VIDEO › “CHICA DE MOSTRADOR”
Steve Martin escribió, produjo y dirigió esta película, que va de mayor a menor.
› Por Horacio Bernades
Se sabe desde hace rato: si Steve Martin dio un pasito al costado de la actuación, fue para atender un segundo vicio, el de la escritura. Ahora vuelve por partida doble, o triple. Recibida con elogios en Estados Unidos, Shopgirl está basada en una novela corta de Martin, que él mismo adaptó para la pantalla. Además hace uno de los tres papeles principales y, faltaba más, es uno de los productores de la película que el sello Gativideo pondrá en circulación a mediados de la semana próxima, en VHS y DVD, con el título, nada desacertado, de Chica de mostrador.
Aburrida, con poco para hacer, arrinconada tras un mostrador: así se la ve a Mirabelle Buttersfield (notable Claire Danes) al comienzo de Shopgirl. Un narrador en off, (quién otro sino Mr. Martin) informa que la chica llegó hace poco del interior a Los Angeles. Que está inmensamente sola no lo dice el off, sino el amplio movimiento de grúa que recorre desde la poblada planta baja hasta un piso superior de Saks Quinta Avenida, atravesando cuerpos hasta llegar a ella, que mira a los demás como rodeada de nada. Qué otra cosa puede hacer si está a cargo de la sección “Guantes de seda”. Esos que llegan hasta más arriba del codo y no tienen mucha salida, desde que Rita Hayworth y Audrey Hepburn ya no los usan. Por si no quedó claro, la siguiente escena muestra a la muchacha en su departamentito, de noche, despidiéndose de su gata con un “Hasta mañana, Silvia” y siendo abandonada por otro amplísimo movimiento de grúa, que la deja y se pierde, en medio de la ciudad.
El peligro de una chica sola es que puede terminar eligiendo al primero que se le acerque. La primera invitación a salir se la hace Jeremy (Jason Schwartzman, inolvidable protagonista de Rushmore, de Wes Anderson), a quien conoce en un lavadero automático. Que el muchacho le pida un par de dólares para pagar el servicio y no tenga una mísera birome para anotar su número de teléfono debería servirle de advertencia. Pero no: terminará en la cama, con Jeremy encima. “¿Tenés condón?”, pregunta ella, previsora. Su colgadísimo partenaire afirma que sí. A esa altura uno sospecha que no. Jeremy mete la mano en el bolsillo y saca un chocolatín. “¡Maldición, me confundí!”, grita, antes de salir corriendo y pedirle un forro a un vecino de la chica, que justo en ese momento salía a la puerta. Como puede adivinarse, esta relación durará hasta el momento en que él decide salir de gira por varios meses, con un grupo de rock.
A esa altura ya apareció el segundo candidato, Ray Porter (Steve Martin, of course). El tipo parece poseer la fórmula del levante perfecto: comprar un par de guantes de 150 dólares... para mandárselos a la vendedora, junto con un ramo de rosas y una invitación a salir. Se abre en ese momento la zona más Perdidos en Tokio de Chica de mostrador. No sólo por la diferencia de edades, sino también porque Porter es un millonario tan tristón y solitario como el Bob Harris de Bill Murray. La distancia entre una película y otra pasa, sin embargo, por la altisonancia que, lenta pero implacablemente, va tomando posesión del Martin-film. Altisonancia que se hace sentir no sólo en el sentencioso y omnisciente off, sino también en un tono progresivamente grave y solemne (una lástima, siendo la primera media hora tan leve y graciosa). El trabajoso esquema de iluminación del muy reputado Peter Suschitzky (hombre de confianza de David Cronenberg), la sobrecargada música de un discípulo no oficial de Philip Glass y más de un manierismo de puesta en escena completan un panorama que va, indefectiblemente, de mayor a menor.
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