Sáb 18.08.2012
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VIDEO › LOCURAS EN EL PARAíSO, CON PAUL RUDD Y JENNIFER ANISTON

Un matrimonio en problemas

A lo largo de su recorrido, el film de David Wain toma por caminos tan inesperados como desesperantes: el mundo entero parece haberse vuelto loco, incomprensible, idiota o invivible. Algo que sólo las comedias se atreven a reconocer por estos días.

› Por Horacio Bernades

Ningún género ha sabido desplegar toda la disfuncionalidad, caos y locura de la vida contemporánea como lo viene haciendo, en los últimos lustros, la comedia estadounidense. Desde ya que todo eso aflora en las películas de Wes Anderson, aunque en ellas la sensación de malestar suele quedar difuminada por una celebración de la excentricidad. Ese profundo desajuste social o existencial se hace más presente en películas menos conocidas (como Flirting with Disaster, inédita en Argentina) o reconocidas (Las locuras de Dick y Jane, con Jim Carrey y Téa Leoni), así como en otras tan conocidas y reconocidas como ¿Qué pasó ayer?. Tanto en Flirting with Disaster como en Las locuras de Dick y Jane sendos matrimonios perdían todo de la noche a la mañana, debiendo recomenzar de cero. Algo semejante sucede en Wanderlust, donde la pareja pequeñoburguesa y neoyorquina integrada por Paul Rudd y Jennifer Aniston queda súbitamente en la calle, preguntándose qué cuernos hacer con su vida. En la falta de respuestas reside el carácter subversivo, tanto de esta película como de las otras mencionadas. El sello AVH lanzará Wanderlust la semana próxima, con el poco inspirado título de Locuras en el paraíso.

Un día como cualquier otro, George (Rudd) llega a la financiera donde trabaja y encuentra a su jefe esposado por un par de agentes del FBI, como parte de un operativo que deja la oficina vacía, en cuestión de segundos. “La compañía cerró”, le anuncia el jefe mientras los federales se lo llevan a la rastra, con una sonrisa y un guiño totalmente fuera de lugar. Casi al mismo tiempo, Linda (Aniston) presenta, ante un grupo de productores de HBO, un documental sobre pingüinos con cáncer testicular y asesinatos de focas a palazo limpio. “Es una mezcla de La verdad incómoda con La marcha de los pingüinos”, intenta justificar. “No encaja con la línea de HBO”, le informa una productora, muy enojada. “No-sotros mostramos violencia y angustia, pero de manera sexy.” Antes de dar un portazo, Linda sugiere una de pingüinos-vampiros o de osas polares con tetas al aire.

El problema es que George y Linda acaban de invertir todas sus reservas en un departamentito mínimo, pero carísimo (está en pleno West Village, y eso hay que pagarlo). Por lo cual no les queda más remedio que pedir refugio en casa del más que desagradable hermano de George (interpretado por el coguionista, Ken Marino), a quien logran soportar apenas un par de días. Lanzados al camino, darán con un camping llamado Elysium, que resulta ser una comunidad entre hippona-tardía, nudista y semidictatorial, en la que se ejerce el sexo libre junto con, por lo que puede verse, dosis bastante elevadas de reblandecimiento cerebral. En esa comunidad George y Linda pasarán, claro, el resto de la película. “¿Podés correr tu pito de mi cara?”, ruega George a uno de los integrantes, presunto novelista que anda todo el tiempo en cueros, mientras trata de convencer a George de que lea su mediocre manuscrito.

Una rubia angelical hace proposiciones subidísimas de tono, en una pausa entre un fogón con canciones y una sesión de terapia colectiva, mientras el barbudo gurú del grupo (Justin Theroux, coguionista de Imperio y Una guerra de película) se lleva a Linda a su habitación y otras de las integrantes del grupo acusan a los recién llegados, a los gritos, de ser demasiado agresivos. Coescrita y dirigida por David Wain (que aunque sea casi desconocido por aquí, es todo un motor de la comedia extrema contemporánea, de la tele al cine, pasando por la web), a lo largo de su recorrido, Wanderlust toma por caminos tan inesperados como desesperantes. No hay de dónde agarrarse, el mundo entero parece haberse vuelto loco, incomprensible, idiota o invivible. Algo que sólo las comedias se atreven a reconocer por estos días.

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