Sábado, 22 de agosto de 2009 | Hoy
VIDEO › A LA DERIVA, DEL BRITáNICO STEVE HUDSON
Tema central del mundo contemporáneo, el de la inmigración ilegal reaparece en este film británico exhibido un par de años atrás en los festivales de Toronto y Karlovy Vary y que apunta más al castigo aleccionador que al planteo del problema.
Por Horacio Bernades
¿Cuentos morales o fábulas de castigo? El cine contemporáneo oscila entre unos y otras, dando la sensación de que no siempre se percibe la diferencia. Aunque tienda a identificárselos con el más estrecho realismo social, la obra de los hermanos Dardenne gira alrededor de densos dilemas morales, ya se trate de la explotación de la mano de obra ilegal en Europa (La promesa, 1996), la justicia por mano propia (El hijo, 2002), la responsabilidad generacional (El niño, 2005) o la vida de un semejante, como en la reciente El silencio de Lorna (2008, recién editada por AVH). Michael Haneke, de quien acaba de lanzarse en DVD la versión anglohablante de su clásico Funny Games (2008, editada por Gativideo), es otro cineasta que tiende a enfrentar al espectador con sus zonas más negadas. Así lo demuestran, además de aquélla, La pianista y Caché. En cambio, toda otra zona del cine actual parecería apuntar más al castigo aleccionador que al planteo del problema. Eso da a pensar la sucesión de calamidades que films como Crash, Magnolia, 25 gramos o Babel desatan sobre una humanidad que, según parece, merece todos los infiernos.
Tema central del mundo contemporáneo, el de la inmigración ilegal reaparece en True North, film británico dirigido por el poco conocido Steve Hudson y exhibido, un par de años atrás, en los festivales de Toronto y Karlovy Vary. En su despedida del rubro –como se ha informado en estas páginas, el sello bajará la cortina a fin de mes–, la empresa Gativideo acaba de lanzarla en DVD, con el título A la deriva. Durante una escala en la localidad belga de Ostende, el veterano capitán y dueño de una pequeña embarcación inglesa permanece a bordo, rumiando su desaliento ante una nueva pesca frustrada. Uno de los marineros (el actor escocés Peter Mullan, recordado sobre todo por el protagónico de Mi nombre es todo lo que tengo, de Ken Loach) se va de putas. Otro no: es virgen. El cuarto navegante, hijo del capitán y posible sucesor a cargo de la chalupa, se encuentra cerca del puerto con un untuoso comerciante, que resulta no ser otro que Hark Bohm, a quien Fassbinder solía castigar con los papeles más humillantes. El tipo le ofrece llevar un cargamento. No es legal, pero paga bien y en efectivo. Se trata de un grupo de emigrantes chinos, apremiados por llegar a Londres. El muchacho lo piensa y la cifra lo convence: podría representar, ni más ni menos, la salvación del barco del padre.
Quien recuerde a Bohm de El matrimonio de Maria Braun, Berlin Alexanderplatz o Lili Marleen tal vez malicie que, más que salvación, ese comercio puede llegar a ser su mayor condena. Por lo visto, el joven no oyó hablar de Fassbinder. Así le va. Fotografiada en una clave baja que baña de oscuridad el Mar del Norte –tinieblas que se quieren más que fotográficas–, A la deriva reparte castigos a diestra y siniestra. El capitán del barco paga las consecuencias de la crisis pesquera con la depresión crónica. El sailor fiestero, la noche de juerga. El hijo del capi, haberse dejado arrastrar por la ambición. El marinero virgen encuentra una púber china en su camarote y se detiene justo antes de caer en la tentación. En cuanto a los refugiados de la modernidad, que se apelmazan en el depósito sin poder comunicarse con sus anfitriones, casi sin agua, alimento ni mínimas condiciones de higiene, va a ser difícil que la suerte los acompañe.
Cuando finalmente los tripulantes venidos a menos tiren la red y recojan la pesca de su vida, junto con bacalaos y lenguados vendrá un cuerpo que les recordará sus crímenes. Como para corroborar la propensión de los pescadores a la buena suerte, el barco en el que andan se llama Providence. Y la película que Mr. Hudson tiene actualmente en desarrollo lleva por título Take the Blame. En castellano, “Asumí la culpa”. Una obsesión, por lo visto.
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