“Es la mujer más valiente que vi en mi vida”, se ufana el hombre de bigote renegrido y anteojos con marco de metal, viendo cómo la rubia se lanza a los gritos al campo de batalla. Corre el año 1937 y Ernest Hemingway y Martha Gellhorn vienen de sumarse a las brigadas internacionales que en España combaten el levantamiento franquista. “Es la mayor decepción de mi vida”, le dirá Martha a Ernest cuando se enteren, a través de un noticiero, de la derrota del bando republicano. “Nunca sabés por qué peleás, hasta que perdés”, contesta él, como si en lugar de hablar estuviera escribiendo su obra maestra. Producido por HBO, el año pasado el telefilm Hemingway & Gellhorn obtuvo la friolera de quince nominaciones al Emmy, ganando dos menores: mejor música y edición de sonido. Nombres no le faltan, delante y detrás de cámara: James Gandolfini es uno de los productores, dirige Philip Kaufman (el de La insoportable levedad del ser y Henry y June) y el gigantesco Walter Murch (El padrino, La conversación, Apocalypse Now) está a cargo de la edición. Al frente de un reparto que incluye a Robert Duvall, David Strathairn y Parker Posey, Nicole Kidman encarna a la periodista, escritora y corresponsal de guerra Martha Gellhorn, dejando en manos del británico Clive Owen el papel de Hemingway.

Cuando Martha conoce a Ernest, en un piojoso bolichito de Key West, el hombre se está sacando unas fotos junto al enorme pez espada que acaba de pescar. La camisa abierta y ensangrentada, después de la sesión fotográfica Hemingway se acoda sobre la barra, a cumplir con otro de sus rituales favoritos. Rubia, espigada, elegante (“las piernas le llegan hasta los hombros”, comenta Hem), Martha se abre camino entre el grupo de varones chivados como lo haría una diva entre su cuerpo de bailarines. “Vos sí que sabés entrar en escena”, encomiará más tarde Papá Ernest, cuando ella emerja, en Madrid, de las entrañas de un tanque ruso. Ponerse en escena sí que era importante para uno de los escritores más fotografiados del mundo. Tras el ardiente affaire clandestino de rigor (Hemingway era un señor casado y con hijos), ambos contrajeron matrimonio, viviendo juntos cinco años, desde 1940 y hasta el fin de la guerra. La paz no era para ellos.

Aunque infinitamente menos conocida que el autor de Adiós a las armas y París era una fiesta, Mrs. Gellhorn no era una doña nadie. Considerada una de las grandes corresponsales de guerra del siglo XX, cuenta la leyenda que dijo presente en cuanto frente de combate se le ofreció. En Hemingway y Gellhorn puede vérsela arrastrando al machote de su marido hasta la lejana China –donde Joan Chen tendrá ocasión de fungir como esposa de Chiang Kai Shek–, así como ambos van y vienen del ron, el Tropicana y la hacienda habanera al frente europeo. El fragmento más extendido tiene lugar en España, donde Hemingway tiró unos tiros y cantó “¡Ay, Candela!”, mientras participaba del célebre documental Tierra española, dirigido por el no menos célebre Joris Ivens. Celebrities hay casi tantas (y en algún caso las mismas, como el propio Hemingway) como en Medianoche en París, desde el novelista John Dos Passos hasta el campeón de la fotografía bélica, Robert Capa (“quisiera escribir como vos fotografiás”, le confiesa Gellhorn). Pasando por Chou En Lai, un coronel ruso al que Robert Duvall encarna con acento bien cargado y hasta Orson Welles, que casi se agarra a trompadas con el bravucón de Hemingway. Este se toma todo, escribe de parado –como quien boxea–, le hace el amor a Mrs. Kidman entre cenizas de guerra, cultiva su propio marketing y emite frases “de escritor”. En ocasiones, el mostacho de Clive Owen lo asemeja peligrosamente a Groucho Marx.