Mar 04.08.2009
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TEATRO › RUBéN SZUCHMACHER, RESPONSABLE DE LA PUESTA EN EL TEATRO APOLO

Sobre principios y finales

El director detalla cómo fue tomando forma esta versión de Rey Lear, señala que “soy la alegría de los productores, porque utilizo muy pocos objetos” y se maravilla con Alcón, “un actor que va a fondo con el personaje y arrastra al elenco”.

› Por Hilda Cabrera

Cuando le ofrecieron la dirección de Rey Lear, Rubén Szuchmacher supo que estaba aprendiendo algo más sobre la muerte: “No sé cómo habría podido procesar antes los sentimientos y las emociones que esta obra despierta, o ese final de época que me parece tan vigente”. Creador de celebradas puestas, Szuchmacher no necesitó para condensar emociones convertir a la tormenta que se abate sobre un Lear despojado de su reino por sus ambiciosas hijas Regan y Goneril en símbolo de catástrofe. Su propuesta ha sido encarnar esa tempestad en un personaje, rey de una Britania importante en el Medioevo que cae entre guerras internas e invasiones a las puertas de la Edad Moderna. “Hoy también tenemos un mundo que se cae a pedazos”, apunta el director retomando aquello de la vigencia.

–Un mundo que se desintegra pero no totalmente, como lo demuestra la historia...

–Hablo de finales pero no soy tremendista. Los finales son comienzos, como las crisis son aperturas. Pero el desconocimiento del futuro y la incertidumbre que eso produce son inquietantes. La imagen que tengo de un final es la de un pliegue, un salto entre la vida y la muerte, entre lo nuevo y lo viejo.

–¿O entre el poder y el despojo de Lear?

–Que es el despojo del alma y no el puramente económico. La identidad de Lear se quiebra y aparece la locura, que en Shakespeare significa muerte.

–¿Es el salto al vacío, a la nada?

–La idea de nada está relacionada con los conceptos medievales que cruzan la obra. Esta nada ha sido escenificada con gran despliegue, tal vez porque es complejo transmitir los contenidos de una literatura teatral en la que se ha abrevado tanto y a la que se le han sacado o introducido situaciones que de pronto nos hacen pensar en lo contrario de lo que imaginábamos. Algunas escenas tienen algo de lo que después se vio en Samuel Beckett. Pienso que un aspecto importante es el planteo de una Britania mítica. Como en Julio César (de Shakespeare), la ciudad de Roma no es la que imaginamos, aunque haya vestigios de la Roma renacentista. Es muy rara la captura que hace Shakespeare de la Antigüedad: aplica el procedimiento de los trágicos griegos, va a un tiempo mítico, circular, donde los reyes eran reyes.

–Otro aspecto es la simetría entre la historia de Lear y sus hijas y la de Gloucester y sus hijos...

–En ese paralelismo concentra una visión sobre el mundo medieval y la irrupción del moderno, pragmático frente a lo establecido y con una sensibilidad diferente. Se plantea que los jóvenes no serán nunca como sus mayores y no vivirán tanto. Se está haciendo un corte con un tiempo en el que Lear sucumbió porque en su reclamo no supo escuchar al amor verdadero.

–¿Quién anticipa ese corte?

–El hijo bastardo de Gloucester, el villano pícaro que quiere apropiarse de la herencia utilizando la astucia. Ya no es necesario ser noble para tener poder; con plata alcanza.

–Eso da idea de continuidad...

–Rey Lear no es como Hamlet, donde la historia se restablece y se cierra. Este es un mundo devastado. Lear muere y deja una enorme tristeza, lo que no significa que la historia carezca de momentos cómicos.

–¿Qué propone en su versión?

–Trabajé junto a Lautaro Vilo. El tradujo la obra e hizo una primera versión que después revisé. No fue la única, hicimos cuatro antes de empezar con los actores. Queríamos que fuera clara y se entendiera. En 1988 vi una puesta de Laura Yusem y la última de Jorge Lavelli en el San Martín. Esta es una versión minimalista: quiero que la puesta tenga aire pero no espectacularidad. Mi planteo es isabelino, con sus villanos y virtuosos, pero sin copiar los signos isabelinos. Confío en la palabra. La tormenta es acá un ruido de hecatombe o un rumor fiero, una determinada luz, una imagen y Alcón bramando a la lluvia y a los truenos.

–¿Cree que es tiempo de abandonar adornos?

–Trabajé como si tuviera arcilla entre las manos: sacaba y sacaba. Una vez más soy la alegría de los productores, porque utilizo muy pocos objetos. En la obra hay cuerpos en el espacio y pura actuación, una exigencia que no es problema con un actor como Alcón. Rey Lear está entre las obras que tienden a escaparse de las manos, y a la que uno no debe trabajar partiendo de una única idea porque se equivocaría mal.

–¿Le interesa el recurso de teatro dentro del teatro que algunos destacan?

–No le doy demasiada importancia porque ya está metido en la obra. A Juan Gil Navarro y Joaquín Furriel les hago el chiste de que papá Gloucester (que interpreta Roberto Carnaghi) los mandó al Instituto Labardén porque se lo pasan de actores toda la obra: uno engañando como si fuera el hijo verdadero de Gloucester y el otro engañando con su disfraz de pordiosero loco para que no lo maten.

–¿Les escapa a los guiños del teatro?

–No quise hacer un espectáculo para entendidos. No olvido que estamos en el Apolo ni que ésta es una producción de Adrián Suar y Pablo Kompel. Cuando en los ensayos abiertos la gente me dice que entiende todo y se emociona, me siento reconfortado. La obra es compleja, pero no por eso reduje conceptos: están todos abrochados de manera comprensible en el aquí y ahora del espectador. No le busco la quinta pata al gato. Rey Lear es mi encuentro con un texto sensible y con una persona de la inteligencia de Alcón, un actor que va a fondo con el personaje, arrastra al elenco y comunica ideas maravillosas.

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