Domingo, 11 de octubre de 2009 | Hoy
OPINIóN
Por Daniel Divinsky *
Fui a la Feria del Libro de Frankfurt por primera vez en 1973, volví a ir en 1975 y 1976. En 1977, cuando Kuki Miler y yo estábamos a disposición del Poder Ejecutivo en relación con la prohibición de un libro infantil, la Feria de Frankfurt nos designó “invitados especiales” de la Argentina y nos mandó los pasajes para viajar. Aunque los envió en marzo a Lufthansa (comunicando el hecho a Videla) y la Feria sería en octubre, indicaban que podíamos viajar “cuando lo consideráramos conveniente” porque la Feria se hacía cargo de nosotros: la gestión fue obra de Peter Weidhaas, director de la Feria durante 25 años, y de su mujer cordobesa, Dora de la Vega, pero no habría sido posible sin el apoyo del Comité Organizador, que siempre defendió la libertad de publicación y de expresión en todo el mundo. Desde entonces estuve presente casi en todas, menos la de 1983, porque en la época de su realización estábamos regresando del exilio en Venezuela. Como representante “venezolano”, llevé stands de la Biblioteca Ayacucho y Monte Avila a partir de 1978 durante varios años.
La primera vez que ingresé a los que me parecían inabarcables pabellones de la Feria, sentí que era imprescindible tener una guía: en mi caso me ayudó la experiencia de Marcelo Ravoni, un agente literario argentino radicado en Milán, que representaba a Quino, entre muchos otros autores. Me enfatizó que había que elegir los stands a visitar y no pretender verlo todo, y que buena parte de las relaciones se establecían en los por entonces suntuosos cócteles organizados por las editoriales (en los que era fácil colarse, ahora ya no), y en las cenas posteriores con colegas. Y que era inevitable la tertulia post cena del bar Lipizzaner del tradicional hotel Frankfurter Hof, donde presencié polémicas sesudas entre Carlos Barral, Umberto Eco y otros prohombres. Y donde escuché a Eco sentenciar: “Gli argentini sono gli ebrei dell mondo moderno” (“los argentinos son los hebreos del mundo moderno”), aludiendo al hecho de que había argentinos por todas partes, en una diáspora un tanto diferente a la original.
La Feria me sirvió desde el comienzo para enterarme en un solo lugar de todo lo que se estaba haciendo en el mundo de la edición, y eso es lo primero que obtendrán quienes vayan por primera vez. Pero además, para descubrir que en medio de la selva de los grandes grupos editoriales transnacionales surgen, crecen y sobreviven, con desigual fortuna, editoriales chicas y medianas de cuya existencia y catálogos nunca se enteraría uno sin verlas allí. Porque no surgen de una navegación al azar en Internet. Así compré a una pequeña editorial suiza, propiedad de un inmigrado ruso, los derechos de El teatro de la muerte de Tadeusz Kantor, el polaco que revolucionó la dramaturgia, que venimos reeditando hace décadas. Para esos hallazgos no hace falta llevar una chequera bien provista. Hay derechos de traducción que se compran con anticipos de dos mil, mil o aun menos euros o dólares.
Mi intervención en la conferencia de prensa de lanzamiento de la Argentina como país invitado de honor para 2010 será una breve historia reciente de la edición en el país durante la última dictadura y después. Intentaré demostrar que tenemos mejores editoriales y mejores autores (y lectores, claro) que lo que podrían suponer quienes se informaran solamente sobre la historia política de los últimos años y las recurrentes catástrofes económicas. No creo que los alemanes tengan mayores expectativas salvo las que genera cierto “exotismo” del país invitado cada año. Y en materia de autores para traducir no buscan, sino que encuentran lo que los editores argentinos y algunos agentes literarios sepamos mostrarles.
La participación destacada en 2010 no significa demasiado para el mundo editorial argentino, salvo que generó algo por lo que se venía bregando hace mucho: el plan de subsidios para la edición de autores nacionales en otras lenguas, que hay que rogar subsista a este entusiasmo de hoy. Significa muchísimo, en cambio, para el país: permitirá que muchas personas de diversos orígenes descubran algo de lo mucho que hay aquí detrás de Borges, Cortázar, Gardel, Maradona, Evita, el Che, los churrascos, la corrupción, los políticos pintorescos y la moneda saltarina.
* Editor.
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