VIDEO › SEñALES DEL APOCALIPSIS, DE DAVID BRUCKNER, JACOB GENTRY Y DAN BUSH
El film narra tres episodios interconectados, que tienen lugar en la ciudad ficcional de Terminus y siguen un eje perturbador: una interferencia de origen desconocido provoca en la gente el deseo incontenible de asesinar al prójimo.
› Por Horacio Bernades
Que el apocalipsis es uno de los paisajes más visitados por el cine contemporáneo lo demuestra la seguidilla que va de Soy leyenda a La carretera, pasando por El fin de los tiempos, 2012, El libro de los secretos y hasta Wall-E. A toda esa serie se le anticipó, venimos a descubrirlo ahora, un film completamente marginal a la gran industria, rodado tres años atrás en digital por tres amigos de Atlanta, Georgia, y presentado en su momento en el minúsculo festival South by Southwest. Se llama The Signal y el sello SBP acaba de lanzarla en DVD, con el título Señales del apocalipsis.
La señal a la que refiere el título original no es metafórica, sino bien concreta: es la de la tele, que en este caso no genera estupidez, sino locura. En ese sentido, The Signal hereda una tradición que se remonta no sólo a Cuerpos invadidos (Videodrome, D. Cronenberg, 1983), donde James Woods recibía del aparato una transmisión cancerígena, sino, vamos, a la criollísima y tal vez anticipatoria Extraña invasión (Emilio Vieyra, 1965), donde las ondas catódicas ejercían un efecto hipnótico sobre Ricardo Bauleo & Cía. En Señales del apocalipsis, una interferencia de origen desconocido provoca en la gente el deseo incontenible de asesinar al prójimo. Con esa idea como hilo conductor, David Bruckner, Jacob Gentry y Dan Bush escribieron y dirigieron tres episodios interconectados. Rebautizados “transmisiones”, todos ellos tienen lugar en la ciudad ficcional de Terminus, a la que el nombre condena de antemano.
Filmada con unos pocos dólares y protagonizada por un grupo de actores perfectamente desconocidos, Señales del apocalipsis es considerablemente más perturbadora que el terror de sommier de Actividad paranormal, otra película “casera”, aunque infinitamente más exitosa. El primer episodio, al menos. En los dos siguientes se impone, con fortuna variada, el cinismo dark y la farsa gore, algo que a esta altura forma parte de la habitualidad cinematográfica. Pero ese primer episodio, dirigido por David Bruckner, logra comunicar una desolación infrecuente. Desolación a la que se llega en clave realista. Los actores tienen aspecto de gente común, y la escena inicial, con una pareja en la cama, parece de película indie, antes que de cine de terror. Cuando se desatan la locura, la sangre, el deseo de muerte, nada de eso se experimenta como artificio de género, sino como lo que podría suceder dentro de unos minutos.
Los actores son como de entrecasa, las armas también: un tipo se arma una especie de multilanza con cinta de embalar, sosteniendo de un palo media docena de cuchillos de cocina. La paranoia está a la orden del día: nadie sabe si sus amigos o parientes “tienen la locura” o no, y la respuesta defensiva suele ser la muerte del otro. La escena en la que la protagonista sale al pasillo y encuentra gente persiguiéndose, gritando y asesinándose entre sí transmite la idea misma de caos, con una desesperación y un salvajismo que las películas de la industria no alcanzarán jamás.
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