TELEVISION › LOS REALITY SHOWS MAS EXTRAÑOS DE TODO EL MUNDO
La convivencia entre humanos y monos, una competencia entre desfigurados, la dulce espera bajo llave y la elección del cineasta del futuro componen la nueva ola de un género estrella, sin límites claros.
› Por Julián Gorodischer
El realismo queda reducido a la ficción televisiva, mientras los shows de realidad fuerzan convivencias imposibles al filo del género fantástico. La nueva camada de productores de reality shows, en todo el mundo, concreta ideas que parecen salidas de un futurismo clase B, apoyadas en dos géneros predominantes: el melodrama (por ejemplo, en vísperas de un nacimiento en el reality inglés con embarazadas) y el terror (en compañía del enemigo, en el reality chino con hombres y monos salvajes). Bastó un escándalo en la TV pública holandesa (desatado por el estreno de El gran show del donante, donde una enferma terminal de un cáncer cerebral convivió con tres pacientes renales para elegir a cuál le donaría su órgano, y todo terminó siendo una parodia) para avivar la polémica, y lo que llega ahora es el debate sobre un tipo de programas sin techo en la renovación de temas y estructuras.
No tan lejos de la polémica con ministros y dirigentes de ONG, pero sin que se haya denunciado todavía su condición apócrifa, en Inglaterra una productora acaba de lanzar su reality con desfigurados, con un trasplante total de rostro como premio mayor, según reveló The Sunday Times. El anuncio para reclutar apuntó a “personas afectadas por un problema de autoestima hasta el punto de no querer salir de casa”. Como primera reacción airada, el equipo de cirujanos del Hospital Royal Free, de Hampstead, expresó “una profunda preocupación por este tipo de iniciativas”. Crisis sanitarias, ascenso profesional y riesgo físico concreto componen la épica de la nueva camada, dejando al próximo Gran Hermano 5 –que volverá a la pantalla de Telefé una vez que se acabe el cada vez más diluido Gran Hermano Famosos– apenas como un tiro perdido para pelearle el rating al Bailando por un sueño de Marcelo Tinelli, pero un austero exponente en la prehistoria del género.
Idea fija
El canal People & Arts se convirtió en una usina de telerrealidad, en general orientada a los servicios y los ascensos profesionales. Operando entre el documental y la novela por entregas, el productor estrella Mark Burnett fue el principal impulsor de un género cuya pequeña revolución parece ser desentenderse de todo prurito moral, avanzar sobre zonas francas, reunir la vanidad y la muerte en el mismo set. Sus dos versiones de El aprendiz (con Donald Trump y Martha Stewart), junto con El retador y On the lot (el reality de Steven Spielberg, que se emite los martes a las 21), fueron algunos de los programas más vistos de los Estados Unidos y expandieron una creencia perturbadora: el futuro de los negocios, el box, la gastronomía, y ahora también del cine independiente anida en un programa de televisión.
“Todo el mundo entiende El señor de las moscas o Robinson Crusoe, o tratar de hacerse rico como sucede en el programa de Trump”, dijo Burnett a Página/12. “Entendés cómo una persona pobre intenta darle de comer a su familia. Mis programas son como las películas.” Dejaba en claro la única constante inevitable, ya sea entre astronautas o en la convivencia con los monos: la fidelidad a la teoría darwinista interpretada linealmente; es pura eliminación y supervivencia del más fuerte en busca del premio mayor (en billete o, en sus versiones profesionales, en un puesto de trabajo). Y todo volvió a comenzar con On the lot, donde –según declaró el director de ET y Tiburón: dos gérmenes posibles para el reality– quiso “devolver algo” de lo que la industria le dio. On the lot es fiel a los códigos de todo reality profesional: facilita un desplazamiento al lado ornamental de las carreras. Menos preocupado por los contenidos de las óperas primas que en el pintoresquismo de una personalidad cualquiera de cineasta excéntrico, el reality cinéfilo se animó a quebrar otra frontera: le añadió competitividad a la producción artística, algo que se remitía a las premiaciones de obra pero nunca a la potencialidad de artistas emergentes. Si una carrera posible quedara trunca por el trauma, ése no es su problema. Es la regla: al “ejecutivo” de El aprendiz se lo evalúa según las atenciones que le presta al señor Trump en la organización de un evento cualquiera, así como a los 16 estudiantes de cine que aspiran a su oficina propia en Dreamworks se los califica (a cargo de un jurado integrado por Carrie Fisher, Brett Ratner y Garry Marshall) más por su capacidad para la venta de un proyecto que por sus dotes narrativas. Ante todo, el hijo pródigo deberá ser un buen negocio.
En el mismo canal, pero los jueves a las 21, Perder para ganar demuestra que podría haber inspirado al local Cuestión de peso, pero menos adepto a la bajada políticamente correcta por “la vida sana” (incluido el abrazo al Congreso que comandó el ciclo de Andrea Politti) que al escarnio de someter a los gordos al entrenamiento marcial de Jillian Michaels y el morbo adicional de verlos pasar hambre para ganarse el premio final de 250 mil dólares. El Extreme Make Over de casas, también en People & Arts (los lunes a las 14), agrega un componente que siempre eleva las acciones de un show de realidad: que se haga contra la voluntad del sujeto en cuestión, sorprendido (supuestamente) in fraganti, cuando la producción o alguien cercano deciden por él que es por su bien, como también ocurría en el original de la saga (el Extreme... de cuerpos, por E! Entertainment). En esos casos, el sobresalto del tipo y la comprobación de que lo intervenido siempre queda peor le dan a la experiencia un aire morboso que lo aleja de la categoría “servicios” para enmarcarlo en una de las galerías de fenómenos, tan en boga.
El cuerpo vulnerado
Todos los pronósticos indicaban que la telerrealidad iría avanzando hasta cambiar las fronteras territoriales (casa, bar, isla, colectivo) por los límites del cuerpo humano. Desde el seguimiento a embarazadas hasta El gran show del donante existe un largo trecho que –al probarse que todo era apócrifo– demostró no haberse extendido todavía al tabú de la donación, homologando el riñón al fajo de billetes. Hasta que se supo sobre el bluff, hubo una avalancha de críticas; el presidente de la cadena BNN, prestado al juego, respondió con estadísticas en mano: “Las opciones de un riñón son de un 33 por ciento para cada concursante. Son mucho más altas que las que existen para la gente que está en lista de espera”. Cuando el Parlamento insistió en sacarlo del aire, vinculándolo a la venta de órganos, el ministro de Medios se excusó la semana pasada: “La Constitución me prohíbe tomar cartas en el contenido de programas, lo cual sería censura. Llamar a la BNN podría ser una intimidación, lo que tampoco es deseable”.
El escándalo provocado por El gran show..., en el prestigioso Channel 4 londinense, sólo parece ser comparable a otro originado en un reality para nada paródico, el inglés Make me a mum (“Hazme mamá”, 2005), que encerró a los varones saludables y atléticos y los evaluó según la calidad de su esperma, mientras un grupo de mujeres también competía para ser la afortunada. La polémica llegó desde la ética médica. “Representa todo lo que detestamos”, declaró Josephine Quintavalle, de la Liga de Etica Reproductiva. “Toda esta idea de programa está más allá de lo que cualquiera pueda creer o pensar como ético. Cada vez que creemos que llegamos al punto límite, nos equivocamos.”
El reality extremo no avanza añadiendo cantidad de participantes o reducción del territorio del encierro, sino agudizando la capacidad de televisar lo microscópico, visibilizando la realidad que antes sólo ingresaba al laboratorio químico/biológico. Aquí, el procedimiento in vitro fue filmado completamente en vivo, gracias a una técnica alemana que permitió mostrar en detalle cómo el óvulo de la mujer era fecundado por el espermatozoide elegido como “superior”.
El cuerpo en peligro es el eje del flamante Show de los monos, una producción china que encerró a seis participantes para compartir cinco días con monos en el zoológico de Qinling. Los humanos tuvieron que competir con los animales por la comida que arrojaban los visitantes. Como licencia especial, dejaron a los hombres salir y descansar por las noches en tiendas de campaña. El premio de 200 mil euros parecía justificar la convivencia con los animales salvajes. “Pedimos a los concursantes que imitaran actitudes y costumbres de los monos –dijo Ren Feixiang, directivo del zoológico– para que el público comprenda cómo se vive cuando se es privado de la libertad.”
Escándalo comparable (con igual voracidad microscópica que la de Make me a mum, pero aplicada al retrato de una sexualidad más allá de la procreación) surgió con el estreno en Inglaterra de Los inspectores sexuales (2006), en el que parejas de los distintos barrios de Londres permitieron que se instalaran cámaras en sus habitaciones, habilitadas en horario nocturno; los conductores eran terapeutas sexuales y el registro explícito daba paso a un porno soft de genitales esfumados para habilitar la visibilidad en el horario central del Channel 4. Todo anduvo bien, con altos índices de audiencia, hasta que intervino otra asociación profesional, los enemigos más acérrimos de la frivolización que atribuyen a estos realities. “Forma parte de una cultura exhibicionista, sexualmente voraz y perpetuamente insatisfecha”, reclamó la Asociación británica de terapeutas sexuales. Y la segunda temporada nunca vio la luz.
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