TELEVISION › VOLVIO “GRAN HERMANO”
Para contrastar con el tedio de la versión de famosos, la quinta edición del reality envenenó la convivencia.
› Por Julián Gorodischer
Lo ya vivido se impone sobre la “nueva esperanza”, “la sorpresa”, “la novedad”, enunciadas reiteradamente por el conductor de Gran Hermano 5 (Quinta Generación), con todos los vicios de una secuela mal terminada: inoculación de intriga, emoción, acción con los hilos a la vista, desmintiendo los mismos postulados fundacionales del género del reality show: hay trucos muy explícitos para envenenar la convivencia de 18 adolescentes tardíos, cada vez más jóvenes luego de comprobarse en GH Famosos que la trayectoria no cotiza en “la bolsa” del rating. Entran el mago junior, el policía, el cartonero y la RRPP, y todos se encuentran con las nuevas reglas del GH buscarroña: abastecimiento en un supermercado DIA metido en la casa, que les baja las persianas mientras están adentro para que alguno quede encerrado dentro del encierro; un don que se reparte a través de una ruleta rústica, y entrega la inmunidad o los superpoderes; y la promesa de batir un record de expulsión prematura, que se concretará el próximo lunes en una de las espectaculares galas.
Nada alcanza para dramatizar lo suficiente el show, pero tampoco se toma el riesgo de importar algún formato verdaderamente radical en el campo de los realities: ni competencia por una cirugía estética o reparadora entre desfigurados, ni un poco de esperma como premio para mujeres solas; entonces, la sensación que genera el GH 5 es del orden de un decadentismo televisivo que altera los resortes ya arcaicos de un experimento deficiente, y no conforme con fracasar en su entrega con famosos vuelve a repetirse con comunes, pero agregando una carpa en la que dos chuparán frío en el falso jardín o el “llamado de la muerte” que (cuando sonó el teléfono rojo) dejó nominada a la colorista Solange, otra Colo como la que introdujo la sospecha de sexo televisado en la primera edición: en ésta ya ni hace falta cambiar los sobrenombres.
Entre los que ingresaron, aburre esa tendencia a rellenar moldes iguales con otros rostros, por análogo u opuesto complementario: al ex presidiario (ganador del GH Famosos) lo reemplaza aquí un policía salva vidas de Santa Fe (que irá dosificando su faceta heroica); a la anterior recepcionista de boliche (Nadia) la sucede otra RRPP más top (Mariana), de la que se espera data fresca sobre la noche porteña, ahora que el reality y el programa de chimentos –post-incorporación de Jorge Rial– componen una unidad en el universo catódico, un todo ensamblado que aporta romance y guerra al análisis de la nada, pero que ayudado por un poco de información del mundo real podrá –se estima– incrementar el valor de sus acciones. Al cordobés ingenuo (Juan, finalista del GH 4) lo releva un cordobés ingenuo (Renzo, a quien le gusta que le digan “el gaucho” o “el campesino”), en lo que es –tal vez– el intento menos sutil de recuperar aquellos índices de popularidad. Tal vez como si se tratara de un comentario sobre su propia faceta de género nacido a la sombra de la crisis de 2001, el GH 5 innova, eso sí, introduciendo al personaje cartonero (Damián), que lloró y definió a toda la experiencia como “lo máximo” que verá en toda su vida, y hasta convierte el saqueo a supermercados (tan ligado a los retiros anticipados de los dos últimos presidentes radicales) en un sketch que remite tanto al viejo Sume y lleve de Dorys del Valle como a la película gore Hostel (en sus dos versiones), cuando la persiana que desciende en el súper interno queda a segundos de rebanarle una pierna o un brazo a los que entran a recolectar. Se anticipan coming outs melodramáticos que dejarían a las salidas del closet gays de todos los GH en una prehistoria de la intimidad obscenamente expuesta: al menos así lo sugiere todavía tímidamente la morocha que se quejó de una incómoda cicatriz a la altura del riñón (María Eugenia) o la tetona a la que su padre echó de su casa por motivo desconocido (Andrea). Hay que ver si los sucesivos timbrazos y corridas dan el margen necesario para que aparezca lo poco que el género todavía mantiene de auténtico: el relato escabroso.
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