soledad Silveyra desplegaba empalagosamente un espíritu paternalista con sus “valientes”, volviéndose insufrible hasta para los mismos seguidores del programa, Rial terminó de institucionalizar el canibalismo televisivo del siglo XXI, desperdigando en la pantalla de la familia su tradicional modus operandi en clave pseudoseria. Los “valientes” de antaño se transformaron ahora en “guachos” o “hermanitos”, a decir del nuevo conductor. Y las historias ocultas de los aspirantes a mediáticos fueron minando la pantalla en perverso tratamiento homeopático.
En este curso acelerado de imposición de un fenómeno televisivo diseñado integralmente por Telefé, la esperada y promocionada gala final funcionó ajustadamente. En una demostración de sinergia por parte del canal, Susana Giménez cerró su programa con una réplica del confesionario, por el cual cada uno de los participantes expulsados hicieron su propia votación, en la que se impuso Juan y quedó en evidencia que Marianela no es precisamente bien considerada por sus “colegas”, ya que sólo obtuvo un voto. Con la pantalla caliente, la “gran final” comenzó minutos antes de la diez de la noche, con imágenes en vivo desde un helicóptero que recorría desde el aire los estudios de Telefé en Martínez, donde está emplazada la casa “más famosa del país”.
Intentando inyectarle glamour y emoción a la velada, algo que definitivamente no es lo suyo, Rial comenzó relatando con mayor formalidad que de costumbre las “sorpresas” que se iban a vivir durante la noche. Muy pocas, en realidad, ante la cultura de la nada que impusieron Juan, Marianela y Mariela, los tres finalistas, que anteanoche pudieron seguir toda la gala por la pantalla de plasma de la casa. En medio de ediciones que repasaron algunos momentos del ciclo y de los finalistas, a los chicos les acercaron revistas del espectáculo que daban cuenta de la suerte de los eliminados publicadas durante su encierro, como para mostrarles lo cerca que estaban del “sueño” de ser famosos, anhelo de buena parte de una generación educada bajo las luces catódicas. Y como para que fueran poniéndose al día de las “obligaciones” con las que carga la nueva generación de fugaces mediáticos.
En un estudio remozado para que entrara más gente que lo habitual y se transmitiera un ambiente festivo acorde a la circunstancias, no dejó de llamar la atención cómo toda la campaña de instalación del programa como “tema de interés nacional” orquestada por Telefé jugó en contra en la última gala. Es que tanto Rial como la producción del programa tuvieron problemas para contener al enfervorizado público que desoyó las indicaciones y no dudó en expresar su alegría y su bronca con cada resultado, llegando por momentos a hacer imposible la audición televisiva de lo que iba ocurriendo en el envío final. Tal vez motivadas por la manga de aire que habitualmente se ven los domingos en las canchas, que comunicaba la casa con el estudio, cual bandas futboleras las tribunas intercambiaban cánticos entre aquellos que defendían a Diego (el último expulsado de la casa tras una “nominación espontánea” de Marianela, que se vivió entre los seguidores del ciclo como una “traición”) y los que apoyaban a “Male”. Los gritos de “Traidora, traidora!” y “¡No se lo merece!” se entrecruzaban con los de “¡Male tiene aguante!”.
Casi 30 minutos antes de la medianoche, justo en el mismo momento en que Diego Maradona comenzaba su entrevista en ShowMatch, Rial le comunicó a Mariela que había quedado en el tercero puesto, con 923.628 votos. “Una cifra que cualquier político de la Argentina envidiaría”, le espetó el conductor. Minutos después, el cordobés Juan descubrió que había quedado en segundo puesto, con 1.287.902 votos, y que la ganadora era Marianela, con 1.566.319 votos. Casi 3,8 millones de votos sellaron el destino de la cuarta edición de Gran Hermano. Una cifra impresionante y redituable en términos económicos (ver aparte), pero que sin embargo –y lógicamente, dada la diferencia de mercados– está muy lejos de los 70 millones de votos que el público emitió durante la última semana de abril en la sexta edición de la versión estadounidense de American Idol.
Ya en la madrugada, aprovechando la impresionante audiencia que tenía el programa, Telefé jugó su última carta mostrando cómo, en vivo, una veintena de obreros con la remera de Gran Hermano Famosos ingresaba a la casa vacía y comenzaba a desarmarla para montar el nuevo ciclo, que comenzará el próximo domingo a las 21. Un nuevo capítulo en un formato cuyo aporte a la creatividad en TV es más que discutible, pero cuyas cifras no dejan de producir asombro. Y más de una consideración sobre el gusto promedio del consumidor televisivo.
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