LITERATURA
Para Juan Cruz Ruiz hay encantos del periodismo que se perdieron, a la par que otras atracciones llegaban para renovar el estímulo de hacer prensa. Lo llamativo es que en ocasiones rescata del olvido a personajes un poco miserables del gremio. Su primer editor, por ejemplo, que defendía al franquismo sin convicción y de puro vencido, aparece protegido por un halo de compasión: “Es que me enseñó mucho”, se justifica el entrevistado. “Eran épocas de un fascismo decadente, y más de una vez cuando me acuerdo de aquel pobre tengo la impresión de que representa lo que tenemos que evitar.” Entre lo que ya no está se cuenta la mística de las antiguas redacciones, vibrantes de bohemia y trasnoches de cabaret. “No sé si vale la pena tratar de imitar ese clima, porque la gente cambió”, evalúa el entrevistado y diagnostica que esto se debe a que “los diarios se han vuelto silenciosos. Se los ubica en lugares aislados, rodeados de sitios cutres en los que apenas se puede ir a tomar algo. Son meros espacios de confluencia: veo que los colegas entran, escriben y se van solos a sus casas para pasar un rato con la familia”. ¿Qué es entonces lo que mantiene viva la mística de una publicación? El canario retruca: “La curiosidad y la perspectiva. La diferencia entre un buen periodista y uno malo es que el bueno no se queda sólo con lo que vio, sino que trabaja con segundas y terceras impresiones, a partir del impulso que le dio la primera. De eso se trata”.
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