VIDEO › CAPITALISMO: UNA HISTORIA DE AMOR, DE MICHAEL MOORE
Directo a DVD llega el nuevo documental del director de Bowling for Columbine. Aquí Moore le dispara al sistema capitalista con ayuda de testimonios, razones, argumentos y, de ser necesario, golpes bajos.
› Por Horacio Bernades
“No quiero seguir haciendo esto”, afirma Michael Moore sobre el final de Capitalismo: una historia de amor. “Esto” son las películas. Así parece: Michael Moore no quiere seguir haciendo películas. Quiere hacer política, quiere agitar, quiere ser parte de un movimiento de rebelión antisistema, para terminar de una vez con el capitalismo e instalar en su lugar... ¿el socialismo, el comunismo, algún sistema nuevo? No. El realizador de Bowling for Columbine y Fahrenheit 9/11 se conforma con refundar, junto a otros hombres y mujeres de buena voluntad, la democracia americana. Esa con la que soñaron los pioneros y tras la muerte de Roosevelt las corporaciones secuestraron, para instaurar la dictadura económica que terminó torciéndole el brazo también a Obama. Ganadora de dos premios en Venecia 2009, Capitalism: A Love Story es la primera película del autor que no se estrena en Argentina en casi diez años. Premio consuelo o no, el sello AVH acaba de lanzarla en DVD.
Primero fue el amor de sus connacionales por la violencia, las armas, la justicia por mano propia, en Bowling for Columbine. Enseguida, la diatriba contra el Menem yanqui, en Fahrenheit 9/11. Luego, la inhumanidad del sistema de salud, en Sicko. El Mal contra el que el hombre del gorrito embate ahora es el capitalismo en su conjunto. En algún pasaje, un cura define así al sistema inventado por Adam Smith & Cía: como la manifestación política del Mal. No, no es que Moore se haya vuelto católico o religioso de golpe. Es que, como de costumbre, en Capitalismo: una historia de amor el nativo de Michigan elige un blanco, al que le dispara con ayuda de testimonios, razones, argumentos y, de ser necesario, golpes bajos. De todo eso hay, una vez más, en su nueva película, que a veces produce indignación por lo que muestra y otras, por cómo lo muestra.
Tómese por ejemplo uno de los apartados más sorprendentes, dedicado al seguro que cobran las compañías –bajo cuerda, por supuesto– por la muerte de sus empleados. No se trata de pequeñas compañías truchas o piratas, sino de verdaderos gigantes del capitalismo yanqui, desde el Bank of America hasta American Express, pasando por ITT, Citibank, Nestlé, McDonnell Douglas y las firmas siguen casi hasta el infinito. No se trata de chauchas, sino de miles de dólares. Un vuelto, para esas firmas, pero mucha plata igual. “Es inmoral cobrar seguro por una muerte”, dice una chica con los ojos en lágrimas. La chica es pariente de una mujer de 25 años, ex empleada de Wal Mart y víctima de ese comercio con la muerte, que a su fallecimiento dejó un viudo, un huérfano y un montón de corazones destrozados.
Esa ecuación muerte/beneficio produce verdadero horror. El problema es que Mr. Moore reunió a esos corazones destrozados (chicos, adultos, ancianos) en el living de casa, haciéndolos leer en voz alta cartas de despedida de la pobre mujer y filmaciones familiares de cuando aún vivía, con el consiguiente baño de lágrimas posterior. ¿No es (casi) tan inmoral eso como aquello que se denuncia? ¿Y la payasada, reiterada además, de ir hasta la puerta de la General Motors, para volver a poner en escena el numerito del ciudadano común expulsado a empujones del paraíso de los ricos? ¿O la de rodear el edificio del Chase Manhattan Bank con la cinta policial de “escena del crimen”, demostración de la idea de que no hay peor ladrón que un banco? ¿Cómo se hace para compatibilizar todo ese cirquito CQC con las escenas de culebrón, a éstas con la denuncia, a la denuncia con la convocatoria política y a ésta con la incómoda, tal vez inoportuna confesión de que el autor de la película no quiere seguir haciendo películas?
Desde ya que esas chapucerías, que no son nuevas, no anulan tramos valiosos, como el que Moore dedica a analizar la aprobación del rescate bancario por parte del Senado. Manijazo al que no sin razón califica de “golpe de estado económico”. El problema es que esos fragmentos documentales sean apenas islas de un caótico archipiélago propagandístico.
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