OPINION
› Por Antonio Presa *
El devenir de la historieta argentina es la metáfora de lo que sucedió en el resto de los medios de comunicación. Muchos emprendimientos no fueron capaces de entender que los lectores van mutando de manera permanente y paulatina, y cuando quisieron reaccionar ya era tarde. Sobrevivieron a la hecatombe los que supieron entender que los objetivos a largo plazo deben hacerse con modificaciones leves, casi imperceptibles. En el cine, por ejemplo, Lucas y Spielberg salvaron a Hollywood cuando pusieron su estilo personal en sintonía con los nuevos espectadores, haciendo un cine nuevo que de a poco se despegó de los “géneros duros” establecidos hasta entonces.
En el caso puntual de las viñetas argentinas, hubo una desconexión respecto de lo que querían los consumidores, y cuando se quiso reaccionar se hizo de forma tardía y abrupta. De pronto se cambiaron los colores, las historias, los personajes, con lo que no sólo se perdió al público que se tenía sino también al que podía venir.
El resultado de todo esto es que el artista está hoy más solo que nunca, porque esas alteraciones –que tienen que ver con decisiones casi empresariales– no pueden ser entendidas fácilmente por los creadores de comics. Por otra parte, la escasez de empresas nacionales hace que el autor tenga que ocuparse no sólo de hacer la historieta, sino de distribuirla, venderla y publicitarla.
* Ex jefe de arte de las revistas El Tony, D’Artagnan, Nippur e Intervalo, entre otras.
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