VIDEO › “DONT LOOK BACK”
Fue filmada a mediados de los ’60, pero parece haber sido hecha ayer... o mañana: un retrato inigualable del músico en su gira británica, justo antes de dar el shock eléctrico.
› Por Horacio Bernades
“No tengo ganas de cantar”, dice como para sí mismo el chico narigón y de pelo revuelto. Acto seguido toma la guitarra acústica, sale del camarín y afronta el escenario, el seguidor y los aplausos como si tuviera todas las ganas del mundo. Misterios de un carácter proverbialmente elusivo, los límpidos 96 minutos en blanco y negro de Dont Look Back (se escribe así, aunque la ortografía correcta sería Don’t Look Back) representan tal vez la única ocasión en que Bob Dylan permitió, allá por mediados de los ’60, que su intimidad fuera escrutada. O, tal vez, aquello que Dylan decidió hacer pasar por intimidad. A cargo de Sony BMG, el lanzamiento de Dont Look Back en DVD representa un acontecimiento musical, cinematográfico y cultural cuya relevancia difícilmente pueda igualarse en lo que resta del año.
“Apenas sabía quién era Dylan y creo que sólo conocía una canción suya”, confesó a Página/12, en abril pasado, D.A. Pennebaker, realizador de Dont Look Back, cuando visitó Buenos Aires para la retrospectiva de su obra que presentó el Bafici. Tal vez justamente por eso, por la falta de conocimiento previo, la cámara de Pennebaker observa con tanta curiosidad a Dylan en la película, permitiendo que el espectador se sienta como un miembro más de la gira. Se trata de la que en abril y mayo de 1965 llevó a Robert Zimmerman por primera vez al Reino Unido y que resultaría su última gira acústica. Highway 61 Revisited se estaba cocinando y con él el paso definitivo a la electrificación. Dont Look Back empieza en el preciso momento en que el autor de “The Times They Are A-Changing” pone pie en el aeropuerto de Heathrow y termina en el auto que lo lleva lejos del Royal Albert Hall, tras haberlo seguido a través de toda Gran Bretaña.
Junto con Richard Leacock (su socio para la ocasión), Robert Drew y los hermanos Maysles (realizadores de la memorable Gimme Shelter), Pennebaker fue uno de los fundadores de la corriente conocida como Direct Cinema, que desde comienzos de los ’60 renovó no sólo el documental, sino incluso el cine de ficción. Lo que hicieron fue aprovechar el surgimiento de equipos livianos y económicos para captar la realidad “en directo”, sin guión y de acuerdo con el ritmo impuesto por los propios hechos. Despreciada en su momento por las majors de la industria (“es berreta, está fuera de foco y no se entiende ni lo que hablan”, recuerda el realizador que le escupió un ejecutivo de la Warner en el comentario que acompaña esta edición), Dont Look Back llegó a estar en cartel durante un año seguido, en una salita porno de San Francisco. Más tarde, en películas como Monterrey Pop, Ziggy Stardust and the Spiders of Mars y The War Room, Pennebaker confirmaría la absoluta modernidad de su estilo.
La edición que acaba de lanzarse en la Argentina no es la deluxe, editada en febrero pasado en Estados Unidos, sino una anterior, que contiene la película completa, cinco temas no incluidos en el corte final (sólo el audio, sin imágenes), una versión alternativa del famoso clip con los carteles de “Subterranean Homesick Blues” y una charla entre Pennebaker y Bob Neuwirth, road manager de Dylan, que se incluye como comentario de audio y desparrama tanta verdad y vividez como la propia película. En su infrecuente proximidad, largas escenas entre bastidores e incomparable captación de los más mínimos gestos y detalles, Dont Look Back es un exponente paradigmático de las virtudes del direct cinema. Virtudes que cineastas de ficción no tardarían en incorporar a sus propias películas, desde John Cassavetes y Martin Scorsese hasta Ken Loach y los hermanos Dardenne.
No hay en esta verdadera obra maestra una sola escena que no sea imperdible, ya se trate del periodista que le pregunta a Joan Baez quién es ella, el gaste al que Dylan y Alan Price someten a un pesado que no se sabe qué quiere, la fan que chifla desde debajo de su ventana de hotel (y después reprocha las guitarras eléctricas de “Subterranean Homesick Blues”), Dylan tipiando una letra en la Lettera, componiendo un tema al piano o equivocando en escena una cita de T.S. Eliot, la pelea de borrachos en una habitación 5 estrellas (en presencia de Donovan y John Mayall) o la larga filípica sobre política y medios que Mr. Zimmerman enrostra a un periodista de Time. Es tal la sensación de presente que se desprende de esta película, que más que hace cuatro décadas parece filmada ayer. O mañana.
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