Los chicos no son lo que eran, los dibujitos tampoco. Cuando en la tele apareció una familia amarilla de clase media-baja, que oscilaba entre el embrutecimiento redneck y la hiperreferencialidad pop, quedó claro que los cartoons habían perdido la inocencia. Tanto como sus espectadores, que además ya no eran sólo pequeños. Detrás de Los Simpson vinieron las marranadas de Ren & Stimpy, las calenturas pre-teen de Beavis & Butthead, algo más tarde el ultrapop de Las chicas superpoderosas, el bestialismo de South Park, el dadaísmo de Bob Esponja. Casi de la misma época que estas últimas, y algo más apuntada sobre el público infantil (aunque no prohibida para mayores), es Los padrinos mágicos, que hace diez años emite Ni-ckelodeon o, más recientemente, el canal Disney XD. Mucho menos conocida en nuestro país y decididamente dirigida al público adulto es La isla de los dibujos, cuyas dosis de sexo y violencia dejan a South Park a la altura de Bambi. Habida cuenta de que el sello SBP viene de lanzar, para la venta directa, la sexta temporada de Los padrinos mágicos y la segunda de La isla de los dibujos, parece buen momento para echar una mirada sobre ambas.

Creada por Butch Hartman, que previamente había estado al frente de El laboratorio de Dexter y Johnny Bravo, The Fairly OddParents (tal el título original de Los padrinos mágicos) comenzó a emitirse por Nickelodeon hace diez años. Su protagonista es Timmy Turner, hijo único cuyos padres están demasiado ocupados para atenderlo. Y cuando tienen tiempo libre, no siempre están dispuestos a invertirlo en él. En lugar de eso suelen dejarlo a cargo de Vicky, baby-sitter sádica, que en lugar de cuidarlo se dedica a torturarlo. Y no sólo psicológicamente. Con su vecina Trixie por única amiga, a Timmy no le queda más remedio que pedir un deseo y esperar que se haga realidad. Se hace, Cosmo y Wanda mediante. Cosmo y Wanda son sus padrinos mágicos, que en presencia de sus padres se camuflan para no ser descubiertos (su caracterización más frecuente es la de pececitos en la pecera), llevando a Timmy al mundo mágico, donde la concreción de cada deseo suele aparejar una serie interminable de problemas a resolver. A puro ímpetu y frenesí, y con Timmy, Cosmo y Wanda hablando siempre a grito pelado, la libertad creativa de Los padrinos mágicos tiene por padrinos no a Cosmo y Wanda, sino a Chuck (Jones) y Tex (Avery).

Con cuatro temporadas en el aire (2004/2008) y emitida en el cable local de forma apenas marginal, La isla de los dibujos (Drawn Together) imagina un reality estilo Survivor, protagonizado por una serie de dobles de personajes famosos (dibujos famosos, casi todos) en una isla. Estos sucedáneos no se comportan exactamente como los originales: el equivalente de Superman es un fanfarrón y machista insoportable, la Betty Boop es una bulímica que eventualmente muta a ballena asesina, Bob Esponja se suicida, la princesa-Disney es idiota y una doble de Foxy Brown (el personaje de Pam Grier en las blaxplotation movies) es ninfómana sin distinción de banderías. Creada por Matt Silverstein y Dave Jesser, la diferencia entre La isla de los dibujos y South Park es la que generan las edades de los protagonistas. Por muy salvajes que sean, Carman y los suyos vienen en frasco chico, mientras que estos concursantes de reality se parecen más a la Silvina Luna del viñedo. O a algo que en Gran Hermano todavía no se vio, pero ya va a llegar: el momento de las trompadas, la puñalada trapera, la sangre en vivo.