La ficha
Se bautizaron a sí mismos como los Mondongo en el 2000, cuando expusieron en el Centro Cultural Recoleta sus doce máscaras de yeso con rostros de figuras pop bajo la consigna: ¿Son caretas? En el 2002 sorprendieron al ambiente de la crítica de arte con sus retratos de Amalita Fortabat y Federico Klemm a base de golosinas. Luego llegó el pedido de los reyes de España y la internacionalización: hicieron el retrato de la familia real con espejitos de colores, con guiño incluido a su público local. En su extenso catálogo de personajes de la cultura popular hechos con materiales no convencionales están Caperucita y el Lobo en plastilina, imágenes porno bajadas de Internet en galletitas de chocolate y la Casa Blanca en trucha y jamón ahumado que sólo se consiguen en la Patagonia. Se jactan de un camino alternativo habiendo rotado por tres galerías en cuatro años (Maman, Braga Menéndez y Ruth Benzacar); defienden la necesidad de que el artista esté bien cotizado (ellos de verdad lo están), denuncian frecuentes estafas de los galeristas, se incorporan al mercado atrayendo el pedido de la señora paqueta o del nuevo rico, pero se reservan un segundo para el sarcasmo, como cuando retrataron a Jorge Glusberg en caramelos media hora que terminaron derritiéndose. El subdirector del Museo Reina Sofía, Kevin Power, no ahorró grandilocuencia a la hora de definirlos: “El modo en que utilizan los materiales es una bofetada en el rostro de la burguesía”.
Nota madre
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