LAS UCRONíAS, UN SUBGéNERO EN ALZA
Según la Real Academia, las ucronías son “reconstrucciones lógicas, aplicadas a la historia, dando por supuestos acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder”. Dicen que ese nombre lo acuñó en 1857 el filósofo positivista francés Charles Renouvier, que aventuró que si “utopía” era –en sentido etimológico– “lo que ocurre en ningún lugar”, la ucronía era aquello que se desarrolla “en ningún tiempo”.
Se las ha llamado también “historias contrafactuales” o “novelas históricas alternativas”, y esta última denominación quizás aporte claves sobre su vigencia. Para Javier Aguirre, “es saludable que haya un interés creciente en la historia y sus variantes”. Blanco completa: “Ese éxito nos permite parodiar un poco a los artilugios que usan los libros de investigación sobre el pasado, como eso de derivar conclusiones súper amplias de detalles zonzos”.
El crecimiento del subgénero es un fenómeno global y ya tiene cierta tradición. Hay quien cree que el mecanismo de imaginar con cierta racionalidad lo que no fue se prefiguró allá por el siglo IV, cuando Tito Livio incluyó en su Historia de Roma un tramo dedicado a bosquejar qué hubiera pasado si Alejandro Magno agarraba para el oeste en vez de ir a molestar a los asiáticos. Más acá en el calendario, la pionera y olvidada Nosotros del ruso Yevgeni Zamyatin, Un mundo feliz, de A. Huxley; 1984, de George Orwell y ciertas joyas de Ray Bradbury (entre ellas Fahrenheit 451 y el cuento “El ruido de un trueno”) limitan en uno u otro sentido con la ucronía. Para el chileno Jorge Baradit, las obras en esta línea van a difundirse cada vez más y con rasgos locales, debido a que “son una manera de revisar las heridas de cada país”. La mejor muestra de esto es Estados Unidos, donde la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial siguen siendo catapulta de las tramas más extravagantes. Ya en 1962, Philip K. Dick editó “El hombre en el castillo”, que se ambientaba en ese mismo año, con el condimento de que Alemania y Japón habían sometido a los aliados. Le siguieron cientos, entre ellos la exitosa La conjura de América que ofreció recientemente Philip Roth. Javier Marías afirmó: “necesitamos conocer lo posible además de lo cierto”, y ésa es sólo una de las riquezas de este reino de lo improbable. Si las narraciones desviadas evidencian que la historia oficial es un artificio, ponerles humor a esos mecanismos usados por el poder puede ser un acto democratizador. O de advertencia.
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