VIDEO › METAL Y HUESO, DE JACQUES AUDIARD, CON MARION COTILLARD
El director de El latido de mi corazón y la protagonista de La vie en rose se unen en un melodrama puro y duro, no exento de sangre, pero que finalmente se rinde a la tentación de superar todos los males a través del amor, la fe y la voluntad.
› Por Horacio Bernades
Hombres duros, lacónicos y reconcentrados. Mujeres en estado de vulnerabilidad. En Lee mis labios (2001), un ex convicto solitario se relacionaba con una chica sordomuda, y aunque ella se proponía “regenerarlo” terminaban asociándose en un robo. Hijo de un tipo pesado y una concertista de piano, el protagonista de El latido de mi corazón (2005) no podía zafar de su improbable herencia doble, dividiendo sus días entre los conciertos y el trabajo de matón. En ambos casos podía apreciarse también, por parte de Jacques Audiard (París, 1952), el coqueteo con el costado más disparatado del melodrama. Todo ello reaparece en De rouille et d’os, la película más reciente del realizador de Un profeta –un film más clásico y contenido, por cierto–, que el año pasado participó de la competencia de Cannes. La división video del sello Sony acaba de lanzar De rouille et d’os en DVD, con el título Metal y hueso.
El título en castellano parecería aludir a la aleación que a partir de determinado momento se ve obligado a cobijar el cuerpo de la protagonista, personaje a cargo de Marion Cotillard, ganadora de un Oscar unos años atrás por su (sobre)actuación como una ruinosa Edith Piaf en La vie en rose. Aliada a la desgracia según parece, aquí Cotillard no se prostituye ni se derrumba en vivo. En lugar de eso anda en silla de ruedas, consecuencia del accidente que sufrió, bastante poco común. La chica trabaja como entrenadora de orcas en un acuario, y un día una orca se pone loca y... En fin. Lo otro que tiene en común esta Stéphanie con el Gorrión de París es lo de sufrir por amor. Aunque Cotillard sea una belleza, habrá que creer que nunca le sobraron ofertas masculinas, como le confiesa a Alain. Recién separado de una mujer arrestada por contrabando en la frontera, el belga Alain llegó al exclusivísimo balneario de Antibes, en la Costa Azul, en busca de techo. No tiene empleo fijo y debe hacerse cargo de su hijo Sam, por lo cual el que le presta su hermana le viene muy bien.
Tipo parco, hosco, eventualmente brutal, su experiencia en artes marciales hace que primero contraten a Alain como patovica de discoteca, después como guardia de seguridad en una fábrica, finalmente como peleador clandestino. Se hacen apuestas, se pelea en la calle, sin árbitro, se puede pegar con los puños, patear, dar codazos o rodillazos. La sangre es bienvenida. Pero en el párrafo anterior se hablaba del título. Metal y hueso parece, decíamos, una referencia a las prótesis que Stéphanie se ve obligada a usar después del accidente, y que hacen que el simpático de Alain la llame Robocop.
Pero el título en francés no es ése, sino De herrumbre y de hueso. Y ahí el sentido se pone algo más ambiguo. El hueso podría ser el de Stéphanie, que se quiebra, pero lo de la herrumbre tal vez aluda al desgaste, la resignación a la derrota que Alain parece apretar entre los dientes, como aprieta el boxeador el protector bucal. Resignación de la que tal vez lo saque su nueva condición de exitoso peleador callejero, así como él saca a Stéphanie de la depresión. Narrada con el estilo impresionista y entrecortado de Audiard , en De rouille et d’os la audacia de mostrar sexo con muñones pierde la pelea frente al temible rival que representa la superación de todos los males por el amor, la fe y la voluntad.
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