Sáb 05.04.2008
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VIDEO › JOSHUA, OTRA MALA SEMILLA INCUBADA EN HOLLYWOOD

Un niño prodigio de terror

La película dirigida por George Ratliff, que en Estados Unidos se estrenó con muy buena recepción crítica a mediados del año pasado y ahora Gativideo acaba de editar en Argentina, es un sólido ejemplo de aquello que los anglosajones llaman demon-seed thrillers.

› Por Horacio Bernades

Hay películas en las que los niños no son tiernos, divinos y encantadores, sino todo lo contrario. Esas películas suman una cantidad suficiente como para merecer ser consideradas todo un territorio cinematográfico, cuyos orígenes se remontan hasta medio siglo atrás y que cuenta con clásicos del porte de El bebé de Rosemary. Aunque La profecía es un exponente mucho más desarrollado, para decirlo en términos de crecimiento infantil. En una nueva muestra de la obsesión clasificatoria que suele distinguir a la cultura estadounidense, a estas películas de chicos malos allí las llaman demon-seed thrillers. Término que remite a la muestra fundacional de este subgénero, The Bad Seed (1956), que en Argentina se conoció como La mala semilla. Otros de estos “thrillers de semillas demoníacas” son El otro (The Other, Robert Mulligan, 1972) y El monstruo está vivo (It’s Alive, Larry Cohen, 1974), pudiendo englobarse dentro del subgénero a exponentes de la ciencia ficción, como El pueblo de los malditos (Village of the Damned, 1960) y, por qué no, Los niños de Brasil, en las que los chicos malos no están solos, sino que vienen de a muchos.

La más reciente expresión de este terror paterno en forma de película es Joshua, dirigida por George Ratliff, que en Estados Unidos se estrenó con muy buena recepción crítica a mediados del año pasado y ahora Gativideo acaba de editar en Argentina, manteniendo el título original. Como todos sus congéneres, Joshua Cairn (Jacob Kogan) es un chico pálido, serio y callado, que suele contemplar las peores catástrofes familiares como quien mira llover. La diferencia con sus compañeros de rubro es que no hay tantas pruebas de que sea él el que promueva esas catástrofes. Mucho menos que las ejecute. Lo que sí ejecuta Joshua, a la vista de todo el mundo y con técnica asombrosa, son sonatas clásicas, sentado al piano del amplio departamento familiar, con ventanas que se abren generosamente sobre el Central Park. Parecería que las dosis de genio artístico le vienen a Joshua de la familia de mamá, ya que el tío Ned (Dallas Roberts, actor inquietante) es quien se sienta a tocar a cuatro manos con él. Claro que junto con el genio suele venir la locura, como el propio tío es el primero en admitir sobre su familia.

Y si alguien se vuelve loco en Joshua, ésa es mamá Abby (Vera Farmiga, la psicóloga con rinoplastia de Los infiltrados). Que sus puerperios nunca fueron plácidos lo demuestran ciertas grabaciones familiares de la época en que Jo-shua era bebé, que en algún momento papá Brad (el siempre inquieto Sam Rockwell) chequea, tratando de encontrar la clave de la disolución familiar. Si en esos videos Abby lloraba y gritaba, con Joshua en brazos, ahora que la pequeña Lili no para de llorar por las noches, la mujer está en un estado de nervios tal que terminará llevándola literalmente al manicomio (estado que Farmiga transmite con una credibilidad alarmante). ¿O es acaso Joshua el que se ocupó de llevar a mami hasta allí? ¿O tal vez el enervante evangelismo jurásico de sus suegros fue lo que sacó de quicio a Abby? ¿O serán los extraños ruidos en el departamento de arriba?

Imposible responder cualquiera de esas preguntas con propiedad. En cuanto a Joshua, todo lo que hace es estar parado en medio de la oscuridad, cuando mamá va a buscar algo a la heladera. O vomitar cuando ve a toda la familia reunida, mimando a la hermanita. O practicar extrañas distorsiones musicales en una tradicional canción infantil, que ejecuta al piano en una fiesta escolar. ¿Es ese atonalismo de Joshua expresión de una distorsión interior, o producto del cuadro de locura familiar? Es tal el grado de ambigüedad con que el film trata sus temas, que al final todas las preguntas quedan flotando para siempre. Hasta la propia relación que el film establece con el campo cinematográfico de pertenencia es ambigua: no habrá quién pueda afirmar, sin temor a equivocarse, que Joshua es, sin lugar a dudas, una de terror. Como su pequeño héroe o villano, la cámara observa lo que les sucede a los Cairn con la inconmovible impasibilidad de quien presencia una catástrofe, comportándose como si sólo estuviera lloviendo allá afuera.

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