Jue 18.06.2009
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Puto

› Por Julián Gorodischer

Peña, vos te habías propuesto deshacer el tono neutro. No importa qué dijeras, pero tenía que ser disruptivo; cuando hablabas o te presentabas en público, tenía que caer algún cliché o una fórmula de repetición. Después te divertía verlos levantar el dedo y ponerte etiquetas de gorila, fifí o facho. “Yo también soy Palito (tu personaje de pibe chorro)”, me dijiste un día reclamando, irónico, “piedad de los progres”. Insinuabas: a través de mí hablan mis criaturas, el profesor facho o la mulatona, sólo que ya no aviso con inflexiones de la voz, con estridencia o pausas.

Nervio y pura corriente de energía: así entremezclaste al facho y a la cubana Milagritos –en Radio Nacional– porque en vos la derecha no era lógica compacta. Dejaste de avisar cuándo se encendía el personaje, Peña, te encantaba morbosamente verlos levantar el dedo acusador, porque si hablaban de vos ya no importaba el signo, porque una diva no es solamente el caniche toy. Hay que mantener, en ella, el foco.

Largaste sin filtro el “negro de mierda” así como recomendaste, aquella vez, coger sin forro en la campaña de MTV pensada para proteger del sida. Eras enchastre, mugre, roña... Eras “irresponsabilidad”, “inconsciencia”, dicen... Eras antídoto contra las frases correctas, las imágenes compuestas a la medida de la “masa” (ese incorpóreo ser que se supone solamente anhela palabras insípidas). Tu modo de mantenerte vivo era estar a punto de estallar, como una cuenta regresiva: desnudo en la platea, sangrando en vivo. No los acusabas de tener miedo sino de ser hipócritas. Agradecías al aire, en cambio, los insultos. “Vergüenza no es ser puto”, creías.

Todos los guionados de la tele, los que repiten como loros las noticias y los guiones remanidos, los que plantan la cara de nabo, ingenua, tímida, informativo, en todos los canales todos los días, acaban de sacarse un lastre; se acaba de romper el espejo deformante que visibiliza el artificio, la repetición, la careteada. Todos los que se saben de memoria el requerimiento de la masa, ese espectador informe que adora ídolos que no llegan a barro, pueden ir a dormir tranquilos: mañana las imágenes mediáticas que consumimos serán un poco más falsas.

Peña, en vos se deshacía ese tono neutral que despoja a las palabras de su verdadero sentido (siempre plural) para adosarles –en cambio– la composición de una mueca previsible. A toda esa gente que reina en la pantalla, Peña, vos les ensuciabas la cancha: contabas en la radio cool (La Metro) la evolución de tu cáncer y tu sida; nos metías entre tus sábanas tan poco castas y sin forro; te enamorabas y lo ponías de primer actor sacrificando un partenaire a tu medida (como sucedió en lo último que hiciste: Diálogo de una prostituta con su cliente); lo más importante era ser leal a tus pactos de amor privado, sabiendo que el resto, los estrenos, las primeras planas, eran el pobre juego de las representaciones vacuas.

Un día empezaste a insultar a los mozos de Palermo (tu última obsesión), al oyente, a mí mismo ese día en que en tu living elegiste no ofrecerme ni siquiera un vaso de agua y contestaste parcamente mis insípidas preguntas (tono neutro), y después, sin conferirme la autoridad de ser echado, diluiste el encuentro entre mimos a tu novio de entonces, a tu caniche gris, a tu ama de llaves, y una mirada esquiva. Voy a extrañar profundamente esa vibración de espontaneidad que transmitías en los medios, esa confirmación de que había un corazón latiendo del otro lado, esa prueba de vida.

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