Sáb 02.02.2008
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TELEVISION › LAS COMEDIAS DE TELEFE

Esa difícil tarea de provocar risas

Aquí no hay quien viva y Una de dos encarnan dos caras de la comedia: una divierte por libro y personajes, la otra apenas despierta una sonrisita.

› Por Eduardo Fabregat

En la producción audiovisual argentina, la comedia es un género que ha tenido más puntos bajos que altos. Basta ver en la cartelera cinematográfica un producto como Brigada Explosiva - Misión pirata para comprender que el humor más grueso y banal no es una exclusividad de los ’70 de Olmedo y Porcel, sino que es la opción A para más de un productor que busca la risa –el billete– fácil. En la ficción televisiva de los últimos tiempos, la comedia ha sido objeto de un debate alrededor de las posibilidades de adaptación del formato sitcom al medio local, la efectividad de un modo de narración tan estadounidense entre los códigos habituales de la pantalla, el tono justo a buscar.

La reflexión viene a cuento de algo que puede considerarse como un brote de esquizofrenia en una emisora de TV. Telefé abrió la temporada 2008 con el estreno de tres ficciones netamente volcadas a la comedia: una de ellas, Bella y Bestia, ya fue comentada en esta sección. Ninguna de las otras dos busca encajar cien por cien en el modelo sitcom, pero sus características son bien diferentes. Una, Aquí no hay quien viva (martes y jueves a las 22), adapta la serie española creada en 2003 por Alberto y Laura Caballero para Antena 3, trasladándola al porteñísimo barrio de Villa Crespo y apelando a un elenco numeroso. La otra, Una de dos (lunes a viernes, ahora a las 23), cuenta con libro original a cargo de Diego Alarcón y se apoya exclusivamente en tres actores. Pero la principal diferencia está en el resultado: allí donde una funciona como un aceitado mecanismo y cumple largamente su función de divertir, la otra hace agua estrepitosamente y no consigue más que alguna sonrisa condescendiente.

¿Qué es lo que falla en Una de dos? No se puede dudar de las cualidades de Florencia Peña, uno de los pilares del éxito de La niñera y Casados con hijos; más allá de tener menos roce con el género, Fabián Vena y Luis Luque son también actores de oficio y talento. Uno de los problemas es que la química no termina de materializarse, pero el mayor déficit de la tira pasa por la elección de la clave de humor, hecha de lugares comunes, salidas poco felices y recursos tan trillados como la mirada a cámara o la “charla consigo mismo” del personaje. La decisión de hacer uso –y abuso– de las risas en off no hace más que reforzar la decepción, cuando un remate muy poco ocurrente queda subrayado por unas risitas que hacen preguntar al televidente si habrá alguna cuestión oculta de la cual no lo han informado. Con ello, la serie pierde la oportunidad de utilizar el filón de una historia en la que la mujer toma decisiones de real peso, y se queda en lo anecdótico, desaprovechando una situación inicial y un elenco que podría haber dado para mucho más.

El elenco, precisamente, es una de las claves de Aquí no hay quien viva. El hecho de que fuera su debut en un programa televisivo hizo que Daniel Hendler robara los títulos previos, pero en rigor el actor uruguayo es sólo una de las piezas de un mecanismo en el que el protagonismo se reparte y todos tienen oportunidad de brillar. Brilla Roberto Carnaghi en otra máscara de chanta para su galería; brilla la gran Norma Pons, componiendo a una bruja de consorcio tan perversa como para empujar al gay Alan (Héctor Díaz) por la escalera; brillan Eduardo Blanco y Débora Warren, el presidente de consorcio que le hurta el cuerpo a cualquier responsabilidad y su “primera dama” inescrupulosa; brilla Jorge Suárez, metido siempre en cosas inconfesables; brilla especialmente Paula Morales, una Olga de cuerpo escultural y cerebro de mosquito; brilla el mismo Hendler, que de a poco encontró el tono y las salidas justas para despegarse del slacker tantas veces visto. Caricaturizando sin deformar, los protagonistas de Aquí... consiguen dibujar estereotipos sin afectar el sentido cómico, sin pasarse de la raya: hasta el tono a veces forzado de la pareja gay de Alan y Gaby (Gerardo Chendo) se diluye cuando uno de ellos dice “sueno marica acá en casa, sabés que afuera me cuido”.

Pero lo que termina de definir a Aquí no hay quien viva como una comedia rotunda y efectiva está en la letra: remates precisos, guiones bien cocinados, un tempo exacto en la rotación de escenas y la sabia decisión de dejar que sea el público real quien se ría y no un efecto sonoro hacen de la serie un producto bien acabado, en el que no hay vestigios de la adaptación y nada parece traído de los pelos. Sin griterío costumbrista, confiando en su libro y en la calidad del equipo que lo lleva a la práctica antes que en el gancho de un buen culo al aire o un doble sentido con guiño a cámara, la historia de ese consorcio en el que conviven buenas voluntades y rasgos rayanos en lo inhumano –las tres arpías viciosas que lidera Pons llegan a meter miedo– cumple largamente su cometido. No alcanza con llamarse “comedia”. También hay que hacer reír.

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