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7-Furyo
de Nagisa Oshima. Con David Bowie, Ryuichi Sakamoto y Tom Conti.
1982, 124 min. Emerald.
En la que posiblemente sea su película más difundida internacionalmente, Nagisa Oshima estudia las distintas formas de poder, en el microcosmos de un campo de refugiados japonés, durante la Segunda Guerra. Está el poder aristocrático, respetuoso de las formas de la guerra, representado por el comandante (excelente Ryuichi Sakamoto), el poder brutal de un sargento (Takeshi Kitano, antes de lanzarse como realizador), el poder del honor –encarnado en el oficial inglés a cargo–, el de la diplomacia, en la que cree su colega, y el poder de la revulsión, encarnado en la figura del soldado que interpreta David Bowie, que al salirse de la norma barre con todos los demás. Como de costumbre, el tratamiento de Oshima es clínico y agudo.
6-Dos hermanos
de Daniel Burman. Con Graciela Borges, Antonio Gasalla y E. Lucena.
2010, 105 min. Transeuropa.
Basada en una novela escrita por Sergio Dubcovsky, la película más reciente de Daniel Burman descansa en la pintura de personajes y el poderío de sus dos superestrellas. Graciela Borges y Antonio Gasalla encarnan a dos hermanos que nunca fueron muy amigos, pero a los que la muerte de mamá (la nonagenaria Elena Lucena) mueve a reunirse in extremis. Desprovista, por suerte, del trillado edulcorante de la reconciliación mutua, el recorrido de cada uno de ellos, marcado por distintas formas de redescubrimiento, no es algo que no se haya visto nunca. Con una narración que tiende a dispersarse en desvíos, digresiones y algún hallazgo cómico, ambos actores dan lo mejor de sí, en papeles que los obligan a reinventar sus máscaras.
6-Loco corazón
de Scott Cooper. Con Jeff Bridges, Maggie Gylenhaal y Robert Duvall.
2009, 112 min. Fox Home.
Más de un cuarto de siglo atrás, la historia de un cantante country alcohólico y autodestructivo, que intenta iniciar una nueva vida, le dio a Robert Duvall su primer Oscar, en El precio de la felicidad. No por casualidad, Duvall hace un secundario aquí: Loco corazón canta una canción tan parecida que parece casi la misma. Y con el mismo resultado: Jeff Bridges terminó ganando su primera estatuilla por este papel. Merecidísimo, por cierto: Bridges vuelve a estar formidable, dándose el gusto de cantar con voz casi tomwaitsiana. Lo que lo rodea –su rivalidad con cierto discípulo exitoso, su historia de amor con una periodista– no garantiza novedades. Pero al menos circula tan fluidamente como el whisky que el tipo no deja de tomar.
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