VIDEO › “HOMBRE MUERTO” Y OTRAS
Con un western inédito en Argentina, el sello AVH lanza una colección dedicada a este emblemático director independiente.
› Por Horacio Bernades
La obra de Jarmusch pasa del VHS al DVD, en dos etapas. Buena parte de ella, al menos. La primera etapa arrancó el miércoles pasado, cuando el sello AVH lanzó, en bloque, tres títulos del realizador. La segunda tendrá lugar a comienzos de diciembre, momento en que otros tres devedés llegarán a videoclubes y puntos de venta (ver recuadro). Lo que le da particular interés a este séxtuple lanzamiento es que incluye tres films inéditos en cines argentinos. De ellos, el que seguramente adquiere mayor relevancia, no sólo por su ambición sino por el tamaño de la producción y, por ende, los nombres comprometidos en el elenco, es Dead Man. Protagonizado por Johnny Depp e incluyendo en el cast nombres tan disímiles como los de Robert Mitchum e Iggy Pop, este excéntrico western se estrenó en Estados Unidos en 1995 y ahora tiene, con el título de Hombre muerto, su primera edición oficial en Argentina.
Hombre muerto puede parecer una pieza rara dentro de la obra de Jarmusch. Se trata de la única ocasión en la que el realizador de Akron, Ohio, encaró un film de época, algo que parecería ir en contra de su ética y estética. También puede ser vista como rareza su condición de film de género. No tanto, sin embargo: unos años antes Jarmusch había parafraseado la película de cárcel en Bajo el peso de la ley, y unos años después haría lo propio, en relación con el cine de gangsters, en El camino del samurai. Un tercer motivo de extrañeza, dado por el marco salvaje en que transcurre Hombre muerto (algo aparentemente impensable para un cineasta tan urbano como el realizador de Flores rotas) también debería relativizarse, por varias razones. La primera de ellas es que Bajo el peso de la ley también hacía uso de espacios abiertos; la segunda es que en Dead Man la contradicción entre lo civilizado y lo salvaje, entre lo urbano y lo rural, está tematizada.
Fotografiada en prístino blanco y negro por el alemán Robby Müller y con la guitarra de Neil Young tejiendo arpegios en la banda sonora, Johnny Depp es un contadorcillo huérfano, a quien el comienzo del film encuentra a bordo de un tren, viajando desde Cleveland hasta cierta ciudad ficcional del Wild West, llamada Machine. De pronto, un grupo de cazadores desenfunda sus winchester y comienza a dispararle a una manada de búfalos. Primer aviso, no sólo de los usos y costumbres del territorio en el que el héroe está ingresando, sino también de la clase de excentricidades que el viaje deparará. Que una ciudad industrial lleve el nombre de Machine tampoco debería sorprender: yendo al caso, el héroe se llama William Blake (como el poeta británico) y el indio del que se hará amigo, Nobody. Blake viene a tomar el puesto de contador de una fábrica, pero como lo hace con dos meses de atraso, el capataz (John Hurt) y el dueño de la firma (el mismísimo Mitchum, en una de sus últimas apariciones) se le ríen en la cara. Eso no es nada: cuando, en defensa de una chica, mate a un tipo, pasará a ser el hombre muerto del título. Es un decir: más tarde o más temprano, se adivina, alguien cobrará los 500 dólares que han puesto como precio a su cabeza.
De modo prototípico, Hombre muerto se organiza como una road movie en la que, más que el camino, importan los desvíos, paradas, tiempos muertos, meditabundias y curiosidades. Con respecto al canon del género, Jarmusch se complace en practicar disrupciones. Estas pueden consistir tanto en inserciones culturales a contracorriente (el indio conoce al dedillo la poesía de William Blake; la figura de un muerto le evoca a un brutal cazador de cabezas algo parecido a un ícono religioso) como en cierto gusto por lo insólito, que hace que un asesino desalmado no pueda dormir si no es con su osito de peluche. O que un trampero (Iggy Pop) ande por el bosque disfrazado de abuelita de Caperucita Roja. A la larga, sin embargo, Hombre muerto va siendo ganada por un tono resueltamente lírico y elegíaco, en el que la muerte reina con tanta majestuosidad como los sublimes guitarrazos de Neil Young.
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