Sáb 30.05.2009
espectaculos

VIDEO › EL TREN DE LA MEDIANOCHE, DE RYUHEI KITAMURA

Con el sello de Clive Barker

Como en Hellraiser y Candyman, un representante de la más crasa normalidad se ve “chupado” a los dominios del mal. Sobre el final, la película deriva al género fantástico, planteando variaciones sobre el tema del canibalismo.

› Por Horacio Bernades

Sus relatos, y las películas más famosas derivadas de ellos (Hellraiser y Candyman), prueban que al británico Clive Barker el terror le gusta crudo. Coronado en los ’80 gracias a una bíblica aseveración de Stephen King (“vi el futuro del horror, y se llama Clive Barker”), este nativo de Liverpool –tan prolífico como suelen serlo los autores del género– ganó fama, estimación literaria y cifras de venta, desarrollando una considerable carrera paralela como ilustrador y artista plástico. Frecuente productor de las películas basadas en sus relatos, a lo largo de la última década Barker vivió de los ingresos generados por las numerosas secuelas de Hellraiser y Candyman, algunas de ellas destinadas al mercado del video. El año pasado, Barker produjo la más apreciable película con su sello, después de aquel par consagratorio. Dirigida por el nipón Ryuhei Kitamura y basada en el relato homónimo, el sello AVH acaba de lanzar en DVD The Midnight Meat Train, con el título El tren de la medianoche.

Recién sobre el final se revela el parentesco de fondo con Hellraiser. Allí la cosa deriva resueltamente al fantástico, planteando variaciones sobre el tema del canibalismo y relaciones de conversión y sumisión entre lo humano y lo monstruoso. Hasta ese momento, El tren de la medianoche, basada en un relato de la colección Books of Blood, parece una de psychokiller, vecina de ese “porno de la tortura” que tanto se usa ahora. Como en Hellraiser y Candyman, un representante de la más crasa normalidad se ve “chupado” a los dominios del mal, en un descenso bien concreto. Nomás bajar la escalera del subte, un fotógrafo llamado Leon encuentra lo que estaba buscando: la Nueva York “real”, que en la superficie no aparecía. La dueña de una galería de arte (Brooke Shields) le prometió sumarlo a una exposición, siempre y cuando le lleve algo un poco más crudo que lo que hasta entonces estaba fotografiando. Qué mejor que el tipo que, en el último subte de la madrugada, muele y despedaza a pasajeros solitarios.

“Lo que más nos interesaba –dice Kitamura en uno de los extras de esta edición– era crear un nuevo icono del terror.” No está mal el que inventaron, que por algún motivo oscuro se llama Mahogany. Encarnado por el forzudo británico Vinnie Jones (un heavy en Juegos, trampas y dos armas humeantes, Juggernaut en la tercera X-Men), el tipo, de fiera expresión, no habla una palabra en toda la película. No lo necesita: el martillo de acero que lleva en su valijón, el gancho y la cuchilla de carnicero lo hacen por él. De día trabaja en un matadero. De noche instala el suyo propio en un vagón de subte, donde cuelga unas reses demasiado humanas. Cómo nadie lo descubre antes de que lo haga el fotógrafo, es uno de esos misterios del género, que conviene tomar como licencias poéticas. ¿Qué lleva a este monstruo a trozar gente como en una carnicería y prepararla meticulosamente? ¿Para qué y para quién lo hace? ¿Cómo puede ser que crímenes semejantes se vengan cometiendo desde hace más de un siglo? ¿Es Mahogany un hombre o una entidad, como lo era Candyman? Habrá que aguardar hasta el final, cuando aparezcan los monstruos y el protagonista mire bien de frente el horror, para enterarse.

Un par de películas de culto, realizadas durante la última década (Versus y Azumi, editadas aquí por el sello SBP), dieron fama a Ryuhei Kitamura fuera de sus fronteras. Primera película en Estados Unidos, El tren de la medianoche lo confirma como un manierista de género, más preocupado por invenciones visuales que por dar carnadura a las relaciones entre los personajes. Bañada por espesos filtros azules o dorados, entre acusadas penumbras, la sangre brota a chorros en ralenti, casi como arte abstracto. Hay subjetivas de gente colgada de los pies. Un globo ocular se desprende y sale disparado en espiral, también en ralenti. Más vale dejar pasar ese subte que viaja en dirección Grant Station. Allí, dicen, se pierde algo más que la billetera.

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