Sáb 10.07.2010
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VIDEO › BOARDING GATE, DIRIGIDA POR OLIVIER ASSAYAS

Intrigas en cuerpo y alma

En el film del director francés, una trama de espionaje empresarial, con negocios turbios y crímenes por encargo, es el instrumento para que Asia Argento exorcice todos los demonios de su personalidad artística.

› Por Horacio Bernades

Siguiendo tal vez la huella de su admirado François Truffaut, la obra de Olivier Assayas (París, 1955) parecería tironeada entre dos banderas. Una de ellas, representada por películas como Fin de agosto, principio de septiembre, Los destinos sentimentales y la reciente Las horas del verano, expresa la tradición franco-europea del drama íntimo o film de sentimientos. La otra flamea ante un viento contemporáneo e internacional. Contemporaneidad en la que el propio cruce de idiomas parece expresar un estado de tránsito e inestabilidad, como sucede en Irma Vep (1996) y Clean (2004). En dos ocasiones, este ex crítico de Cahiers du Cinéma y heredero de la nouvelle vague trató el estado de malestar global desde el formato del thriller, así como anteriormente Truffaut había intentado vincularse con la tradición del film noir. La primera de esas ocasiones fue en Demonlover, de 2004, editada en su momento por el sello SBP. La segunda fue Boarding Gate, presentada en Cannes tres años atrás y que el mismo sello acaba de lanzar, evitando esta vez la tentación de adosarle un subtítulo como Sexo, traición y sangre, que parecía querer convertir la anterior en subproducto clase Z.

Como en Demonlover, hay una intriga de espionaje empresarial en Boarding Gate, en esta ocasión mucho más leve. En el centro de la intriga, una mujer, en la que Assayas vuelve a ver –como en Irma Vep, como en Clean, como en Demonlover– una materia mercurial, vulnerable y resistente. Quién podría expresar esas tensiones de modo más sanguíneo que Asia Argento, que da la sensación de hacerse pedazos y rehacerse a golpes en el mismo plano. Habituada a ser más grande que las películas que la contienen, la hija de Dario Argento (realizadora, ella misma, de las salvajes Scarlet Diva y El corazón es engañoso por sobre todas las cosas) es aquí Sandra, a quien el resbaloso Miles Rennberg (Michael Madsen, de Perros de la calle y Kill Bill) usa como señuelo sexual para conseguir datos de la competencia. En algún momento Sandra cometió el error de enamorarse. Ahora, por una mezcla de despecho y fragilidad, terminará metida en una madeja de negocios turbios, crímenes por encargo y gente que se la quiere sacar de encima, como quien dispone de un arma oxidada.

Si en Demonlover Assayas lograba un espeso clima conspirativo –Fritz Lang en versión cyber, se diría–, en Boarding Gate la materia narrativa parece apenas la tela en la que inscribir un trazo mucho más consistente y poderoso. Un trazo llamado Asia Argento, que atraviesa la película entera como desvalida heroína de cine mudo, sex bomb, títere en manos poderosas, esclava sadomaso, niña poseída, diva hastiada y sobreviviente terminal. Con el cabello siempre transpirado, el gesto sufrido y unos labios que, de tan carnosos, por momentos dan la sensación de trabarle la lengua, Argento logra en Boarding Gate la que es seguramente su actuación más intensa y compleja. Más que actuación, un estado de entrega total, con el que parecería reunir todas las máscaras cinematográficas desplegadas antes, desde El síndrome de Stendhal (de Dario Argento) hasta productitos como B–Monkey y xXx, incluyendo New Rose Hotel (de Abel Ferrara) y sus propias películas. Máscaras transfiguradas, ahora, en visceralidad absoluta.

Es en ese sentido que si cierta maquínica frialdad puede hacer pensar en los distanciados films noirs de Truffaut, Boarding Gate tiende a revelarse, en última instancia, como réplica aggiornada de Gloria, de Cassavetes. Como allí, tiros, trampas, conspiraciones y persecuciones –que llevan a Sandra de París a Hong Kong, mientras sueña con poner un club en Beijing– parecen apenas el instrumento para permitir que una actriz exorcice, en cuerpo y alma, todas las personas que fue y las que puede llegar a ser, dándole en el camino un nuevo nombre a la carnalidad cinematográfica.

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