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Domingo, 15 de noviembre de 2009

LITERATURA

Para leer con un nudo en la garganta

La escritura de Edgardo Cozarinsky, bellísima y sobria, genera en más de uno esa exclamación irrefrenable que produce la admiración: “¡Hay que escribir como Cozarinsky!”. Las ocho páginas finales de Lejos de dónde son tristemente perfectas. Se las lee con un nudo en la garganta porque el lector intuye que esos seres desamparados nunca sabrán el lazo que los une. El encuentro se produce en diciembre de 2008. Federico, el hijo de la mujer que huyó de la posguerra, tiene 50 y pico de años y está en la estación de Dresde, más precisamente en El Bistro Samowar. El habla en alemán, sin tropiezos, con la mujer del bar, una polaca que se define como “un accidente de la guerra” y que nunca conoció a su madre. Federico le cuenta que quiere conocer Cracovia porque cree que su madre era de allí. Le miente, pero después le dice la supuesta “verdad”: que su madre era judía, pero que no sabe de dónde era. “No tengo nada contra los judíos. No me gustan, eso es todo. Y tampoco me gusta hablar de cosas del pasado, ya no tienen sentido. Después mataron a otros, en otros campos. Y hoy siguen matando. Son otros los que matan y son otros los que mueren. No me pregunte dónde, ya no miro televisión”, le dice la mujer.

“Así como en El rufián moldavo los padres eran todo, en ésta no son nada. El eje está puesto en la relación madre e hijo, pero el hijo a su vez no tiene hijos, no es padre –explica el escritor–. El encuentro final entre los hermanos está al margen de toda relación paterna. Para mí son dos víctimas, dos náufragos. Estuve en esa estación de tren en Dresde; mientras esperaba el tren estuve en El Bistro Samowar, tomando vodka, pero no lo atendía una mujer como en la novela. Dresde fue destruida por los norteamericanos durante 48 horas de bombardeo, cuando estaba llena de refugiados que huían de los rusos; después quedó en Alemania del Este, fue parte del eje comunista. Hoy la estación de tren tiene El Bistro Samowar, que es una empresa rusa símbolo del capitalismo que instala restaurantes y tiendas en Alemania con una concepción de lo ruso totalmente decorativa. Ahí empecé a sentir la ironía histórica y tuve el final de esta novela, que fue lo primero que escribí.”

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