TELEVISION › “DA ALI G SHOW”
El Canal Sony acaba de estrenar el ciclo que hizo famoso al “héroe” de Borat.
› Por Julián Gorodischer
Después de Borat (2006), por fin se puede conocer en la Argentina la otra cara de Sacha Baron Cohen: el reciente estreno de Da Alí G Show permite hacer fluir a Alí G, el rapero blanco que respeta la modalidad operativa de la criatura más famosa del cómico inglés, el kazajistaní Borat que –en la película estrenada en 2006– proclamó su incorrección en pleno corazón de Estados Unidos, proponiendo entrevistas para un documental apócrifo que ponían en evidencia a la feminista ortodoxa y al portador y coleccionista de armas peligrosas.
Alí G es un heredero fiel: la suya no es estrictamente una cámara oculta sino una performance filmada en la que trastroca la esencia y los fines del show (supuestamente uno juvenil, sin doblez irónico) para que –en el fraude– se exponga el lado menos simpático, o el blooper para nada ingenuo del establishment norteamericano, desde Donald Trump a Gore Vidal. Hasta ahora, sólo se había difundido en la Argentina un leve anticipo de lo que Alí G puede dar en la película Ali G Indahouse (Ali G Anda Suelto), un paso en falso por su condición enteramente ficcional: Alí circula desde su barrio a la incursión en política como excusa para una sucesión de gags. Pero donde el personaje crece es en su intervención en lo real, donde caen las fronteras entre periodismo y narración ficcional, homologando las esferas, diluyendo los límites cuando la entrevista punzante de Borat o la complaciente/enajenada de Alí G hacen convivir simultáneamente el atractivo de ponerlos contra las cuerdas y la personificación digna de un capocómico ultrapersonalista. Da Alí G Show, que comenzó en la TV británica en el prestigioso Channel Four, y luego tuvo su rebote merecido en Estados Unidos, se aleja del género degradado de las cámaras ocultas (derivadas al escarnio del “caso individual”) por el aviso previo distorsionado que la aplica a entrevistas menos clandestinas que fraudulentas. Además, Baron Cohen propone una versión cuestionadora de discursos sociales (poniendo en cuestión la ignorancia general en las Naciones Unidas, el conservadurismo racista de la América profunda o la vanidad y superficialidad del aparato de estrellas en una firma de autógrafos de Pamela Anderson –en Borat– o los prejuicios que sobreviven en el plano de la discriminación sexual cada vez que Bruno entrevista monotemáticamente a las estrellas sobre temática gay) escuchando –luego de la provocación– el exabrupto.
Como se lo vio en el video de Music, de Madonna, Alí G es más caído de la palmera que Borat, aunque con igual porte de megaestrella, convencido de que su prédica es casi una religión entre los jóvenes raperos de los Estados Unidos, representándolos en las barbaridades que puede llegar a sostener sobre la geografía y la política. “Mi objetivo es jugar con estereotipos para que la gente saque fuera sus prejuicios y así demostrar lo absurdo de cualquier forma de prejuicio racial”, dijo Cohen, luego del estreno de Borat, que ya aparece en Da Alí G Show como ese reportero de Kazajistán, que lleva al corazón de los Estados Unidos la imagen más fosilizada de ser primitivo y tercermundista, afín a los peores prejuicios realizados. La operación es tenuemente diferenciada entre Borat y Alí G: mientras el primero derrama cierta malicia, con probable conciencia de su acto incomodante cuando apoya la bolsita con su defecación sobre la mesa larga del banquete de gala, el segundo no se aparta del alelado, expresando preguntas incomodantes a estrellas menos como una prueba a superar (del tipo de las misiones falsamente heroicas de Tom Green o del grupo Jackass) que como fruto de su condición de inimputable.
Si Borat espeja la cerrazón mental norteamericana, Alí G tendría a su cargo la representatividad de la pobreza de la formación en las nuevas camadas, que podrían sostener la condición de país de todo el Africa o confundir a Vidal con un actor del cine mudo. Alí G, justo en el momento en que Estados Unidos extrema su odio y prejuicio contra el musulmán genérico, es un idiota fanático del hip-hop, cadena de oro, actitud desafiante contra funcionarios gubernamentales y estrellas del montón, como si su capacidad fuera hacerse cargo del escarnio que se le dirige, fórmula infalible para desarticular un discurso del orden del absurdo. Las criaturas de Sacha Baron Cohen concentran lo malo, como cuando en un sketch de Da Alí G Show, Borat hace que la gente cante un estribillo que repite Tiren al judío al pozo, dejando aflorar el espíritu de un público conservador; se mezclan la mordacidad del sketch y la intervención crítica para que los monstruos salgan a la luz. “Yo no sé si eso quiere decir que son antisemitas –dijo Cohen–. Pero quiere decir que son indiferentes. Y eso me basta para demostrar lo que sea que quiero demostrar.”
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