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de Alexander Payne.
Con George Clooney, Sh. Woodley y A. Miller. 2011, 115 min. 20th Century Fox.
Varios milagros logra Alexander Payne, realizador de Las confesiones del Sr. Schmidt y Entre copas, en esta nueva incursión en el intimismo tragicómico, a esta altura especialidad de la casa. Mientras intenta decidir qué hacer con su vida, al casi cincuentón que interpreta George Clooney (totalmente a contramano de su imagen de winner cool) le sucede que su esposa queda en coma, tras un grave accidente náutico. Poco más tarde entra en furia por un secreto que todos a su alrededor parecen saber desde siempre, mientras se ve obligado a lidiar con sus dos hijas, una de ellas una adolescente de lo más conflictiva. Maestro en el arte de la paradoja tonal, Payne consuma lo que podría definirse como desternillante melodrama terminal.
de Clint Eastwood.
Con Leonardo DiCaprio, Armie Hammer y Naomi Watts. 2011, 137 min. AVH.
Aunque presentada como un monólogo del temible J. Edgar Hoover –epítome del facho yanqui–, el biopic de Clint Eastwood observa al personaje desde una distancia tal que permite verlo como monstruo y persona al mismo tiempo. Con un DiCaprio tan sobreactuado como de costumbre, el film de Eastwood hace eje tanto en el rol público, paranoia y megalomanía del creador del FBI (llegó a plantársele a más de un presidente) como en el sometimiento a una madre siniestra (inmejorable Judi Dench) y la homosexualidad reprimida, que da lugar a una tan tierna como frustrada love story de toda la vida, con su hombre de confianza. Como suele suceder con el cine de Eastwood, J. Edgar es infinitamente más compleja y ambigua de lo que parece.
de David Fincher.
Con Daniel Craig, Rooney Mara y Ch. Plummer. 2011, 158 min. Sony Video.
La primera entrega de la versión estadounidense de la trilogía Millennium resulta bastante menos perturbadora de lo que cabía esperar. David Fincher desafía imposiciones clásicas de Hollywood: mantiene la acción en Suecia, en lugar de importarla a USA, dilata hasta la hora y media de proyección el encuentro entre ambos protagonistas y mantiene un tono parejo y asordinado, que rehúye golpes de efecto. Por otra parte, el guión de Steven Zaillian no carece de sutilezas, como los ecos entre personajes y situaciones aparentemente distantes. Con dos protagonistas no del todo convincentes, el problema de La chica del dragón tatuado es que le sobra cuidado estético y le falta la sensación de malestar, físico y moral, que debería ser esencial.
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