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Una de las más recientes del coreano Kim Ki-duk, Hierro 3 confirma que todas las películas del autor comparten el carácter de objetos extremadamente artificiales. Lo cual puede decirse también de La isla o Primavera, verano, otoño... “Artificial” no es un concepto necesariamente peyorativo, aunque haya en estas películas algo que les impide pasar de lo interesante a lo plenamente convincente. Hierro 3 es una de las más satisfactorias, en buena medida porque sus protagonistas –un okupa solitario, que repara cosas ajenas por puro samaritanismo, y una chica golpeada a la que dará protección– invitan a una franca empatía. Todo con buenas dosis de humor, en medio de un mutismo que no suena forzado sino necesario.
Otro autor discutible y su nueva película. Son más difíciles de tragar los presupuestos que animan la revisión-Spielberg del famoso atentado de las Olimpíadas de Munich ’73 (que los palestinos son todos unos asesinos y que los agentes al servicio del Mossad son padres de familia puros e ingenuos, como Tom Hanks en La terminal) que el decurso de los acontecimientos, cada vez más negros. A fuerza de aplicar la ley del Talión en la más despiadada de sus versiones, este grupo de muchachos irá cayendo en la realidad, como quien cae en el infierno. Larga y ambiciosa, con un guión en el que intervino el premiado autor de Broadway, Tony Kushner, Munich se sostiene más como film de espionaje que como intervención política.
Al enviudar, una circunspecta dama de sociedad decide comprar un teatro, como quien se regala un vestido. Todo sucede durante la Segunda Guerra, y como no se venden demasiadas entradas, la señora Henderson (Judi Dench) decide que es tiempo de poner en pelotas a todas las chicas de la compañía, por más que su director de confianza (el pequeñín Bob Hoskins) arrugue la nariz. Picardía, risas y, sobre el final, lágrimas, cuando los bombardeos sobre Londres traen la tragedia tan temida. Con estos elementos aparentemente apolillados, Stephen Frears (el mismo de Ropa limpia, negocios sucios) construye una película absolutamente encantadora. ¿La clave? Haberla hecho por placer, no por dinero.
Con sospechosos puntos de contacto con La cueva (estrenada aquí poco tiempo atrás), esta pequeña película británica de terror no será una genialidad, pero funciona. Cultoras de la adrenalina y el turismo de aventuras, un grupo de amigas se mete en una cueva inexplorada. No tardarán en descubrir que: a) no están solas, b) su compañía no sólo no es ninguna especie animal conocida y c) su alimento favorito parece ser la carne humana. Fábula de supervivencia sin mayores pretensiones, este opus dos del inglés Neil Marshall se beneficia de una muy buena utilización dramática del encierro y la oscuridad. Además de una concisión que lo lleva a renegar de chiches y golpes bajos. Chiquitita, pero cumplidora.
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