Lun 20.10.2008
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LITERATURA › OPINIóN

La escritura del arcángel

› Por Diana Bellessi

¡Qué dicha tener entre las manos la poesía completa de Miguel Angel Bustos! Qué dicha de lector se impone desde las primeras páginas y nos hace abandonar de inmediato todos los discursos, necesarios, pero prescindibles ante la magia de pies ligeros que el poeta atrapó para dejar ahí guardada, en una jaula sin cerrojos por donde pasa, si atento, si lúcido, si sensible el lector que lo desea. Sin embargo, es necesario decir que el arcángel Bustos, violinero mayor de los sesenta y los setenta, permaneció más de treinta años en silencio, con la sola excepción de la antología seleccionada por Alberto Szpunberg que José Luis Mangieri publicara en 1998 en su colección de Libros de Tierra Firme. Bustos fue secuestrado en 1976 y permanece desaparecido; han sido necesarios veinticuatro años desde el fin de la dictadura para que la voz de este poeta mayor, no sólo de su generación, sino de la historia de la poesía argentina, saliera del silencio. Secuestro doble que se quiebra al fin con la publicación de su obra completa por la editorial Argonauta, en cuidada edición realizada por Emiliano Bustos.

Con la brevedad instantánea de sus primeros poemas, a los que podríamos llamar cantos de inocencia, Bustos abre las puertas de su poesía como un joven maestro; hace luego que mi emoción se sostenga en la complejidad de su escritura posterior, donde el ritmo es apenas visible a través de la cesura y la frase avanza en grandes masas verbales; dueño de una suntuosidad retórica en la que puedo confiar porque en ella siempre tiembla el Bustos primero, el yo juvenil de sus poemas, pura zarpa y salto todavía. Si en Fragmentos Fantásticos el verso va enceguecido por el propio relámpago que lo ilumina, si en la Visión de los hijos del mal se vive la noche oscura del alma, y en ambos se abre una carcajada en el centro de su propia agonía y su retórica, es en El Himalaya o la moral de los pájaros, donde Bustos ata el Chilam Balam y los cantos nahuatl al concepto de desapego de Oriente y a la lectura romántica del Medioevo de Occidente, para dar en el centro de su arte poética. Miguel Angel Bustos lleva a cabo un descenso a los infiernos y un ascenso trayendo entre sus manos, no un grial, sino “la salvaje inocencia del aire”. Recuperar la escritura de este arcángel significa también recuperar a una generación de ángeles anónimos, guerreros como Miguel en la desmesura, en la desnuda intemperie de la historia.

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