TEATRO › OPINIóN
› Por Pablo Vignone
La magia dieciochesca del fabuloso Her Majesty’s Theatre, en Haymarket, a metros de Piccadilly Circus, es el hogar espiritual de El fantasma..., cuya vaporosa versión de papel Gaston Leroux ancló en la voluptuosa Opera Garnier. La descubrimos en 1997, cuando la obra llevaba más de una década rodando afiatada sobre las tablas de ése, su escenario, y unos cuantos años en versiones de exportación. En 2000 preferimos rechazar una puesta en Copenhague para no sufrir con el danés, pero especialmente porque la versión original de las letras de Charles Hart sostienen el tempo de una manera inigualable: se dice que Andrew Lloyd Webber compuso el papel para el lucimiento de su mujer de entonces, la encantadora Sarah Brightman, y las sucesivas sopranos que encarnaron a Christine Daée bañaron su lucimiento en el fluido que, a través de los años, destiló aquel papel modelado con pasión creativa. Aunque, por supuesto y por fortuna, el Erik de Leroux es un carácter mucho menor que este Fantasma multidimensional que vibra de amor perverso. El film de Joel Schumacher respeta las líneas de la puesta, pero le hace un flaco homenaje. Ojalá que esta puesta en el Opera rescate fielmente el espíritu del Her Majesty’s, el milagro de la creación del musical.
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