LITERATURA › OPINIóN
› Por Juan Villoro *
Creo que estamos ante un poeta de dimensiones incalculables, en el más literal de los sentidos, porque aún no se conoce su obra completa. Yo leí textos luminosos de él. También leí textos pésimos. Creo que Mario renunció deliberadamente a una noción de autocrítica, porque eso era parte de su rebeldía. Como toda gente que se sabe marginada, a partir de cierto momento continuó en una especie de fuga hacia delante, diciendo “si me marginan porque escribo cosas que les parecen intolerables, pues las voy a escribir más intolerables todavía”. Había en él un sostenido sentido de la provocación. Recuerdo haber estado discutiendo sus textos en una taquería. Una situación incómoda porque es difícil juzgar un poema mientras los demás hacen bromas y piden cervezas. Mario siempre estaba cargado de papeles. Los llevaba en una mochila inmensa. En ocasiones era muy generoso, te los dejaba y los olvidaba, pero en otras ocasiones quería que los leyeras delante de él y le dieras su opinión, como pasó en aquella taquería. Si lo elogiabas de manera simplona, se enojaba muchísimo y te empezaba a insultar. Si te ponías fácilmente de su parte, le parecías un tipo blandengue, alguien sin sentido crítico, que no sabe que la poesía es combate, lucha, polémica, intensidad, algo convulso. Entonces te insultaba por elogiar sus poemas. Pero si te distanciabas del texto y no le prestabas atención, también arremetía contra ti. Mario Santiago era un iluminado, y como tantos iluminados ardió en su propia luz. Era un hombre de una pasión extrema, que se sometió a exploraciones personales fuertes y dejó muchas cosas en el camino. Dejó su propia piel en la búsqueda de la poesía.
* Fragmento del prólogo Ardió en su propia luz (Yiyi Jambo).
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