VIDEO › UN ADIOS PELIGROSO, DIRIGIDA POR ROBERT ALTMAN
La versión que el director estadounidense hizo en 1973 de El largo adiós, de Raymond Chandler, se parece poco a la historia original. Más que una adaptación, es una sistemática deconstrucción de la novela y del género negro en general.
› Por Horacio Bernades
El tipo se quedó dormido con la ropa puesta, seguramente porque habrá tomado de más. Su gato lo despierta en medio de la noche, tan inquieto como puede estar un gato cuando está muy pero muy hambriento. El hombre se levanta, va a la heladera, busca comida para el gato, no encuentra y le prepara algo, pero el felino –que es de una raza especial, llamada Courry– no quiere saber nada con eso. Son las tres de la mañana, el hombre se pone el saco, se sube al auto de los años ’50 y va hasta el supermercado más próximo. Comida para gatos Courry no hay, pero sí para gatos comunes. Compra un par de latas y vuelve a casa (vive en uno de esos edificios típicos de los alrededores de Los Angeles, llenos de pasillos al aire libre, terrazas y piscinas). Desde el momento en que se levantó –habrá pasado una hora, cuando mucho– ya se fumó tres cigarrillos, y lo seguirá haciendo a ese ritmo durante los días siguientes. Le sirve la comida al Courry, que está cada vez más desesperado. El gato huele la comida, se da media vuelta y se va.
Créase o no, el dueño del Courry –buenazo, amigable, algo solitario por lo visto, irritantemente socarrón cuando se lo propone– se llama Philip Marlowe. Es Philip Marlowe. Más precisamente Elliott Gould, el Philip Marlowe que Robert Altman inventó para su versión de El largo adiós. Si el lector no sabía que Robert Altman filmó alguna vez la novela más famosa de Raymond Chandler (su opus magnum, afirman los exégetas), no deberá acomplejarse: no muchos lo saben. Estrenada en 1973, The Long Goodbye pasó inadvertida acá, allá y en todas partes. Salvo para los chandlerianos más acérrimos y los tradicionalistas del noir, a quienes les hizo brotar una pronunciada urticaria. Es que el Marlowe de Altman se parece poco al de Chandler, y su versión de El largo adiós es, más que una versión de El largo adiós, una sistemática deconstrucción de la novela y del género negro en general. Que es lo que el realizador de Ciudad de ángeles venía de hacer con el western en Del mismo barro (McCabe & Mrs. Miller, 1971) y haría enseguida con el género “pareja criminal en fuga”, en Los delincuentes (Thieves Like Us, 1974).
Tan poco vista en las cuatro décadas siguientes como en el momento de su lanzamiento, el sello Emerald editó hace unas semanas The Long Goodbye en DVD, con el mismo título que tuvo aquí para su estreno en cine: Un adiós peligroso. Trasvasada de mediados de los ’50 a Los Angeles dos décadas más tarde, lo curioso de esta adaptación poco ortodoxa es que el guión es de Leigh Brackett, que en los ’40 había escrito nada menos que el de la canónica versión de El sueño eterno. Siempre con su característica fluidez visual (horizontalidad, suaves movimientos de cámara, ininterrumpidos planos-secuencia, notable fotografía nocturna del gran Vilmos Zsigmond), Altman implanta lo más básico del género (un crimen, una desaparición misteriosa, una búsqueda, dos tramas que se intrincan, policías metidos, mafiosos perversos, matones) en la ciudad contemporánea, llena de pieles bronceadas, chicas en bikini (o menos que eso), fiestas en la playa y circulación de maconia. Curiosamente, al fin de todo eso, el Marlowe de Gould (que en toda la película no parece llevar ni una maldita 45) termina siendo redondamente fiel a los mismos valores –la lealtad, la amistad, la palabra dada– que el de Chandler cultivaba con fanatismo.
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