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LA NOCHE DEL SEÑOR LAZARESCU
No hay película que represente mejor que ésta los valores del nuevo cine rumano, ratificados por la reciente Palma de Oro en Cannes. Un sesentón solitario, dado a la bebida, siente dolores en el estómago, llama a la ambulancia y de ahí en más es la odisea de hospital en hospital y de diagnóstico en diagnóstico, con los peores pronósticos. Lo que hace grande a La noche del señor Lazarescu es el modo en que la cámara se relaciona con lo que muestra: con una rara mezcla de afecto contenido, distancia justa, humor negro y despiadada empatía. Sumado a las increíbles actuaciones de todo el elenco, el resultado es memorable. Una de esas películas que hay que ver sí o sí.
MI NOMBRE ES TSOTSI
de Gavin Hood.
Con Presley Chweneyagae y Terry Prieto.
2005, 94 min.
Transeuropa.
De origen sudafricano, Mi nombre es Tsotsi –ganadora del Oscar 2006 al Mejor Film Extranjero– narra una historia muy parecida a la de la argentina El cielito, conocida un año antes. En medio de un robo, un chico marginal, miembro de un gang realmente pesado, encuentra a un bebé y se lo lleva con él, poniéndolo al cuidado de una madre soltera. Como la neocelandesa El amor y la furia o la brasileña Ciudad de Dios, Mi nombre es Tsotsi no escatima un tratamiento brutal de la violencia. A la vez la estetiza, aprovechando la imponencia del Cinemascope y una paleta de colores saturadísimos. Sin embargo, y a diferencia de esos antecedentes, la tensión no cede al golpe bajo.
LA CONQUISTA DEL HONOR
de Clint Eastwood.
Con Ryan Phillippe, J. Bradford y Adam Beach.
2006, 132 min.
AVH.
La primera parte del díptico de Clint Eastwood sobre la batalla de Iwo Jima narra los pormenores de ese enfrentamiento, vistos del lado estadounidense. Pero no se centra en el choque bélico, sino en la utilización mediática de la célebre foto, en la que se veía a un grupo de soldados yanquis, alzando la bandera de las barras y estrellas en territorio japonés. Lo que le interesa a Eastwood es el modo en que se construye el simulacro, la forma en que el poder reemplaza hechos por representación. No sin desbalances dramáticos, el resultado constituye un estudio valiente y desesperanzado sobre el mundo que en la posguerra diseñaron los Estados Unidos, a su imagen y semejanza.
LA TELARAÑA DE CHARLOTTE
de Gary Winick.
Con Dakota Fanning, Kevin Anderson y Essie Davis.
2006, 97 min.
AVH.
Basada en un relato infantil escrito por una ilustre colaboradora de la revista The New Yorker, La telaraña de Charlotte recurre al viejo truco de los animales parlantes, que se remonta por lo menos a Mr. Ed y de diez o quince años a esta parte viene siendo explotado hasta el cansancio. En una granja, una nena (la estrella infantil Dakota Fanning) impide que su padre sacrifique a un cerdito rechazado por la mamá. Más tarde urdirá una salvación definitiva, con ayuda de una astuta araña y el resto de los animales del corral. Más allá de la premisa políticamente correcta, la cosa funciona amablemente, aunque sin llegar a las alturas creativas de ambas Babe.
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