VIDEO › “EL SOL DE CADA MAÑANA”
La película dirigida por Gore Verbinsky es el despiadado retrato de un hombre que no sabe dónde está parado. En una suerte de Happiness en versión mainstream, Nicolas Cage encontró un papel hecho a su medida.
› Por Horacio Bernades
“Siempre me tiran algo”, explica el tipo en la vereda, con aire de triste resignación, el mechón de pelo sobre la ceja derecha y el resto de milk shake chorreándole por la solapa del traje, cucharita plástica incluida. “Una vez me tiraron un burrito, otra una gaseosa en envase gigante, una hamburguesa...” “¿Pero por qué pasa eso?”, le pregunta su padre, reprimiendo un leve gesto de asco (que, da la sensación, es producido más por su hijo que por las cosas que le tiran a su hijo). “No sé, será el hecho de conocerme de la televisión, no les gustará cómo suena mi nombre, qué sé yo...” Lo siguiente que se ve es un matrimonio, viendo a David Spritz mientras da uno de sus informes meteorológicos por TV, preguntándose qué clase de nombre es David Spritz y manifestando un profundo fastidio.
Triste es la vida de David Spritz, protagonista de The weather man, a la que el periódico de la industria del cine, Variety, definió como “la película más depresiva que haya producido uno de los grandes estudios de Hollywood en bastante tiempo”. No tan depresiva y malsanamente divertida, en tal caso. Estrenada en Estados Unidos en octubre del año pasado, el sello AVH la lanza en estos días con el título (adecuadamente malicioso, engañosamente esperanzador) de El sol de cada mañana. Producida por la Paramount, dirigida por Gore Verbinsky en uno de los ratos que las partes 2 y 3 de Piratas del Caribe le habrán dejado libres, y con un elenco en el que destaca un Nicolas Cage que parece haber encontrado finalmente la horma de su zapato (su rostro tristón, su expresión preocupada, su pinta de punto pedían a gritos un papel como éste desde siempre), El sol de cada mañana es el despiadado retrato de un tipo que no sabe dónde está parado. Y que deberá aprenderlo, si no quiere que le sigan tirando cosas por la cabeza.
Relato de aprendizaje, entonces. Pero ojo que ésta no es de ésas en las que el antihéroe se convierte en héroe y asunto terminado. Acá a lo que se apunta es a una suerte de filosofía del límite, que llevará a Spritz a aprender qué cosas puede hacer y cuáles no. Ningún tono aleccionador, ninguna lección de vida, ningún manual de autoayuda. La cosa es así: separado de su mujer e hijos, Spritz trabaja como meteorólogo (es el wea-ther man del título) en un canal de televisión de Chicago.
Magníficamente elegida la ciudad, que se siente aquí más gélida y nevada que nunca. Por primera vez no necesitado de sobreactuar, el Spritz de Cage no está muy conforme con su trabajo, entre otras cosas porque pronosticar el tiempo le parece una mentira gigante. “¿Qué vas a pronosticar, si después viene un viento y te cambia todo?”, se queja amargamente. Igual no le va mal (que al protagonista no le vaya mal en todo es otro de los méritos de la película) y además se postuló para una vacante, en un noticiero de primera línea de Nueva York. Si le sale, se para para siempre.
Spritz tiene una ex (la rubia Hope Davis) que ha aprendido a mirarlo con desconfianza; una nueva pareja de su ex, algo que no puede tolerar (el magnífico Michael Rispoli); una hija visiblemente obesa (a la que lleva a practicar patinaje sobre hielo y trae de vuelta con doble fractura) y un hijo de 12 años, hacia quien un consejero estudiantil se muestra sospechosamente obsequioso. Suerte de Happiness en versión mainstream, The weather man no le saca el cuerpo a nada, y debe decirse que maneja sus temas más risque con el equilibrio suficiente como para no resultar ni éticamente fláccida ni irresponsablemente ofensiva. Pero Spritz también tiene un padre, Robert, novelista ganador del Pulitzer, que lo mira como quien observa a una cucaracha. Tratándose de Michael Caine, ¿hace falta decir que está genial? Una grave noticia acercará a padre e hijo. Pero ojo, los acercará apenitas. No anden esperando grandes catarsis de reencuentro o emotivas ceremonias de despedida: en esto también la película es enormemente coherente con sus presupuestos.
Como El sol de cada día no es de esas películas que se ensañan gratuitamente con sus personajes, de esas que siempre les reservan una desgracia mayor, ya tendrá un motivo de alegría David Spritz, durante la última parte. Esto tampoco quiere decir que de la noche a la mañana todos los elementos de su vida se ajusten mágicamente, en esa especie de epidemia de la felicidad que suele desencadenar Hollywood en sus finales. La sensación que sí queda, al final de The weather man, es que es muy posible que de allí en más David Spritz no se siga comportando como un imbécil. Y eso ya suena a todo un triunfo.
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