Horacio García pide disfrutar un poco del éxito de esta feria, pero admite que hay muchos aspectos que mejorar para las próximas ediciones. “Tenemos que resolver el tema de la isonorización de las salas”, dice el presidente de la Fundación El libro. “Excepto las que están en el primer piso del predio –Alfonsina Storni, Bioy Casares y Sarmiento–, el resto, en el pabellón Ocre, las montamos nosotros, y hay que encontrar la manera de que queden bien aisladas, como la José Hernández.” Por primera vez, plantea García, el tema de la venta de las entradas en las boleterías funcionó bien. Con un presupuesto de dos millones y medio de dólares aproximadamente –con el que se paga el alquiler de la Rural, todos los gastos de organización, el personal extra que se requiere contratar y los fondos destinados para los invitados, entre otros–, uno de los problemas de la feria de Buenos Aires es que para muchos escritores e intelectuales queda lejos y resulta menos atractiva que Guadalajara, “que cuenta con un presupuesto cuatro veces superior al nuestro”, aclara García. Todos van adonde pagan más, se sabe; no lo dice el presidente de la Fundación El libro, pero el sobreentendido queda picando por las alfombras del predio. “Ahora nos tenemos que sentar a evaluar qué cosas no funcionaron y veremos cómo seguimos. Uno de los secretos de la feria es que tratamos de captar lo que está en el aire, como hicimos este año con el ciclo de gastronomía, o hace tres años con el festival de poesía.” García rescata el discurso de Piglia, “que fue lo distintivo de esta edición por el modo en que defendió la poesía, esa suerte de cenicienta de la literatura”.
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